Hacía tanto tiempo que Cándido Buenaventura
había dejado la escuela que cuando vio su cartera – maletín pensó que no era la
suya. Las iniciales BC escritas con letra gótica, en una pequeña etiqueta, le
refrescaron la memoria. Se las había dibujado un alumno gay, artista desde que
un rayo le chamuscó la cabellera, que cada mañana se empeñaba en decirle: ¡Buena
ventura Cándido! Era su peculiar manera de saludarlo al mismo tiempo que le
deseaba suerte.
Una
añeja capa de polvo recordaba en aquel cartapacio el aspecto de una vieja
botella bodeguera, de esas que se venden por unas cuantas docenas de euros tras
veinticinco años de reposo, solo roto por la mano experta y delicada del
silencioso enólogo. ¡Hasta el ruido o un ligero golpe pueden hacer que el vino
pierda calidad! Cogió su envejecido, y también jubilado, maletín y no pudo
evitar dejar las yemas de los dedos señaladas sobre su superficie. Tampoco pudo
reprimir correr la cremallera. Tenía la sensación de estar mancillando las profundas
esencias de su memoria. Metió la mano lentamente y sacó unos papeles unidos por
un clip. Su mente se transportó al pasado. Habían pasado ya casi veinte años desde que “colgó la tiza”. Comenzó
a leer.
La carta
En
media cuartilla, escrita a mano dulce, se podía leer: “Estimado don Cándido: Me dirijo a usted como tutor seductor educador responsable
del curso de mi hijo, Rogelio Ramos Ruiz. Como madre quiero expresarle mi
agradecimiento por el trato, dedicación y psicología que todo el profesorado de
4ºB ha tenido con él. Soy consciente de que gracias a todos ellos, y ellas, mi
hijo puede abordar con fantasía garantizada la nueva etapa educativa de
Formación Profesional y así buscarse un sitio móvil en esta sociedad de frágil
cambio. Haga llegar a todo su equipo mi agradecimiento, mi cariño y mis mejores
vibraciones empáticocuánticas. Les deseo lo mejor. Si lo hago a través de
usted, por escrito y con tinta inmortal, es porque quiero dejar constancia de
mi perenne gratitud. Atentamente, Loli Ruiz, no siempre la invisible.”
Cándido
había guardado aquella carta porque, a pesar de sus veinte años de docencia,
fue la primera, y única, vez que alguien reconocía por escrito su buen hacer y
el de sus compañeros. No tenía noticia de una situación similar. Con
satisfacción leyó la carta en la grávida sesión de evaluación del grupo. En
ella se acordó darle las gracias a Loli Ruiz, por supuesto, también por escrito
y con tinta de manzanilla de limón.
Notitas
Lo que realmente ocurre en el
aula es un verdadero y poliédrico jeroglífico y desde luego está alejado de
asuntos como las capas de la corteza terrestre, los sinónimos de verdadero o
los ríos de tu comarca …. Estos papelillos mensajeros interceptados por don
Cándido así lo demuestran. El pastel se descubre cuando el maestro se incauta
de un sospechoso bolígrafo, que va de mano en mano, relleno de
notitas, que circulaba entre Martina y Raquel. También interviene Mª del Mar,
aunque el origen es Patricia.
-
- Mar, tía, sabes que hoy López me ha tocado
el culo, así que ya sé que me quiere, además me lo han dicho.
- - Imposible, tía.
- - Tú no estabas en ese momento.
- - Escríbele a Martina que
tiene cara amarga.
El
interior del boli, a modo de cofre transparente y alargado, albergaba otra notita escrita en un recorte de papel irregular procedente de una hoja rayada:
- - Tía, mañana vienes sí o sí ¿¿eeee…?
- - Yo no puedo, interviene
Raquel.
- - Martina: yo no lo
sé, pro a q hora es x si voy.
- - A las cinco, aquí en el insti.
No
era cuestión de interrumpir la clase y comentar el contenido de aquellos
papelillos. Don Cándido optó por continuar después de advertir que las horas de
clase son oportunidades y que no deberían perder el tiempo en otras cosas. Para
eso está la calle y el recreo, afirmó.
La tarjetita: el examen de Manuel
Manuel era un alumno del montón.
Como casi todos los adolescentes, la sinceridad no era su punto fuerte. Sus
padres le preguntaron por el examen de Matemáticas y él les juró que lo había
hecho perfecto y que su cuatro, sobre diez, se debía a que el examen estaba mal
corregido. Los padres confiaron en la palabra de su hijo y enviaron una misiva
al profesor para que – por favor- les hiciera llegar el ya citado examen.
Querían que lo revisara el profesor particular al objeto de conocer los fallos:
enfocaría sus clases en aquellos errores para que, en lo sucesivo, no volvieran
a repetirse.
Don
Cándido no pensó en entregarles una fotocopia ni tampoco se le ocurrió que el
profesor particular pasara por su despacho. Facilitó a Manuel el original con
los comentarios, notas y puntuación de cada pregunta. Daniel aseguró que en un par
de días se lo devolvería.
