15 diciembre 2021

Cuatro madres: momentos

 

 A.- Fue en Benidorm dónde hace treinta años escuché que “algunos tienen que disminuir para que crezcan otros”. Lo dijo la madre de un amigo que siempre estuvo dedicada a sus labores, dentro y fuera de la casa. Dentro para ayudar a la supervivencia cotidiana de su familia. Fuera para que sus hijos pudieran estudiar.

No era su intención, pero su entrega le permitió crecer con ellos.

             B.- Hoy coger el autobús ha sido todo un número: Una niña de tres o cuatro años se subió al bus como si fuera suyo. Exploró el interior y analizó a la gente con su mente infantil. La madre va detrás con un carrito. Aunque camina sola, va dando explicaciones en voz alta: "Es que es hiperactiva .....la niña grita ... da voces... ríe con risa estridente, bastante exagerada, y sin saber por qué .... Una abuela le dice: Qué guapa eres, pero qué guapa eres. La pequeña sonríe y nada por el suelo ... su mirada hacia el techo busca miradas cómplices .... Creo que es hiperactiva, es lo que se le entiende a la apurada madre que, para mi sorpresa, sigue hablando a la gente sin dirigirse a nadie….Esta niña es muy buena, es muy buena esta niña, pero no para. La pequeña sigue molestando: empuja, la gente le hace sitio y el pasillo del bus, desierto y despejado, queda para ella sola. Ha marcado terreno y todos, a pesar de la COVID, estamos más pegados, un poco apretujados contra las ventanillas. Los viajeros, impotentes, sin habla, observan en silencio la inesperada escena. La voz de la abuelita susurra como un eco cansado vestido de colores: Pero que guapa es, esos tirabuzones, esa carita alegre, esos ojos tan negros,....es que es hiperactiva, continúa repitiendo la madre. Me pregunto ¿quién ha crecido aquí? ¿La niña?, ¿los viajeros?, ¿la justificadora madre? ¿Alguien disminuyó?. El autobús se para. He llegado al destino.

             C.- Es medio día y estoy sentado en la terraza de una cafetería. Había previsto estar con un amigo oculto por el virus pero me avisa que no puede venir. Persisto en mi quedada, ahora ya solitaria, y decido tomarme la concertada copa a solas con mis musas. En la mesa de al lado una madre y dos hijos acaban de llegar. Piden unas bebidas y, en mi opinión, unas chuches de más. La madre coge el móvil, marca y conversa ausente. Su mirada se pierde en un ver sin mirar o en un mirar sin ver. Cualquiera sabe. Con la mano que se le queda libre bebe su botellín y gesticula, supongo que en armonía con la conversación que no oigo. La niña, algo aburrida, se asoma a la botella de refresco. Enfoca su interior y lo analiza como si fuera el ocular de un artilugio óptico. Su hermano mientras tanto, engulle gusanitos, patatas, aceitunas, mollete y algo del aquario de su hermana. Su bebida de cola se la tomó de un trago. Debía de tener sed.

            Tras un largo rato de charla por el móvil, la madre vuelve a tomar conciencia de su entorno. Su parloteo solo fue interrumpido por la caída y rotura del casco de refresco que el camarero, atento, barrió con rapidez: quería evitar que niños orbitantes alrededor de la madre y la mesa sufrieran algún tipo de herida. La mamá se levantó y pidió otra cerveza. No sé cómo pasó pero opté por quedarme, observar y anotar la situación en un autocorreo que a veces me remito. Toda la cháchara entre la madre e hijos ha sido regañar la primera por la quiebra del vidrio. El resto de este tiempo la adolescente madre lo dedicó al teléfono. Mamá, ¿nos vamos ya? dijo la niña chica. Hija, un poco de paciencia que acabe la cerveza.

En esto llegó él. Ella encendió un cigarro. Los niños juegan solos. Él se comió la tapa que a ella le pusieron en la segunda caña. De un prolongado sorbo se terminó la suya y les dijo a los niños: ¿Lo estáis pasando bien? Los niños gritan....¡ Siiii ! La madre al mayorcito: ¡No interrumpas cuando hablan los mayores! y ¡A la niña no se le dice perra! El niño tira hielos, la niña los evita, se tropieza y se cae. Ella gimotea un poco y yendo hacia su hermano le pega un empujón. ¡Niños estaros quietos! ¡Qué pesadez de niños!

Es ya la hora de irme. Me pregunto perplejo quién perdió y quien ganó. ¿Los niños? ¿La adolescente madre? ¿El ágil camarero? ¿El padre paracaidista? ¿La sociedad civil?

        D.- Parque infantil de Vistalegre, Córdoba, 12 de la mañana. Un niño de dos o tres años coge tierra del suelo y, repetidas veces, la arroja contra su madre. La mamá ni lo mira. Solo habla por el móvil. Gira sobre sí misma para evitar la tierra que el mocoso le lanza. El pequeño gira también y le busca la cara ¿ o quizás busca el móvil?. La madre sigue hablando. El churumbel insiste en el inmotivado bombardeo cada vez con más rabia. La madre comunica. La línea esta ocupada. El niño continua con los lanzamientos de arena, polvo y piedrecitas. Sus manos son pequeñas excavadoras que atrapan la tierra en su interior y luego la escupen con coraje. La madre sacude su chaqueta. El niño exasperado se ducha con la tierra una vez, dos, tres veces, cuatro veces, ... La mamá interrumpe el estúpido baño: ¡¡Niño!! ¿Estás tonto o qué? Un manotazo ha parado la ducha. El chaval se revuelve, coge una piedra grande y la tira a su madre. Esta ya, con un tic tac de nervios, guarda el móvil en el bolso. El niño la llama mientras busca un caballito de madera azul que tiene por patas un solo muelle enorme. P'alante, p'atrás, p'alante, p'atrás.......No se mueve del sitio, pero para el pequeño eso es ir de viaje. La madre lo observa y saca el móvil.

Es evidente que el día tiene muchos y variados momentos que retratan a padres y abuelos, momentos mejores y peores, pero estos cuatro, que no para nada son caricaturas, están sacados de la normalidad, son pura realidad y me dan qué pensar.





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