26 mayo 2023

La digestión del tiempo

 


Silvestre estaba supercansado de que le hicieran algunas sugerencias y que le atosigaran con frecuentes consejos. Todos iban en el mismo sentido. Desde que se jubiló, la gente que lo rodeaba no paraba de decirle: ¡Disfruta! ¡Tienes que aprovechar ahora que tienes salud y tiempo! ¡Has de darle salida a tus deseos, ya no tienes edad de reprimirte! ¡Conoce mundo! ¡Viaja! ¡Hay que apuntarse a todo! ¡Has de exprimir los días! Él escuchaba con estoica paciencia todas aquellas proposiciones y durante callados años no entró en aclaraciones ni explicaciones, pero esas continuas y repetidas advertencias desataban en su ánimo una notoria tempestad de diferencias. La mayor parte de las veces se quedaba con ganas de objetar, pero algo le decía que era mejor callarse.

            Para Silvestre el mundo de hoy en día era vértigo, rapidez, apresurados cambios sociales, innovaciones técnicas, adelantos científicos, stress y persistentes y activos movimientos en todos los aspectos. Ese incesante ir y venir le producía una negra congoja y un gris desasosiego. A lo largo de su vida, había dedicado largas horas a la introspección. Meditar, reflexionar, abstraerse, observar, releer y escribir habían sido sus puntos fuertes. A veces dialogaba con una trascendencia que no entendía del todo. Era un hombre tranquilo que saboreaba cultivar el espíritu, pero conocía la importancia y la necesidad de compartir su tiempo. Así que la familia, la casa, salir con los amigos, viajar, pasear, colaborar en proyectos colectivos, etc. formaban parte también de su menú vital. Siempre creyó en los equilibrios, lo cual requería la presencia de una dualidad armónica que posibilitara las palabras y el silencio, la derecha y la izquierda, trabajar y el descanso, tener calor o frio, a sabiendas de que la virtud no es ningún punto medio, porque hay asuntos en los que tienes que elegir, tales como la libertad–esclavitud, el amor frente al odio, lo justo ante lo injusto, la paz frente la guerra, la democracia frente a pseudodemócratas, respirar o morir. Silvestre tenía claros unos valores y unas directrices. Era evidente que sus criterios, sus códigos para entender la vida y seguir disfrutándola, no coincidían con el surtido de indicaciones que brotaban desde las mentes e inquietudes de sus personas próximas. Cada cual, a lo largo de la vida, se había forjado unos métodos, unas maneras de invertir el tiempo, unos caminos para subir montañas. Cada cual tenía sus herramientas. Silvestre comparaba a las personas con orzas, con tinajas o con cántaros. Cada uno de ellos tiene una forma, un material de construcción, un tamaño y cada cual se llena de un contenido o contenidos diferentes. A las personas nos ocurre igual, aprendemos a ritmos diferentes asuntos muy distintos porque filtramos diferente. Lo que a uno le gusta, para otra persona es una tontería. Igual ocurre con las preocupaciones, inclinaciones o con la fruta fresca. Los artesanos que dan forma a los humanos, y llenan nuestra oquedad como vasijas son los fracasos, los éxitos, las experiencias, los libros, las creencias y, sobre todo, el ejemplo de las personas que nos rodean. A su vez, todos los contenidos interactúan entre sí, dando lugar a contenidos nuevos que a veces nos sorprenden. La interacción del hombre con sí mismo y con el universo –sea próximo o lejano- es la piedra angular de nuestra vida. El interior del hombre y la mujer es complicado y cambia. Cada grano que cae en el reloj de arena, salvando las distancias, configura el espíritu.

            Un día Silvestre, quizás por el brusco cambio de tiempo, ante las persistentes consignas de su amigo Torcuato “tienes que disfrutar”, “tienes que aprovechar el tiempo” le preguntó:

-                        ¿Y quién te ha dicho a ti que no estoy disfrutando? ¿Tú crees que no aprovecho bien el tiempo? ¿Piensas que no le doy salida a mis deseos? Pero ¿En qué mundo vives? te pregunto yo a ti. Porque, vamos a ver, ¿Qué es aprovechar? ¿Qué es conocer el mundo y cómo se disfruta?

            Torcuato se fue a la RAE y encontró: “Aprovechar: emplear útilmente algo, hacerlo rentable o sacarle el máximo rendimiento”. Sobre disfrutar leyó que se puede disfrutar de una amistad, de una buena comida, de un viaje o del desarrollo de una destreza (escalar, escribir, cocinar, cultivar un huerto, pensar, etc).

