22 enero 2024

La tita Mari Luz

 


            A Anselmo le gustaba merendar siempre su té con algo sólido. Sin darse mucha cuenta, observó que llevaba varias semanas degustando una torta de Inés Rosales[1]. A sus sesenta y tres le seguían cautivando su sabor y textura. Con el primer bocado resonaba en su mente un huracán de recuerdos que lo trasladaban raudo a los años sesenta en el pasado siglo.

-        Hay que ver lo que son las cosas. Se me acaba un paquete y con azul irreflexión me proporciono otro, se decía para sí. Parezco programado.

Consciente del elevado nivel de azúcar del delgado cilindro, era rara la tarde en la que Anselmo disfrutara de un ejemplar entero. Lo normal son dos días para una sola torta, le explicaba a su mujer.

Pero, recientemente, en una de esas tardes inesrosaleada, después de unos bocados, esperando que el agua temblara en el microondas para extraer el té que la bolsa protege cual cofre de papel, el dique cerebral que encierra los recuerdos sembrados se le ha venido encima. Inspirado por la matalahúva que adereza las tortas, le ha llovido en la mente un alud de nostalgias impregnado de imágenes.

 Foto de Ismael Sánchez Aparicio
(Cruces de Añora, Ismael Sánchez Aparicio y Alejandro
 López Andrada, 2011, pág 57)

            Una mujer mayor, con el pelo canoso, piel blanca, ojos azules, voz aterciopelada, el rostro bondadoso, sonrisa entrecortada, delantal gris rayado y manos por delante, con tierna timidez le ofrece, candorosa, una torta de aceite: “Cógela. Están muy buenas. A los niños os gusta”. La casa era muy grande, con el suelo de piedras, chineros a los lados y bóvedas de arista. La mujer, ya viuda, no había tenido hijos. Anselmo, en su niñez ingenua, nunca supo entender aquella esplendidez. Una magnificencia en la que no indagó por ser muy natural, aunque tuvo presente que su padre, a la tía Mari Luz, la tenía en gran estima y la consideraba parte de la familia. Aquella gran señora, con cierta distinción, repitió muchas veces sus redondos regalos que Anselmo, como niño, siempre aceptó gustoso. Resultaba imposible negarse a sus deseos y rechazar la torta. Era mucho su amor y la envolvente cálida que su voz de jazmines propagaba era pura caricia.

            Con el tiempo averiguó que la tía Mari Luz, cuñada de su abuelo, fue esposa cariñosa de Antonio Salvador y que este, a pesar de su comprometida militancia política y sus grandes esfuerzos, no pudo hacer honor a su nombre y no logró impedir que, en el aciago agosto del triste treinta y seis, la malvada ruleta de la mala fortuna adjudicara el premio de una muerte arbitraria a su querido hermano, Juan. Tras varios días de encierro obligatorio, con guardias en su puerta, Salvador salió presto pidiendo explicaciones a los suyos. Se le recomendó que no insistiera nada.

            Esas tortas de aceite, que la valiente Inés comenzó a fabricar allá por los albores del denso siglo veinte, eran la conexión de la tía Mari Luz con la familia de su eterno marido. Que unos sobrinos nietos -a los que la guerra privó, igual que a muchos otros, de conocer a su abuelo- comieran aquellas tortas revitalizaban sus lazos con el cónyuge muerto y su infeliz cuñado.

Quizás aquellos sobrinos políticos sustituyeron a los nietos que nunca consiguió; quizás su instinto maternal se prolongó en el tiempo; quizás su corazón guardó alguna sacudida de culpa atragantada; quizás, quizás su soledad de hielo le obligaba a salir a la puerta y como sin querer, pero con voluntad inconsciente, buscaba aquellos niños en la calle. Ya nunca lo sabremos. Pero el recuerdo de esas tradicionales tortas, que ayudaron a Inés a remediar su hambre, Anselmo con sus primos lo mantendrán unido a una sonrisa amable, a un regalo imprevisto, a un cariño callado, a una niñez de aldea y a un juego de canicas que cada tarde–noche los juntaba en la puerta de la tía Mari Luz ante la enorme losa cuadrada y de granito, tablero imprescindible de sueños infantiles, y una luz amarilla que el viento columpiaba con un chirrido suave.

