24 diciembre 2021

La dehesa transformada


  El mundo de las emociones y de los sentimientos es un vasto misterio: Resultan innumerables por su variedad, orígenes, niveles de intensidad, escenarios en los que se generan y expresiones que puedan concretarlos. ¿Cuántas emociones y sentimientos habitan en los seres humanos y de qué tipos? Al viajar por la red me he tropezado con una lista que describe hasta más de doscientos cincuenta. Seguramente encontraremos más.            

 Hay emociones positivas como son la alegría, la superación, el afecto, la libertad o la empatía. En casa de la negatividad habitan la ansiedad, el odio, la perfección, la venganza, la envidia, el desdén o los celos. En un tercer cajón podríamos encajar emociones y sentimientos ¿más neutros? Tengo mis dudas. Aquí podrían citarse aburrimiento, encanto, timidez, alivio, sorpresa, autonomía, concentración, firmeza, curiosidad, nostalgia, simpatía,….aunque será la intensidad de estos estados la que desplace a la persona hacia su beneficio o perjuicio.

               En todo caso emociones y sentimientos son esenciales para vivir y debiéramos aprender a digerirlos. No estaría mal que en casa y en la escuela se dedicaran diez minutos al día a esclarecer lo que encierra cada uno de ellos analizando situaciones cotidianas, fotos, poesías o pequeños relatos. La inteligencia emocional nos marca, es factor decisivo en nuestras vidas y es soporte para la profesión, en las relaciones humanas y también, por supuesto, para saber aprovechar el tiempo libre.

               Al pasear por la dehesa de La Jara me sorprendió el perfil del desgarro de una encina caída. Mis ojos se quedaron prisioneros en sus entrañas rotas de forma irregular. No pude resistirme y eché las fotos que ilustran estas líneas.




                ¿Qué emociones se adueñaron de mí ante tal infortunio? Mi primer desconsuelo fue pena y desolación. ¡Una enorme desgracia para un árbol¡ pensé, pero seguí mirando. Observé aquellos restos en silencio y descubrí un dragón desmembrado que parecía estar vivo y me miraba agónico, imagen caprichosa natural que el viento cinceló con su empuje asesino. Luego seguí sintiendo abatimiento, aflicción, agobio y amargura; angustia, asombro, ausencia; derrota, desaliento; desasosiego, desesperación, disgusto; estremecimiento, fastidio e impotencia; melancolía, nostalgia, pesadumbre y una tremenda vulnerabilidad. Me había identificado con la encina vencida y sus enormes trozos eran parte de mí. Lo que yo contemplaba era mi cuerpo fragmentado y sentí con terror la imposibilidad de unirlo. Este rompecabezas me generó un enorme dolor, realmente insoportable. Me alejé de allí buscando ayuda. A mi alrededor yacían otras encinas muertas, medio podridas, que imaginé personas. La dehesa había mutado en un gran cementerio.

22 diciembre 2021

Nochebuena con sardinas

                                                                                   Paz a los hombres y mujeres de buena voluntad"                                                    


            

                Era la Nochebuena. Posiblemente diecinueve sesenta. No lo recuerdo bien. La noche había caído aunque era media tarde. Con la mirada puesta en la ventana, el intuir el frio del exterior, te hacía sentirte a gusto. Alcaracejos, con impotencia y gozo, recibía una nevada enorme. Las calles, disfrazadas de un blanco paz, eran un espectáculo pasmoso y gratuito que te trasladaban a lejanos países. En las acacias, sus ramas no demasiado gruesas curvaban su esqueleto ante ese peso blanco que las embellecían y las incomodaban. De vez en cuando la nieve resbalaba por la pendiente verde que le ofrecían las hojas y estas recuperaban su inicial posición al vibrar y pararse.

 ¿Qué quieres de cenar? me preguntó mi madre.

                Yo, con mis nueve años, no me esperaba aquello. Mi madre decidía las comidas y el postre, y más en Nochebuena. Lo más frecuente era sopa de menudillo, algún pescado frito y aperitivos varios. Ya, para terminar, plato de polvorones con algo de turrón y copita, pequeña, de algún licor famoso, mejor 43, del que los niños solo se mojaban los labios o aspiraban su aroma.

                Sin dudarlo, le dije: La lata de sardinas, en conserva de aceite, es de mis preferidas. Pues vas y te la compras. Yo te daré el dinero.

                El abrigo, la calle y un extraño silencio, tan solo interrumpido al comprimir la nieve en un ambiente tibio, me hicieron trasladarme a un cuento, a una película en la que yo era el actor principal, lector y espectador.

                La tienda estaba abierta y Pepita me dio mi lata de sardinas. Definitivamente, esa noche fue una gran Nochebuena. Carraca y panderetas sonaban en la calle. Unos niños cantaban villancicos desafinadamente pero a mí me sonaban a música de ángeles. Una soberbia cena para un niño contento al colmar su ilusión. Mi padre, sorprendido, no salía de su asombro. El Niño, en un portal de corchos y maderas, sonreía levemente.

                Han pasado sesenta cortos años después de aquella noche y lo recuerdo todo como si fuera ayer. Demasiado tiempo para rememorar jornada tan espléndida. Mis padres ya no están pero los recupero cada vez que cenamos sardinas en aceite.