Pasadas
unas fechas don Cándido preguntó a Manuel por el examen. Este le respondió que
se le había olvidado en casa. Mañana lo traería. Al día siguiente el maestro
recibió una tarjeta de visita con el siguiente texto: “Lamentamos comunicarle que no encontramos el examen de Manuel. Estamos
abochornados. Seguiremos buscando”. Saludos. Antonio y Cristina, padres de Manuell.
Don
Cándido, socarrón, no pudo evitar preguntar a Manuel si el examen se había
perdido antes o después de la comparativa revisión del profesor particular. Manuel le comentó que lo sacó de su cartera, lo dejó encima de la mesa de la
cocina y no lo volvió a ver más. “Los papeles, a veces, tienen alas y les gusta
viajar” le respondió el viejo profesor con una sonrisita y guiñándole un ojo.
En su interior pensaba que el examen jamás lo encontrarían porque el joven
alumno lo había perdido a cosa hecha, adrede. El asunto dio tanto juego que
años después se produjo una serie en la televisión, sin demasiado éxito, “En
busca del examen perdido”. En ella el padre de Manuel, tras minuciosa
investigación del profesor, declaró haber desayunado aquel examen antes de
tener que admitir la buena corrección de una prueba mal hecha por su hijo.
Extracto de “Perdón por enseñar”, Daniel Arenas, 2008
Entre los papeles de antaño del
usado maletín apareció esta reflexión que por su densidad, lucidez, sana
preocupación e interés, se transcribe tal cual. Procedía de un compañero de
filosofía muy tamizado por sus aspiraciones políticas nunca satisfechas. De
todas formas la guardo al considerarla una satisfactoria reflexión del autor.
Don Cándido había añadido alguna palabra, completado alguna frase o limado
algún matiz con la intención de aclarar algo más su contenido. Dice así:
“Creo que esta profesión [la de maestro-a] que es tan digna –un
sacerdote laico, se llegó a decir de los profesores de la Institución Libre de
Enseñanza, cuando ser sacerdote significaba algo para la sociedad y cuando la
vocación no estaba siendo socavada por la perversión de la política como sucede
hoy- merece un apoyo y una reflexión para saber dónde nos encontramos y cómo
hemos llegado hasta aquí. Es pues a mis compañeros de profesión de riesgo a
quienes dedico este libro, a los que día a día intentan lo imposible, solos
ante el peligro, teniendo que enfrentarse a una educación envenenada de
política y al rugido de la fiera [los alumnos]–moderno King Kong, aislado no en
su isla, sino en su ego, incapaz siquiera de sentir una pulsión afectiva por
sus semejantes- que les aguarda nada más traspasar la puerta del aula, sin
ningún apoyo salvo el de sus compañeros o el del psiquiatra que alivia una
depresión en la que poco a poco iremos cayendo todos si el sentido común o el
cambio de intereses políticos, sociales y económicos no lo remedia. También me
ha impelido a escribir esta obra, la intención de provocar un auténtico diálogo
sobre todos los problemas que ha originado la implantación de la Educación
Secundaria Obligatoria, problemas que tal vez no existan para las miopes y
varias administraciones y que hablan de desesperación y soledad: Ya no hay
ilusiones ni esperanza de llegar a ser escuchados por una Administración
impersonal y sorda. ¡Y luego hablan de la mejora de la Educación Pública! Del
profesorado nos llega su auténtica voz, un grito en medio del desierto en el
que a veces les acompaña, no siempre ni con la misma contundencia, la
comprensión de escritores como Muñoz Molina, Pérez Reverte, Javier Marías, José
Antonio Marina y otros, a los que desde aquí damos las gracias, porque aciertan
y dicen la verdad desinteresadamente y casi siempre con preocupada angustia”.
Bronca entre adolescentes
Por su experiencia y carácter
afable, a propuesta de la dirección, don Cándido fue nombrado Tutor de
Convivencia. Era un cargo muy útil pues los roces, malentendidos, insultos,
peleas, etc…entre adolescentes eran situaciones frecuentes. Don Cándido actuaba
siempre que los afectados estuvieran de acuerdo y con conocimiento de la
Jefatura de Estudios. Su misión era intentar arreglar las desavenencias antes
de que las cosas pasaran “a mayores”.
Su
técnica empezaba proponiendo a los implicados que contaran, por separado y por
escrito, todo lo acontecido. Necesitaba información y un contexto. Sabía que
las palabras descomprimían el alma, aliviaban el espíritu y resquebrajaban los
muros de la vanidad y la soberbia. Las palabras eran bálsamo para el cabreo y
la arrogancia que encierra “la razón la tengo yo” o aquel “estoy yo muy
dolida”. Además se aligera la conciencia y disminuye ese sentirse mal que
acarrea el sentimiento de culpabilidad.
En
esta ocasión fue un embrollo mayúsculo. Las tres jóvenes se torturaban con
frases de las otras y hechos deleznables que nunca debieron de ocurrir.