            Silvestre, no pudo más y le espetó: ¿Has comprendido lo que has leído? ¿No ves las infinitas posibilidades que la vida te ofrece? Como decía el torero ¡Hay gente pa tó! Hay personas que disfrutan mientras ven una película, otras con la lectura de un libro, casi todas sirviendo a los demás y algunas otras practicando yoga. Las hay que se relamen tomando una cerveza o tienen por pasión ejercer en política. Cada cual aprovecha su tiempo como mejor lo cree y no existe una opción que sea mejor que otra. Tu decisión es la mejor para ti, para llenar tu cántaro o tu orza. Tú eliges el cómo, el qué y el cuándo y no hay que empujar a la gente ni a tus actividades ni a tus pasiones. Tampoco a tus inclinaciones políticas o religiosas. Entiendo que uno se manifiesta, se deja ver, comparte y se pone a andar. Cuando te das cuenta tienes acompañantes que dejan huérfana a la soledad. Dejas de ser individuo para ascender a grupo. El amor es la libertad de vivir acompañado, dijo don Gabriel G.M.

            Torcuato rebatió que algunos son unos ensimismados de sí mismos, que no comparten nada ni se asoman a ninguna ventana que no sea de su casa. ¡Hay que zamarrearlos para que se despierten! Son unos narcisos reconcentrados.

-                                         Como te he dicho tiene que haber de tó, le contestó Silvestre. El ermitaño debe estar en su ermita, el jugador de fútbol ha de tener equipo y al militante político lo arropa su partido. Buscar es una decisión personal. El encontrar es patria compartida entre el azar y tú. Con frecuencia, el camino se muestra más dichoso que la meta. Cada cual tiene que recorrerlo con sus pros y sus contras. Normalmente es quebrado, aunque para mí, tengo que matizar que mis escasos hallazgos no son mis soluciones, sino la convergencia de los descubrimientos de todos aquellos con los que me crucé y compartí. Por fortuna, creo que ni la verdad ni la felicidad gozan de una ubicación única. Ambas suelen ser caprichosas y no abrigan geografía conocida.

            Torcuato, ante tal avalancha, manifestó que para él aprovechar era estar siempre fuera de su casa, viajar, salir, pasear, buscar amigos en países remotos, probar sabores nuevos, ir al cine, al teatro, conferencias, reuniones, conciertos, senderismo, deporte, etc. y que no pensaba dejar de hacerlo pues de sobra sabía que llegará una época en la que todo eso sería imposible. Tenía que acumular vivencias, situaciones, nuevas sensaciones…Además es mejor no pensar. El movimiento me da vida, afirmó.

            A veces el tiempo se convierte en una pesada digestión. Si esa es tu forma de digerirlo, todo irá bien, le respondió Silvestre. Lo importante es que extiendas tus alas y te des cuenta de lo alto y lejos que puedes volar. 

 

 

 

02 mayo 2023

El relato del relato (nueva versión)

 

Objeto de un relato ( I )

Estoy enamorado del relato, no de uno en especial sino de todos. Saboreo con frecuencia su lectura y, al escribirlos, desempolvo neuronas, ordeno la cabeza y exprimo mi ficción. Los relatos ayudan a construir, y descubrir, la propia identidad, ya sea de una nación como de las personas o de los pueblos. En mi escenario como juntapalabras, apenas he completado uno cuando ya inicio mi relación con otro. Ante esa dualidad, me califico infiel con el primero y vuelvo a retocarlo.

    Cualquier relato, por simple que parezca, alimenta y despierta mi adicción al conseguir que cuanto más los trato, más necesito de ellos. Hay días que inicio dos, a veces tres. Muy pocas veces cuatro. En medio de esas horas, párrafos y palabras se van depositando como hojas en otoño, y el papel, como el suelo, recoge sus mensajes, aunque la diferencia es amplia: las palabras dan vida a un texto virgen, nuevo, mientras las hojas muertas recuerdan al ocaso y a la melancolía. Ambas, las hojas y palabras, configuran un puzzle, caótico o reglado, en el que siempre cabe alguna pieza más.