 Nota: Este relato corto es un pequeño regalo/confidencia para todos aquellos - as que me dedican un poco de su tiempo. Felices Fiestas para todos y muy especialmente, ¡¡ Felicidades para la Nochebuena!!

Publicado, justamente hace dos años, en mi otro blog: https://dubitandoexisto.blogspot.com/

 

15 diciembre 2021

Cuatro madres: momentos

 

 A.- Fue en Benidorm dónde hace treinta años escuché que “algunos tienen que disminuir para que crezcan otros”. Lo dijo la madre de un amigo que siempre estuvo dedicada a sus labores, dentro y fuera de la casa. Dentro para ayudar a la supervivencia cotidiana de su familia. Fuera para que sus hijos pudieran estudiar.

No era su intención, pero su entrega le permitió crecer con ellos.

             B.- Hoy coger el autobús ha sido todo un número: Una niña de tres o cuatro años se subió al bus como si fuera suyo. Exploró el interior y analizó a la gente con su mente infantil. La madre va detrás con un carrito. Aunque camina sola, va dando explicaciones en voz alta: "Es que es hiperactiva .....la niña grita ... da voces... ríe con risa estridente, bastante exagerada, y sin saber por qué .... Una abuela le dice: Qué guapa eres, pero qué guapa eres. La pequeña sonríe y nada por el suelo ... su mirada hacia el techo busca miradas cómplices .... Creo que es hiperactiva, es lo que se le entiende a la apurada madre que, para mi sorpresa, sigue hablando a la gente sin dirigirse a nadie….Esta niña es muy buena, es muy buena esta niña, pero no para. La pequeña sigue molestando: empuja, la gente le hace sitio y el pasillo del bus, desierto y despejado, queda para ella sola. Ha marcado terreno y todos, a pesar de la COVID, estamos más pegados, un poco apretujados contra las ventanillas. Los viajeros, impotentes, sin habla, observan en silencio la inesperada escena. La voz de la abuelita susurra como un eco cansado vestido de colores: Pero que guapa es, esos tirabuzones, esa carita alegre, esos ojos tan negros,....es que es hiperactiva, continúa repitiendo la madre. Me pregunto ¿quién ha crecido aquí? ¿La niña?, ¿los viajeros?, ¿la justificadora madre? ¿Alguien disminuyó?. El autobús se para. He llegado al destino.

             C.- Es medio día y estoy sentado en la terraza de una cafetería. Había previsto estar con un amigo oculto por el virus pero me avisa que no puede venir. Persisto en mi quedada, ahora ya solitaria, y decido tomarme la concertada copa a solas con mis musas. En la mesa de al lado una madre y dos hijos acaban de llegar. Piden unas bebidas y, en mi opinión, unas chuches de más. La madre coge el móvil, marca y conversa ausente. Su mirada se pierde en un ver sin mirar o en un mirar sin ver. Cualquiera sabe. Con la mano que se le queda libre bebe su botellín y gesticula, supongo que en armonía con la conversación que no oigo. La niña, algo aburrida, se asoma a la botella de refresco. Enfoca su interior y lo analiza como si fuera el ocular de un artilugio óptico. Su hermano mientras tanto, engulle gusanitos, patatas, aceitunas, mollete y algo del aquario de su hermana. Su bebida de cola se la tomó de un trago. Debía de tener sed.

            Tras un largo rato de charla por el móvil, la madre vuelve a tomar conciencia de su entorno. Su parloteo solo fue interrumpido por la caída y rotura del casco de refresco que el camarero, atento, barrió con rapidez: quería evitar que niños orbitantes alrededor de la madre y la mesa sufrieran algún tipo de herida. La mamá se levantó y pidió otra cerveza. No sé cómo pasó pero opté por quedarme, observar y anotar la situación en un autocorreo que a veces me remito. Toda la cháchara entre la madre e hijos ha sido regañar la primera por la quiebra del vidrio. El resto de este tiempo la adolescente madre lo dedicó al teléfono. Mamá, ¿nos vamos ya? dijo la niña chica. Hija, un poco de paciencia que acabe la cerveza.

En esto llegó él. Ella encendió un cigarro. Los niños juegan solos. Él se comió la tapa que a ella le pusieron en la segunda caña. De un prolongado sorbo se terminó la suya y les dijo a los niños: ¿Lo estáis pasando bien? Los niños gritan....¡ Siiii ! La madre al mayorcito: ¡No interrumpas cuando hablan los mayores! y ¡A la niña no se le dice perra! El niño tira hielos, la niña los evita, se tropieza y se cae. Ella gimotea un poco y yendo hacia su hermano le pega un empujón. ¡Niños estaros quietos! ¡Qué pesadez de niños!

Es ya la hora de irme. Me pregunto perplejo quién perdió y quien ganó. ¿Los niños? ¿La adolescente madre? ¿El ágil camarero? ¿El padre paracaidista? ¿La sociedad civil?