Juana, por favor, dime ¿Cómo son
tus relaciones con Yulia, Aurea y Lara? Mis relaciones con estas tres demonias
son francamente malas.
Tengo
entendido que no es la primera vez ¿Qué está pasando ahora? Pues que me
amenazan. Sin ir más lejos, hoy 25 de febrero me han dicho que me van a
reventar la cara cuando salgamos del instituto y por el twenty me dicen puta …
Las he tenido que bloquear y ya no me pueden decir nada. Ese acoso se ha pasado
al instituto e intentan que me quede sola, sin amigos, para pegarme mejor. Esto
de los insultos se solucionó, pero a los tres días volvieron a meterse conmigo,
a reírse de mí y por mucho que se lo digo a las/os profesoras/es la cosa sigue
igual. Las profes hablan con ellas, pero ellas pasan de todo, no hacen caso a
nadie y en la calle es mucho peor. No dejan de pegarme, me humillan y se ríen. Hace
dos meses le puse una denuncia a Lara y a Yulia por amenazas y también porque
me quemaron el pelo.
¿Qué
crees que se puede hacer para arreglar todo esto? Yo haré lo que se pueda y más.
Lo único que quiero es que me dejen tranquila, que por lo menos nadie me dé
información de ellas. No quiero ni verlas, ni saber nada de ellas. Pasaré de
ellas como he estado haciendo hasta hoy y haré lo que haga falta. Por suerte,
el año que viene me cambio de instituto y no las veré, pero hasta que llegue ese
día no quiero verlas ni saber nada. Solo quiero que me dejen tranquila. Es lo
único que quiero. No me gusta salir a la calle e ir corriendo a los sitios por
miedo a que me cojan y llegar a mi casa señalada. Es mucho sufrimiento para mi.
Dime Yulia, ¿Qué es lo que pasa
con Juana?
Hace
tiempo pasó lo del incidente de los pelos. Esa parte de la historia ya la he
contado en Jefatura de Estudios por escrito y por oral.
Cuando
todavía estaba castigada en el Aula de Convivencia, salí al servicio. Ella pasó
por mi lado y me dijo que era una rubia llena de piojos, o algo parecido. Yo no
contesté y se lo dije a la directora.
Hace
unos días, por Twenty, le envió un mensaje a mi compañera Aurea. En él le dice
puta con letras mayúsculas. Mi compañera me lo contó y le dije que lo contara a
la directora, pero ella me dijo que no quería más problemas. Ese suceso
nosotras lo hemos callado.
Aquí
en el instituto nosotras quedamos como malas pero es ella la que insulta y
provoca.
Hola Aurea. Sé que queréis
solucionar el asunto de Juana. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Cuál puede ser el
camino para mejorar la situación?
Estábamos
en clase de refuerzo de Lengua y antes de que tocara el timbre para salir, Lara
se levantó de su sitio y fue hacia la mesa de Yulia, que estaba sentada a mi
lado, y dijo: ¿Le quemo el pelo a Juana? Yulia le contestó: ¡No eres capaz!
Entonces con un mechero le quemó el pelo y sopló. Yo me quedé sorprendida, pero
como no quería problemas no dije nada a nadie.
Para
solucionar esto pienso que lo mejor es no tener ninguna relación con Juana, que
cada una vaya por su vida y yastá.
Juana
me dijo puta por el Twenty. Tengo guardado el mensaje. Yo nunca he tenido
problemas con ella.
Cándido estaba convencido que los
dimes y diretes de tres adolescentes eran una tela de araña de la que tenía que
salir. En presencia de la Jefa de Estudios las reunió a las tres y les dijo:
“Solamente pueden rozar las personas que están juntas y que tienen cosas en
común. Como personas libres que sois podéis elegir entre la sana convivencia o
ser intolerantes y antipáticas. Lo positivo os irá mucho mejor. ¿Quién elegiría
una flor seca, pálida y podrida ante una fresca margarita o una fragante rosa?
Las personas tenemos defectos y virtudes. Cada una de vosotras escribirá tres
cualidades buenas de las otras dos y cual es vuestro principal defecto. Dentro
de tres días nos volveremos a ver e intercambiareis, entre vosotras, lo que
hayáis escrito. Tenéis que estar las tres de acuerdo. Si así no fuera, la
Jefatura de Estudios actuará contra las tres por faltas graves contra la
convivencia. ¿Os parece bien?”.
Si.
Si. Si.
Tenéis
tres días. El reloj se ha puesto en marcha, así que no perdáis el tiempo.
Podéis salir y gracias por vuestra colaboración. Como sois buena gente, estoy
seguro de que todo va a salir bien.
Hasta aquí cosas del instituto. Esencias
varias de un mundo vivo que durante años durmieron en la cartera de don Cándido
hasta que el destino las despertó y la literatura les dio forma. La educación
hace visibles las cosas invisibles. Ambas, educación y vida, la misma cosa.
Cuando uno trata de enseñar, al menos dos aprenden.