22 diciembre 2021

Nochebuena con sardinas

                                                                                   Paz a los hombres y mujeres de buena voluntad"                                                    


            

                Era la Nochebuena. Posiblemente diecinueve sesenta. No lo recuerdo bien. La noche había caído aunque era media tarde. Con la mirada puesta en la ventana, el intuir el frio del exterior, te hacía sentirte a gusto. Alcaracejos, con impotencia y gozo, recibía una nevada enorme. Las calles, disfrazadas de un blanco paz, eran un espectáculo pasmoso y gratuito que te trasladaban a lejanos países. En las acacias, sus ramas no demasiado gruesas curvaban su esqueleto ante ese peso blanco que las embellecían y las incomodaban. De vez en cuando la nieve resbalaba por la pendiente verde que le ofrecían las hojas y estas recuperaban su inicial posición al vibrar y pararse.

 ¿Qué quieres de cenar? me preguntó mi madre.

                Yo, con mis nueve años, no me esperaba aquello. Mi madre decidía las comidas y el postre, y más en Nochebuena. Lo más frecuente era sopa de menudillo, algún pescado frito y aperitivos varios. Ya, para terminar, plato de polvorones con algo de turrón y copita, pequeña, de algún licor famoso, mejor 43, del que los niños solo se mojaban los labios o aspiraban su aroma.

                Sin dudarlo, le dije: La lata de sardinas, en conserva de aceite, es de mis preferidas. Pues vas y te la compras. Yo te daré el dinero.

                El abrigo, la calle y un extraño silencio, tan solo interrumpido al comprimir la nieve en un ambiente tibio, me hicieron trasladarme a un cuento, a una película en la que yo era el actor principal, lector y espectador.

                La tienda estaba abierta y Pepita me dio mi lata de sardinas. Definitivamente, esa noche fue una gran Nochebuena. Carraca y panderetas sonaban en la calle. Unos niños cantaban villancicos desafinadamente pero a mí me sonaban a música de ángeles. Una soberbia cena para un niño contento al colmar su ilusión. Mi padre, sorprendido, no salía de su asombro. El Niño, en un portal de corchos y maderas, sonreía levemente.

                Han pasado sesenta cortos años después de aquella noche y lo recuerdo todo como si fuera ayer. Demasiado tiempo para rememorar jornada tan espléndida. Mis padres ya no están pero los recupero cada vez que cenamos sardinas en aceite.

 Nota: Este relato corto es un pequeño regalo/confidencia para todos aquellos - as que me dedican un poco de su tiempo. Felices Fiestas para todos y muy especialmente, ¡¡ Felicidades para la Nochebuena!!

Publicado, justamente hace dos años, en mi otro blog: https://dubitandoexisto.blogspot.com/

 

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