        D.- Parque infantil de Vistalegre, Córdoba, 12 de la mañana. Un niño de dos o tres años coge tierra del suelo y, repetidas veces, la arroja contra su madre. La mamá ni lo mira. Solo habla por el móvil. Gira sobre sí misma para evitar la tierra que el mocoso le lanza. El pequeño gira también y le busca la cara ¿ o quizás busca el móvil?. La madre sigue hablando. El churumbel insiste en el inmotivado bombardeo cada vez con más rabia. La madre comunica. La línea esta ocupada. El niño continua con los lanzamientos de arena, polvo y piedrecitas. Sus manos son pequeñas excavadoras que atrapan la tierra en su interior y luego la escupen con coraje. La madre sacude su chaqueta. El niño exasperado se ducha con la tierra una vez, dos, tres veces, cuatro veces, ... La mamá interrumpe el estúpido baño: ¡¡Niño!! ¿Estás tonto o qué? Un manotazo ha parado la ducha. El chaval se revuelve, coge una piedra grande y la tira a su madre. Esta ya, con un tic tac de nervios, guarda el móvil en el bolso. El niño la llama mientras busca un caballito de madera azul que tiene por patas un solo muelle enorme. P'alante, p'atrás, p'alante, p'atrás.......No se mueve del sitio, pero para el pequeño eso es ir de viaje. La madre lo observa y saca el móvil.

Es evidente que el día tiene muchos y variados momentos que retratan a padres y abuelos, momentos mejores y peores, pero estos cuatro, que no para nada son caricaturas, están sacados de la normalidad, son pura realidad y me dan qué pensar.





11 diciembre 2021

Manuela y Miguel

 

Este relato recoge la realidad de unos personajes con nombres ficticios. Los hechos ocurrieron en un pequeño pueblo de Andalucía que pudiera situarse en Huelva, Sevilla o Córdoba. Lo mismo da. Ni los nombres de los protagonistas ni tampoco el del pueblo importan demasiado.

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Manuela y Miguel se casaron en 1920. Ella contaba con 23 y él acababa de cumplir los 27.

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Manuela había nacido en el seno de una familia venida a más gracias al enorme trabajo e inteligencia de su padre. Su madre, ama de casa, experta en el ahorro, en el coser y en la cocina la enseñó desde chica. También a sus dos hermanas. Su hermano, el más pequeño, era el ojo derecho de su padre y se le permitió estudiar. Eran tiempos en los que las mujeres – y más en un medio rural - tenían muy complicado romper los moldes que el modelo social les imponía, a pesar de manifestar brillantez, soltura y eficacia.

          El padre de Manuela, Santiago, desde muy joven se dedicó al comercio. Negociaba con cerdos que vendía a carniceros, hasta que se dio cuenta que los márgenes de esta profesión eran muy superiores a los tratos de comprar y vender los animales vivos. Comprar al por mayor, un cerdo entero y vivo, y vender al por menor, un cerdo troceado y los productos derivados de su matanza, multiplicaba los beneficios. Así que, emprendedor empedernido, estableció su propia carnicería y se buscó personas expertas en la elaboración casera de chorizo, morcillas, curación de jamones, echar lomo en aceite, salazón de tocino, etc. Manuela y sus hermanas se hicieron mañosas chacineras. El trabajo era duro y madrugón, pero con las ganancias y la atinada administración de sus padres, pudieron adquirir una huerta. Sin perderla de vista, pusieron a su cargo a un hortelano que con oficio y trabajo mantenía a su familia y les entregaba cierto dinero al año, un pequeño alquiler. Además Santiago, con su recua de burros, daba salida a todos los productos que elaboraban: vendía por pueblos próximos, visitaba cortijos, ventorros, poblados de mineros,…. Su género era bueno y los precios ecuánimes. Vendió mucho y sus morcillas tuvieron buena fama. De esta forma el ciclo productivo era perfecto: criar cerdos, matanzas casi diarias, producción de embutidos, venta de carnes y de lo elaborado, ahorro de varios años, compra de algún terreno (un solar, una cerca, un pequeño olivar,….). Y vuelta a empezar.

Todo lo anterior para explicar que gracias al trabajo de su padre, Manuela, óptima observadora, conoció bastante bien sus negocios y fue experta en tratar con la gente, aparte de ser una gran cocinera. Santiago, sabio él, le preguntaba algunos pormenores a su hija. Le gustaba escucharla. Se podría decir, sin tapujos, que había dejado atrás a su madre a pesar de su juventud. Era una familia que había vivido mucho en la calle, entre la gente. Algunos les estaban muy agradecidos por lo bien que comían al trabajar con ellos, por pagar algo más y, sobre todo, por el trato esmerado que recibían.

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          Miguel era el séptimo de once hermanos. En su casa nunca faltó de nada pero tampoco sobró. Sus padres, Rafael y Eloisa, eran conservadores, muy clásicos. Rafael siempre tuvo una tienda. Le venía de familia. Sabía leer, escribir y las cuatro reglas. Su establecimiento, propio del ámbito rural, era lo que conocemos por un colmado, un comercio mixto en el que se vendían todo tipo de mercaderías, desde alimentos y bebidas a zapatillas y herramientas. Era un hombre establecido, tranquilo, honrado y trabajador. Esa posición le permitió conseguir ser el delegado local de un conocido banco y concejal en el ayuntamiento. Se podría decir que su posición social sería la de una clase media acomodada.

