Paz a los hombres y mujeres de buena voluntad"
Era la Nochebuena.
Posiblemente diecinueve sesenta. No lo recuerdo bien. La noche había caído
aunque era media tarde. Con la mirada puesta en la ventana, el intuir el frio
del exterior, te hacía sentirte a gusto. Alcaracejos, con impotencia y gozo,
recibía una nevada enorme. Las calles, disfrazadas de un blanco paz, eran un
espectáculo pasmoso y gratuito que te trasladaban a lejanos países. En las
acacias, sus ramas no demasiado gruesas curvaban su esqueleto ante ese peso
blanco que las embellecían y las incomodaban. De vez en cuando la nieve
resbalaba por la pendiente verde que le ofrecían las hojas y estas recuperaban
su inicial posición al vibrar y pararse.
¿Qué quieres de cenar? me preguntó mi madre.
Yo, con mis nueve años,
no me esperaba aquello. Mi madre decidía las comidas y el postre, y más en
Nochebuena. Lo más frecuente era sopa de menudillo, algún pescado frito y
aperitivos varios. Ya, para terminar, plato de polvorones con algo de turrón y
copita, pequeña, de algún licor famoso, mejor 43, del que los niños solo se
mojaban los labios o aspiraban su aroma.
Sin dudarlo, le dije:
La lata de sardinas, en conserva de aceite, es de mis preferidas. Pues vas y te
la compras. Yo te daré el dinero.
El abrigo, la calle y
un extraño silencio, tan solo interrumpido al comprimir la nieve en un ambiente
tibio, me hicieron trasladarme a un cuento, a una película en la que yo era el
actor principal, lector y espectador.
La tienda estaba
abierta y Pepita me dio mi lata de sardinas. Definitivamente, esa noche
fue una gran Nochebuena. Carraca y panderetas sonaban en la calle. Unos niños
cantaban villancicos desafinadamente pero a mí me sonaban a música de ángeles.
Una soberbia cena para un niño contento al colmar su ilusión. Mi padre,
sorprendido, no salía de su asombro. El Niño, en un portal de corchos y
maderas, sonreía levemente.
Han pasado sesenta
cortos años después de aquella noche y lo recuerdo todo como si fuera ayer.
Demasiado tiempo para rememorar jornada tan espléndida. Mis padres ya no están
pero los recupero cada vez que cenamos sardinas en aceite.
Nota: Este relato corto es
un pequeño regalo/confidencia para todos aquellos - as que me dedican un poco
de su tiempo. Felices Fiestas para todos y muy especialmente, ¡¡ Felicidades
para la Nochebuena!!
Publicado, justamente hace dos años, en mi otro blog: https://dubitandoexisto.blogspot.com/
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