    El relato se nutre de experiencias contadas o vividas, viajes realizados y alguna otra leyenda que el viento o imaginógrafos nos hicieron llegar. Este encadenamiento me recuerda al atleta que cada día recorre algunos metros más y un poco más difíciles; a aquel lector que añade cada día una página extra, porque un día sin leer es una etapa hueca y sin fecundación. Narrar es parecido. Un día sin escribir te genera ansiedad porque el papel y el boli, o el ruido de un teclado de una vieja Underwood, te permiten plasmar tu mente en un papel. Es un extraño scanner. El portátil o el móvil, hijos de la fusión progreso-inteligencia, digitalizan tus neonatas ideas en insólitas frases para la eternidad. Sea mecánico o magnético, los dos procesos te ofrecen la posibilidad de confinar esa energía mental, a veces en desorden, en los límites físicos de un papel o una pantalla en blanco. En cualquier caso, palabras enjauladas que ayudan a fijar mundos originados en las profundidades del cerebro y que el ensueño amamantó, de tal manera, que no pierdes el hilo y encuentras el ovillo.

Objeto de relato ( II )

El relato es un amigo fiel. Conoce mis paradas y mis vacilaciones. Con frecuencia me espera a que busque un final y en silencio me habla y me anima a seguir. Es un gran ayudante para reflexionar y poder ver más claro. Es paciente y amable. Él comprende las dudas y las incertidumbres y aguarda complacido la esdrújula oportuna, las mejores palabras y la coma en su sitio. Lo breve lo disfruta tanto como lo extenso. Por momentos, sospecha que escritor y algunos escultores, de madera o de mármol, son entes antagónicos a la hora de crear: el escritor es un pegapalabras -encaja ideas en un espacio en blanco- que viaja de lo párvulo a entidades mayores como serían las frases, los párrafos y páginas; el escultor en cambio, a base de golpes de martillo y cincel –o de gubia en su caso– transita de una considerable masa a otra más reducida: con sus precisos golpes desprende lo pequeño para llegar al alma que la materia encierra y su mente previó. Quizás el escritor pudiera definirse como un imaginero que esculpe con palabras.

    Se podría construir un relato uniendo emoticonos. Las imágenes hablan y conversan mejor que las palabras, de ahí el famoso dicho. Las Meninas o el cuadro de Las Lanzas convierten a Velázquez en un pintor enorme porque Velázquez narra al transformar sus pinceles en plumas que escriben con colores. Picasso y su Guernica nos introducen en un relato mudo de una enorme tragedia que grita hasta atronar y Klimt, con su famoso Beso, nos sumerge en un mundo de calidez y amor. Hay cuadros que inspiran a escritores y escritos novelescos que originan pinturas, estableciendo así una simbiosis cómplice.

    Los relatos han existido siempre. Hemos crecido juntos y nos escoltan desde nuestra niñez: seguro que más de una vez nos hemos dormido con los cuentos –leídos o contados– de nuestros padres y/o abuelos en los que príncipes, enanitos, brujas o fantasiosos personajes desfilaron por nuestra imaginación. Animales que hablaban, niños voladores, personas con superpoderes, viajes increíbles… En los pueblos siempre hubo historias de amores imposibles entre moras y cristianos, de casas encantadas, curanderas osadas, atrevidos bandidos, bienhechores anónimos o ruidos increíbles .... No deja de embaucarme la sorprendente idoneidad de los niños para este tipo de narraciones, donde la inocencia es cómplice imprescindible de lugares y tiempos.

    Llegado este punto yo distinguiría el relato literario, la creación, del relato que califico como social, más ligado este último a los intereses de la vida cotidiana. Aunque hoy siguen existiendo los cuentos de toda la vida, y otros más actuales, los relatos han proliferado en todos los sectores y se utilizan como herramienta para convencer, lo cual se traduce , a veces, en sutiles engaños. Así, hoy cuentan “cuentos” los banqueros y asesores; abogados y dietistas; entrenadores, vendedores, gestores, titulares de fondos de inversión, agentes de bolsa y de seguros, compañías de electricidad, políticos, periodistas, ... En realidad lo que cuenta este personal no son relatos, son historietas-consignas de empresas y marketing, al buscar el beneficio personal o institucional. El relato es una herramienta muy poderosa para promocionar cualquier tipo de compraventa y ahí estamos rodeados de narradores y narrativas –con psicólogos y sociólogos detrás- que rozan lo perverso o se sumergen en las profundidades de lo obsceno. El problema es grave porque, ante profesionales, resulta muy difícil separar el trigo de la paja, la manipulación de lo que no lo es. Según Ignacio Urquizu "estamos en una época en la que el hecho no es más creíble que el relato".

En cualquier caso, el relato o sus transformaciones (historias, leyendas, narraciones, cuentos, parábolas, novelas...) constituyen crisoles gráficos de la imaginación y han ocupado, y ocuparán, un lugar destacado en nuestra vida porque el relato, escrito, leído o escuchado, como colega cómplice perfecto, es parte sustancial de la existencia.

 

Objeto de relato ( III )