Eloisa llegó al pueblo como hija del recién destinado médico. Como tal fue sujeta de una esmerada educación, algo rígida y desde luego dentro de la Iglesia Católica, apostólica y romana. Le gustaba vestir bien. Había ido a la escuela y había tenido la oportunidad de aprender algo de música y francés con una institutriz. Sus modales eran refinados y la prudencia su norma. En la calle llamaba la atención por cierta distinción y unos ojazos negros y profundos que no pasaron desapercibidos para Rafael.

          En una casa con once hijos y en aquellos tiempos, Miguel había nacido en 1893, el ambiente era el de un semicuartel con horario fijo para todo y todos. Su padre se pasaba el día entero trabajando y siempre estaba fuera: no era fácil mantener a una familia tan numerosa. Eloisa, su madre, siempre dentro, se ocupaba de comidas, educación, escuela, limpieza, compras, médicos y ropas. Necesitó, a diario, la ayuda de dos mujeres, aunque a veces resultaban insuficientes. Los hijos mayores se fueron haciendo cargo de los pequeños y de atender algunos recados. Un orden muy estricto en la casa, en los comportamientos y en las responsabilidades de cada cual, marcó a Miguel y a sus hermanos. Para algunos, como el caso de Miguel, fue norma de vida; otros optaron por el camino contrario y se desarrollaron como auténticos ácratas.

    Miguel y Manuela se casaron y desde el primer momento fueron independientes de sus padres. Miguel regentaba un buen comercio y un bar que daba comidas. Manuela, era el alma de la casa y desde luego de la cocina. Miguel rígido de pensamiento y de obras, a veces tenía dificultades con algunos clientes, pero allí estaba Manuela con su sonrisa y sus frases cortas para limar asperezas. A veces bastaba su silencio o su mirada. Su inteligencia emocional y su empatía, desbordantes, solucionaban la situación. Era un soplo de aire fresco en medio de incómodos debates. Sus palabras parecían finas gotas de lluvia que aliviaban el secarral que marcan las empecinadas diferencias. Miguel autoritario, Manuela tolerante. Miguel creía en un Dios castigador, Manuela en un Dios lleno de misericordia. Miguel más hablador, Manuela estaba más por la escucha. Miguel muy vehemente, Manuela sosegada. Manuela supo desde el principio que tendría que trabajar a un abrupto Miguel, pero se enamoró de él porque era un hombre honrado, amigo de la justicia, del orden en libertad y que albergaba un tierno corazón. Juntos se equilibrarían. Su instinto le decía que marcharían bien.

          Tuvieron cuatro hijos y lucharon a tope por darles de comer y algo más: siempre fueron conscientes de la importancia de su educación, entendiendo por ello formación en la escuela y respeto a la gente, a las cosas y a Dios. Se esforzaron muchísimo por sembrar en su interior unos valores cristianos y una cultura social sensible con los débiles, con aquellos que no habían tenido sus mismas oportunidades. Miguel les repetía a sus hijos, hasta la saciedad, el privilegio que tenían al poder disponer de botas en invierno, mientras que otros niños iban con alpargatas y con los pies mojados. Incluso otros descalzos. Había mucha necesidad. A los casos más críticos de estas pobres familias les fiaba en su tienda y a otros, en ocasiones, no les cobraba.

          Las cosas iban bien para Manuela y Miguel con las complicaciones propias de una familia en un pueblo andaluz, de ámbito rural y minero, con cuatro hijos y una tienda con bar.

La cuestión religiosa surgida en la Segunda República vino a enturbiar la tranquilidad de la familia. Para una persona como Miguel, educado en la ortodoxia católica y ambiente conservador, fue muy difícil de asimilar, por no decir imposible, la separación radical entre la Iglesia Católica y el Estado, tal como recogió la Constitución de 1931. España no tenía religión oficial (Art 3) y se prohibieron los colegios de las órdenes religiosas (Art 26), que luego se desarrollaría, en 1933, por la Ley de Congregaciones Religiosas. Pocas semanas después de haberse proclamado la Segunda República, se produjo la quema de conventos – entre el 10 y el 13 de mayo – primer conflicto grave de orden público que tuvo que enfrentar el recién nacido régimen. Decenas de edificios religiosos ardieron en parte o por completo, se destruyó patrimonio eclesial, cementerios de conventos fueron profanados, murieron varias personas y otras resultaron heridas. A Miguel todo esto le produjo una enorme desazón. Lo entendió como un mal presagio. ¿Qué estaba pasando? Para una persona de orden como él le costaba entender ese brote de violencia.

Lo anterior fue definitivo para la progresiva radicalización de Miguel, militante de Acción Católica. Esta institución, fundada en 1922, fue consolidada por Pio XI en 1931 para evitar la aniquilación del apostolado seglar por el régimen fascista de Mussolini. Fue la respuesta del Papa por haber decretado "Il Duce” la disolución de cualquier asociación juvenil distinta de las ligadas al partido único. Acción Católica agrupaba a los fieles bajo la jerarquía episcopal para recristianizar la vida pública y combatir la influencia del laicismo. Miguel se reafirmó en sus convicciones: se agarró a ellas porque estaba convencido de su validez.