            Hoy, demasiado tarde, quieren decirte ¡¡ Gracias, tía Mari Luz!! ¡Mensaje comprendido! Tortas de Inés Rosales hacen del pasado presente. Realmente son tortas únicas



[1] Inés Rosales, una mujer valiente y trabajadora comenzó a hacer unos dulces tradicionales del Aljarafe, llamados 'Tortas de Aceite', siguiendo una receta tradicional que se había ido transmitiendo de generación en generación. Castilleja de la Cuesta, 1910.

 

14 enero 2024

Cifras y Letras


 


Desde mi infancia y adolescencia me hicieron convivir con la desacertada idea de que la cultura se dividía en Ciencias y Letras. Lo frecuente es que academias y asociaciones se establezcan por especialidades, excepto la Real Academia Española. Por fortuna la Lengua es una herramienta común. Eso la convierte en lugar de encuentro y le da una potencia enorme, aparte de que hablar y escribir se identifican con la vida. En las universidades españolas los planes de estudio están muy especializados: los grados de Letras, Ciencias y Tecnología parecen cuñados enfadados. En la sociedad -salvo honrosas excepciones- lingüistas e historiadores saben poco o nada de Ciencias, viven en mundos inconexos con científicos que tampoco acaban de relacionarse del todo con la Lengua, la Historia o la Filosofía. Ciencias y Letras eran, y hoy casi son, dos líneas paralelas en las que además se observa un invisible muro entre ellas, muro creado por los hombres, pero al fin y al cabo, muro. Esta frontera real responde mas a limitaciones o vanidades del ser humano que a la historia de la humanidad pues no siempre fue así. Algo parecido ocurre con las fronteras entre países, razas o lenguas. Las razas siempre se mezclaron, las fronteras entre países siempre sufrieron modificaciones por guerras o acuerdos y los políglotas, el comercio y los viajes evaporan –afortunadamente- las diferencias entre idiomas. En pleno siglo XXI considero inadecuado que una lengua se mantenga en un territorio por la alimentación artificial política y con leyes férreas de vigilancia. ¡¡¡Las lenguas no tienen dueños!!!

La historia de la humanidad está llena de transgresores. Aristóteles (384 a.C.–322 a.C.) destacó en Ética, Política, Astronomía, Biología, Botánica, Zoología y Antropología. San Isidoro de Sevilla (560-636), pedagogo y profesor de filosofía aristotélica, conectó la herencia que griegos y romanos nos habían dejado con los visigodos. El saber de San Isidoro fue universal y abarcó todas las materias de las ciencias y las letras. Averroes (11261198), filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas, astronomía y medicina. Maimónides (1135-1204.) filósofo, jurista, médico y algo poeta. Leonardo da Vinci (1452–1519) fue a la vez artista, científico, ingeniero, inventor, anatomista, escultor, arquitecto, urbanista, botánico, músico, poeta, filósofo y escritor. Goethe (1749-1832 ) fue poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán. Humboldt (1769 - 1859) geógrafo, naturalista , explorador y poeta, influenciado por la Ilustración y la Revolución Francesa, afirmó que para abarcar toda la Naturaleza como un Todo, es necesario contemplarla bajo dos aspectos, el científico y el literario. José Echegaray (Madrid, 1832-1916) matemático, dramaturgo, político y Premio Nobel de Literatura en 1904. Gregorio Marañón (Madrid,1887-1960) desarrolló importantes trabajos como médico, científico, historiador, escritor y pensador. La lista sería interminable.

           La cita de estos extraordinarios personajes pretende poner de manifiesto que la especialización de saberes no es la única salida, existen otras. La opción es clara: la integración de las distintas ramas del conocimiento es una visión más completa y enriquecedora del ser humano. La sociedad de hoy necesita especialistas, es cierto, pero no podemos ignorar que el ser humano tiene y puede desarrollar muchas dimensiones simultáneamente. Todo depende de las ocasiones que se presenten, de la educación, de la motivación, de la curiosidad… Un niño puede expresarse bien y con relativa facilidad en dos idiomas a la vez aunque la mayor parte de los mortales dominemos sólo uno. Retomando el título de estas líneas y su principal idea subyacente podemos afirmar que Cifras y Letras son caminos complementarios en el sendero del saber humano. Letras y Cifras convergen hacia el ser humano. Lo explican, lo definen y lo enriquecen. Simplemente adornan el universo en un plano de igualdad y a los humanos, tanto unas como otras, nos hacen mejores y más sabios.