En abril de 1931 se funda Acción Popular, partido español confesional católico. En su pueblo Miguel frecuentaba sus mítines y no ocultó nunca su devoción por estas siglas. La fundación de Falange Española en octubre de 1933 fue otra de sus referencias pues simpatizó con este movimiento desde sus inicios y le sirvió para identificarse con un grupo de personas del pueblo, todas de derechas y católicas en mayor o menor grado. Miguel tiene 40 años. La ideología de Falange era un fascismo a la italiana, pero con un rasgo propio: su catolicismo.

          Miguel tenía bastante claro lo que significaba ser católico en la España de 1930: su madre le había enseñado a rezar, a bendecir la mesa. Hizo, por supuesto, la Primera Comunión. Se casó por la Iglesia, iba a misa los domingos y fiestas de guardar, todos sus hermanos fueron bautizados lo mismo que sus hijos y el cura era una autoridad local. Había apuntado a todos sus hijos a la catequesis de los sábados y había recogido firmas en el pueblo para protestar contra los apedreos de que eran objeto por asistir a un acto pro-religión. Era amigo de procesiones, de la Semana Santa y de la Navidad y disfrutaba colocando juguetes en el balcón de su casa el día de los Reyes Magos. Por las noches daba gracias a Dios y rezaba un Padre Nuestro antes de ir a dormir, como cuando era niño. Por medio de la tienda practicó actos de caridad anotando, en ocasiones, la mitad de lo comprado por familias muy pobres. Su mujer, Manuela, era el alma mater de la casa. La respetaba y la quería. Se quejaba de que le reñía más de la cuenta, según él, sin motivo.

          La palabra fascismo no sabía bien lo que significaba porque Miguel no tenía estudios, pero su origen familiar entre conservadores, sus opiniones en blanco y negro, su posición social (industrial) y su círculo de amistades le hicieron caer en las proximidades de ese territorio, aunque su verdadera y fundamental ancla fue siempre su religión, la religión de sus padres y de sus abuelos.

          Como expresión de su ideología de derechas bastante conservadora fueron sus manifestaciones en favor de la dictadura de Primo de Rivera (1923 -1930) y su disgusto cuando este cansado, abandonado y enfermo dimitió en enero de 1930. Para colmo su casa estaba cerca del cuartel de la Guardia Civil. Conocía a todos los guardias porque eran clientes del bar. A veces fue su confidente de necesidades y problemas y a alguno, incluso, llegó a prestarle dinero, por supuesto sin interés.

          Analizando el cúmulo de circunstancias que rodearon la vida de Miguel se llega a la conclusión de que estaba predestinado a ser una persona muy amante del orden, conservadora, defensor acérrimo de la Iglesia Católica y con cierta sensibilidad social. Nunca perteneció a los ricos del pueblo ni al círculo de caciques, aunque la vida y los esfuerzos familiares lo incluyeron en una clase media acomodada.

          Su tienda era frecuentada por familias de obreros, mineros, trabajadores agrícolas y gente de clase media. Miguel tenía una libreta donde anotaba las deudas. Muchos debían cuentas atrasadas que iban pagando, poco a poco, por semanas. Al bar iba algún maestro de escuela, los guardias, representantes, viajantes, camioneros, etc…Los platos que preparaba Manuela eran excelentes, abundantes y a muy buen precio. Varias veces a la semana en la puerta de su casa le dejaban pescado fresco venido desde Barbate. El negocio tenía buenos pilares, entre otros las doce o catorce horas diarias que él y su esposa le dedicaban.

          Miguel nunca fue de clase alta, era un trabajador por cuenta propia, un autónomo que nunca los obreros tomaron por uno de los suyos … un padre de familia católico, apostólico y romano. Nunca hizo daño a nadie, nunca explotó a ningún trabajador …. pero le gustaba definirse, prefería las cosas muy claras, por eso el 18 de julio de 1936 tomó partido por la sublevación, seguramente pensando en un golpe parecido al que dio Primo de Rivera, pero se equivocaba: ni el escenario político de 1923 era el de 1936 ni Franco era Primo de Rivera….. meses antes  había sido detenido por dar vivas a la patrona de su pueblo en mitad de la calle. Estaba prohibido. La religión sólo podía manifestarse en los templos o en las casas.

Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Durante años Miguel había ido dando pasos hacia un destino fatal y trágico, hacia un precipicio mortal. En agosto de 1936 Miguel, tras unos días en la cárcel del pueblo, fue cobardemente asesinado junto a otros vecinos después de darle el famoso paseo. A España la esperaban tres horrorosos años de Guerra Civil.

***

          Es aquí donde empieza la historia que permite calificar estas líneas como un relato para la esperanza, porque cuando Manuela se queda sin marido es la parte que más nos interesa. Las líneas anteriores conforman el escenario que nos permitirá comprender lo que sigue:

Tenemos una Manuela destrozada por dentro, viuda con 39 años, tres hijos menores de edad y otro movilizado en bando nacional. Imposibilidad total para seguir con el negocio y viven en zona roja. Tampoco es verosimil la recuperación del cuerpo de su marido ni de ninguno de los asesinados. Y es ahí donde aparece la grandeza del espíritu humano y la tremenda fortaleza de Manuela. La noticia de los fusilamientos ha recorrido el pueblo. Personas de derechas y de izquierdas no dan crédito a lo sucedido. Al parecer han tenido mucho que ver mineros llegados de otras latitudes. La gente habla de algunos de Linares puestos de acuerdo con algunos del pueblo. Muchas personas acuden a casa de Manuela y a todos les dice lo mismo: “Mi Miguel llevaba muchas papeletas y le ha tocado la lotería. Todo esto es una lotería. Había comprado muchas papeletas y le tocó el mayor premio de la rifa. No queda otra salida que perdonar y olvidar”. No hacía ni veinticuatro horas…. El personal se queda estupefacto. No saben qué decir. Esperaban una Manuela rabiosa, encabritada, …. Una Manuela que gritara asesinos, hijos de la g….p…., salvajes, cobardes, manada de lobos hambrientos de sangre inocente, malditos… Manuela con sus tres hijos alrededor solo llega a decir…"Ha sido una lotería. Llevaba muchos números….Perdonar y olvidar”. Desde el minuto uno su pecho no albergó ni un segundo de odio. Seguramente no tenía muchas fuerzas y las pocas que retenía las usó para intentar animar a sus hijos y explicarles tranquila la ausencia de su padre.

          Vecinos y clientes de derechas e izquierdas fueron a darle el pésame. Unos le llevaron comida, otros liquidaron las deudas que estaban apuntadas en la libreta azul de tamaño octavilla con letra y lápiz de Miguel. Fueron muchos los que lloraron la pérdida de Miguel y lágrimas de izquierdas y derechas se juntaron en los mismos pañuelos. Pero ¿Cómo? ¿Por qué?... Si Miguel no perjudicó a nadie, tenía sus cosas como todo el mundo pero ¿qué hizo para que lo mataran? Manuela, compungida y llorosa replicaba: “Son cosas de la guerra”. “Perdonar y olvidar”. En esto un familiar, creyendo consolarla, le susurró al oído: “Ya llegarán los nuestros y tendremos venganza”. Manuela abrió los ojos, la miró con coraje y apretando los dientes le respondió inflexible: “Eso nunca. ¿Me entiendes?, nunca”. Pero….algo habrá que hacer, le respondió la otra. “Perdonar y olvidar es la única salida” le dijo dándole un par de suavecitos toques en la mano.

          A Manuela, vecinos y familiares, la ayudaron durante varios meses. Muchos querían mostrarle su cariño y solidaridad. Personas de la izquierda, avergonzadas por lo ocurrido iban a verla anochecido. Familiares y gente de derechas lo hacían a cualquier hora del día, pero sin señalarse mucho. Manuela les rogaba que no fueran a verla porque eso suponía un riesgo para sus propias familias. Manuela estuvo agradecida, especialmente, a una familia socialista que por la parte posterior de la casa, por el patio, le hacía llegar alguna cosa de comida. También a un carnicero que controlaba el racionamiento de carne: siempre guardó un trozo para su hijo que, empujado en la cola por hijo de fascista, lo relegaban al último lugar tras varias horas de espera.

          Con el apoyo y ayuda de los vecinos y amistades y – fundamentalmente – de su padre, Santiago, ya viudo, Manuela pasó unos meses hasta que pudieron pasarse a zona nacional donde recibieron todo tipo de auxilio como viuda de guerra con tres hijos menores. Tuvo noticias de que al dejar su casa, esta fue saqueada. Se lo llevaron todo, todo, todo. Además de los muebles y su cuidado ajuar reunido con los años, arrancaron puertas y ventanas: cuentan que hasta los azulejos de la cocina. Al parecer las paredes no tenían ni las alcayatas en las que un día se colgaron sus cuadros. Manuela ante estas noticias de execrables desmanes callaba y repetía: “Son cosas de la guerra. Las guerras vuelven locas a las personas”.

          El tiempo pasó y Manuela luchó por sus hijos lo indecible. Trató con sus escasos medios económicos, pero con gran sabiduría en sus palabras, de que sus hijos salieran adelante. Sobre todo entendió que la guerra pasó y que la envidia, el odio, el rencor y el resentimiento no debían de ser moneda de cambio en la postguerra. Lo que pasó, pasó. Su radio de acción no superaba a su familia, pero en su presencia nuca se habló de la guerra civil. Sus hijos se emanciparon. Manuela guardó silencio hasta su muerte. Con su padre, su hermana, cuñado y sobrinas vivió tranquila. Al menos aparentemente, a pesar de que el cuerpo de Miguel quedó en las profundidades.

          Un vecino allegado comentó que con motivo de la designación de su hijo mayor como alcalde del pueblo Manuela lo llamó y le hizo la siguiente recomendación: “Como yo me entere de que te vales de tu puesto de alcalde para tomar represalias contra aquellos que tuvieron que ver algo con la muerte de tu padre, me harás la mujer más desgraciada de la Tierra”. Habían pasado casi treinta años desde la finalización de la guerra incivil española, pero Manuela seguía manteniendo lo mismo que dijo al siguiente día del despiadado crimen. Su espíritu fue un terreno infértil para todos aquellos que intentaron sembrarle odio y resentimiento. 

    Por todo lo contado el ejemplo de Manuela forma parte de estos Relatos para la Esperanza. A mi entender es una vacuna contra la intolerancia, la envidia, los odios y el resentimiento. Es una vacuna contra la división, los enfrentamientos y contra la posesión de la verdad. Hay actitudes humanas que marcan el camino del encuentro hacia los otros, los diferentes, los que no piensan como nosotros y Manuela, sin estridencias, sin ruido y en silencio, marcó el suyo. Estamos seguros que otras madres y esposas de muertos en la izquierda y en la derecha marcaron el mismo rumbo que Manuela: Perdonar y olvidar porque fueron cosas de una guerra incivil entre hermanos.

 


04 diciembre 2021

Libros huérfanos

 

Me he tropezado con más de treinta libros en una papelera. Miré y lo comprobé. Incrédulo he sacado unas fotos. En esta sociedad tan fría y superficial, tan sobrada de todo, se abandonan mascotas, se reniega de ancianos y se desechan libros. ¿Quién nos lo iba a decir? Pero la realidad tozuda nos coloca en el sitio y a costa de tocarla, verla, oírla, transcribirla y sufrirla nos hemos acostumbrado. De la misma forma, la cancerosa indiferencia que navega sobre los gladiadores negros de la vida, muertos en los Estrechos, se prolonga en el alma y vemos impasibles a unos pobres mal liados en cartones pasar la noche al raso. Con el paso del tiempo y de las experiencias, nuestros corazones se pueden volver duros y aquellos sentimientos de generosidad y amor desaparecen, mueren y se disipan. Así nos transformamos en personas – castillo, donde la coraza del tiempo, el escaso cultivo de nuestra comprensión y el confundir ternura como debilidad construyen baluartes que filtran todo aquello que nos pueda hacer daño.

    Pobres mascotas solas sin cobijo y sin techo. Pobres ancianos solos a los que depositan con más ancianos solos. Tristes aquellos libros que no encuentran ninguna estantería donde enseñar sus lomos porque, toda mascota que se precie necesita su dueño, una persona anciana requiere compañía y todo libro solo solicita un lector.

    La papelera acoge generosa a Miguel de Cervantes al que da compañía don Antonio Machado. La magia del Macondo de Gabriel García Márquez se alimenta de la maravillosa dieta del doctor Grande Covián y de la acrisolada bondad de Tenzin Gyatso, decimocuarto dalái lama. Los versos de Goethe piden su sitio junto al hispanismo de Ian Gibson y a los ensayos de María Zambrano .… libros de la poesía española del siglo XVI, tratados de autoayuda, varias filosofías, algún libro de texto,…todos, sin orden ni concierto, curan su soledad en la inhóspita cámara de una desconocida papelera puesta para otras cosas. Un libro es algo más que papel. Resulta curioso que a los libros les atraiga estar juntos mientras que los autores aman la soledad y aspiran al silencio para poder oírse. Así, ese contacto íntimo, en la rígida bolsa vertical, a la gran mayoría, les hace sentirse incómodos y la gente que pasa oye como lamentos. Extrañas voces brotan de aquella papelera: “Échate para allá”, “Me estás haciendo daño”, “A lo que hemos llegado”, “Huele bastante mal”, “Que me saquen de aquí”,…. La gente circulaba deprisa metida en sus burbujas, pero, como si hubiera chocado con un tabique transparente, la niña se detuvo frente a la papelera con su mirada azul. Solo los niños pueden interpretar la llamada de un libro prisionero. A su cabeza vino la imagen rebosante del frutero de casa. Los libros asomaban como queriendo ver. Dentro se preguntaban: ¿Nos recogerá a todos o elegirá solamente a unos pocos? Los libros y sus autores se sentían muy nerviosos ante la incertidumbre. La chica alzó la voz. Todos la pudieron oír: “Está bien, os adoptaré. Ahora vuelvo. Los sitios de los libros son las estanterías, aunque mejor están abiertos bajo la visual de unos ojos lectores”. Intramuros de aquellas oscuras estrecheces libros y autores respiraron aliviados.

    Se puede comprender que en tiempos de Internet, con una oferta on line que tiende al infinito, sobren algunos libros, pero deshonrarlos en una papelera – junto a papeles sucios, restos de bocadillos y botellas de plástico, no parece que sea la mejor solución. Antes de dar salida a una acción tan indigna, se podrían barajar otras varias opciones: existen bibliotecas callejeras en cabinas de teléfonos públicos y plazas del mercado; también en restaurantes, bares, incluso iglesias, donde se depositan y la gente canjea unos libros por otros: lo importante es leer. Se pueden sondear tiendas de segunda mano que se convierten en dormitorios de cultura y buenos yacimientos para coleccionistas. La opción de alguna biblioteca pública – previo envío de una lista – tampoco es desechable….. Si todo esto fallara siempre nos quedará el contenedor azul. Con un tímido esfuerzo y un gramo de conciencia, podemos conseguir hacer un nuevo libro de libros desechados y mantener así la esperanza que anhela todo papel viviente: pertenecer a un libro durante mucho tiempo, porque reciclar prolonga la existencia. Cualquier otra elección siempre será mejor que convertir un cesto – papelera en una mala morgue de libros no queridos. Los libros, igual que la personas necesitan un sitio bañado en dignidad. También los libros reclaman sus derechos.

    Ayer me emocioné viendo como libros y amigos estuvieron presentes en el sentido adiós de Almudena Grandes. Esos libros alzados constituyeron un homenaje inmenso. Nada que ver con la humillante imagen de libros apilados en una papelera.



02 diciembre 2021

Un relato del relato

Objeto de relato ( I )
Estoy enamorado del relato, no de uno en especial sino de todos. Apenas no he terminado uno cuando ya estoy en otro. En este sentido me considero infiel. Disfruto con su lectura y creo que, al escribirlos, desempolvo neuronas y exprimo mi ficción. Los relatos ayudan a construir la propia identidad, tanto de pueblos como de las personas. No tener un relato es como el no existir, no ser.

               El relato alimenta y despierta mi adicción al conseguir que cuanto más lo trato más necesito de él. Hay días que inicio dos, a veces tres y casi nunca cuatro. En medio de esas horas, que caen como las hojas, descubro alguno más que leo con impaciencia, aunque opto por aquellos que no son prolongados. Este encadenamiento me recuerda al atleta que cada día recorre un poco más y un poco más difícil, a aquel lector en el que un día sin libros es una etapa hueca y sin sentido. Narrar permite plasmar tu mente en un papel o digitalizar tus pensamientos. Dos posibilidades increíbles que confinan esa energía mental, a veces en desorden y con muy poco acierto, en los límites físicos de un papel o una pantalla en blanco, pero que ayuda a establecer mundos nacidos en las profundidades de la mente, de tal manera, que no pierdes el hilo y encuentras el ovillo.

Objeto de relato (II)
               El relato es un amigo fiel. Conoce mis paradas y mis vacilaciones. Con frecuencia me espera a que busque un final y en silencio me habla y me anima a seguir. Es un gran ayudante para reflexionar y poder ver más claro. Es paciente. Él comprende las dudas y las incertidumbres y aguarda complacido la esdrújula oportuna, las mejores palabras y la coma en su sitio. Lo breve lo disfruta tanto como lo extenso. Por momentos, sospecha que escritor y algunos escultores, de madera o de mármol, son entes antagónicos a la hora de crear: el escritor es un pegapalabras - encaja ideas en un espacio en blanco- que viaja de lo pequeño a entidades mayores como serían las frases y las páginas; el escultor en cambio, a base de golpes de martillo y cincel – o de gubia en su caso – transita de una considerable masa a otra más reducida: con sus precisos golpes desprende lo pequeño para llegar al alma que su materia encierra y su mente previó. Quizás el escritor pudiera definirse como un imaginero que esculpe con palabras.

               Se podría hacer un relato uniendo emoticonos. Las imágenes hablan y comunican mejor que las palabras, de ahí el famoso dicho. Las Meninas o el cuadro de las Lanzas convierten a Velázquez en un pintor enorme porque Velázquez narra al transformar sus pinceles en plumas que escriben con colores. Picasso y su Guernica nos introducen en el relato de una enorme tragedia sin pronunciar palabras y Klimt, con su famoso Beso, nos sumerge en un mundo de calidez y amor. Hay cuadros que inspiran a escritores y escritos novelescos que originan pinturas estableciendo así una simbiosis cómplice.

               Los relatos han existido siempre y nos acompañan desde nuestra infancia, hemos crecido juntos: más de una vez nos hemos dormido con los cuentos – leídos o contados – de nuestros padres y abuelos en los que príncipes, enanitos, brujas o fantasiosos personajes desfilaron por nuestra imaginación. Animales que hablaban, niños voladores, personas con superpoderes, viajes increíbles… En los pueblos siempre hubo historias de amores imposibles entre moras y cristianos, de casas encantadas, atrevidos bandidos, bienhechores anónimos o ruidos increíbles .... No deja de impresionarme la buena disposición de los niños para este tipo de narraciones donde la inocencia es la cómplice imprescindible.

               Hoy, continúan presentes los cuentos de toda la vida compartiendo su espacio con nuevas creaciones y además los relatos han proliferado en todos los sectores ya que son buenos instrumentos para comunicar. Esta proliferación, en ocasiones, ha degenerado en sutiles engaños. Como todo en la vida la narración puede utilizarse para bien y para mal. Así, hoy cuentan “cuentos” los banqueros, los asesores de cualquier tipo (abogados, entrenadores, dietistas ….), los vendedores, gestores de empresas o de fondos de inversión, agentes de bolsa y de seguros, compañías de electricidad, políticos, periodistas, …. El relato es una herramienta muy poderosa para cualquier tipo de marketing y ahí estamos rodeados de narradores y narrativas que rozan lo perverso. El problema es grave porque resulta muy difícil separar el trigo de la paja, la manipulación de lo que no lo es. Tenemos que utilizar todos los recursos a nuestro alcance para detectar a esa muchedumbre de parlanchines sectarios e interesados que solo pretenden seducirnos con sus mentiras en beneficio propio. Según Ignacio Urquizu "estamos en una época en la que los hechos no son más creíbles que los relatos".

               En cualquier caso el relato o sus transformaciones (historias, leyendas, narraciones, cuentos, parábolas, novelas...) constituyen crisoles gráficos de la imaginación y han ocupado, ocupan y ocuparán un lugar destacado en nuestras vidas porque el relato, escrito, leído o escuchado, como colega cómplice perfecto, es parte sustancial de la existencia.

Objeto de relato (III)
Nota: Esta entrada se publicó el 19/10/2021 en https://dubitandoexisto.blogspot.com/2021/10/un-relato-del-relato.html , blog del mismo autor.