31 octubre 2023

Cita prevísima

 

        

Antonio José era cliente desde hacía varias décadas de aquel banco. En él tenía su nómina. Varios años atrás, había terminado de pagar, religiosamente, por supuesto, los dos préstamos que necesitó para reformar su casa y comprarse un coche nuevo. Allí tenía domiciliados el seguro del piso, la comunidad, la luz, el agua y unos pagos periódicos a un par de entidades de utilidad social. También tenía un plan de pensiones y una tarjeta de débito con la que hacía algunos pagos a falta de metálico. Debido a la insistencia del trepa director de aquella sucursal, sus dos hijos abrieron una cuenta donde ingresaban sus cicateros sueldos, productos de los calamitosos trabajos que realizaban en este siglo XXI a pesar de sus magníficos curriculums. Para Antonio José aquel era su banco. La única entidad financiera con la que había tratado a lo largo de toda su vida. El HJGP, HiJos de Guren Perurena, a pesar de su ascendencia vasca, era el banco de aquel andaluz que no entendía a los nacionalismos por su corrosiva capacidad para excluir. Exclusión que no se manifestaba en los momentos u ocasiones de captar clientes. En el terreno de la economía todos éramos primos, menos los euskaldunes entre sí: estos eran hermanos. Así que todo se quedaba en la familia. Antonio José jamás pudo renunciar a la españolidad de lo andaluz y de lo vasco y, aunque aceptaba las diferencias, siempre prefirió fijarse en lo común. El banco era para él un lugar de encuentro aunque para otra gente solo fuera negocio.

 Un cartel, impreso en tinta negra, avisaba de que la caja estaba cerrada. Habían reducido los días y los horarios en los que se encontraba abierta. Cosas de la era digital, decían. Con el invento el banco se estaba ahorrando tres puestos de plantilla. Se dirigió a la trabajadora de la primera mesa, entrando a la derecha, con semblante muy serio y labios apretados.

-        Hola, muy buenos días. Venía a entregar este papel que certifica que estoy vivo, le dijo.

-        ¿Cómo?

-        Sí, que para seguir recuperando mi plan de pensiones, una cantidad fija mensual, todos los años tengo que entregar la copia del DNI y este papel con mi firma, prosiguió Antonio José.

-        ¿Me dice su DNI?

-        Claro, treinta millones setecientos veinticinco quinientos cuarenta y tres.

-        A ver, a ver …..un momento……ya... Pero… ¡usted no ha pedido cita previa!

-        En la carta que he recibido no consta nada. Solo habla de entregar este documento firmado con fotocopia del DNI, que desde luego la traigo hecha.

-        Pues no va a poder ser. Todos estos trámites necesitan cita previa y usted no lo ha pedido, respondió la cumplidora proletaria.

-        Pero mire, si es sólo dejarlo. Traigo el papel firmado, la copia del DNI, usted me ve que estoy vivo, hago transferencias con mi clave personal, recibo mi nómina de jubilado de hacienda, uso la tarjeta de débito, pago escrupulosamente las domiciliaciones a mi nombre,…. ¿tan complicado es dejar un papel?

-        Si, si, caballero, todo lo que dice está muy bien … le comprendo perfectamente, pero no tiene cita previa.

-        Le repito que el papel no lo pone, insistió Antonio José. Pero ¿por qué no lo avisan?

-        Lo siento mucho señor, buenos días. ¿Si quiere puedo darle cita para el lunes?

-        No, no puedo, no estaré aquí.

-        Bueno, pues para el martes 14.

-        Tampoco estaré.

-        ¿Quizás el miércoles?

-        La verdad es que no estaré ningún día de la semana próxima.

-        Oiga, tengo mucho trabajo, ¿por qué no llama a su asesora y le expone el problema?

-        Yo no tengo ningún problema, solo quiero dejar constancia escrita en el banco de que estoy vivo. Es a lo que me obliga la entidad y el gobierno que la respalda.

-        Ya, ya, ya….pero no tiene cita. Es fácil, pídala. Yo no soy la responsable. Todo esto responde a una estructura superior. Estoy obligada.

-        Ya veo, ya veo. Algo tan impersonal como es “el banco” nos obliga a los dos. ¡Usted sabrá quién está detrás con nombres y apellidos! Pero le voy a decir algo más, señorita: Como usted misma podrá apreciar, todo esto resulta bastante surrealista. Verá: ¿Cómo es que una persona que está viva y viene al banco por su propio pie, una persona que usted está viendo y hablando con ella, tiene que pedir cita previa para entregar un papel que certifica que está viva? ¿Acaso soy un fantasma también para las cámaras de seguridad? Insisto.

-        Estoy segura de que no.

-        ¿Entonces?

-        Caballero, por favor se lo pido, solicite una cita para demostrar que está vivo.

-        Señorita, disculpe: ¿Cuál es su nombre?

-        Antonia. Me llamo Antonia.

-        Pues Antonia: ¿No le parece una forma estúpida de matar clientes darles estos berrinches y hacerles perder el tiempo? Ahora vuelvo a mi casa, me cuelgo del teléfono, solicito una cita y vuelvo la fecha que me digan para darle estos dos papeles que tengo aquí: la copia del DNI y mi firma en un recibo que acredita mi “existir anual”.

-        Mire don fulanito,….

-        Me llamo Antonio José.

-        Pues mire Antonio José: A mí no me pagan por pensar, ya piensan otros. Yo cobro por seguir las reglas que establecen mis superiores. Y por favor, no me presione más: Yo no puedo hacer nada.

-        Pues vaya un trámite tocagüevos, con perdón, en plena época digital. En la travesía de la pandemia Covid lo entendería, pero ahora bastaría con sacar un número o pedir la vez. ¿Cita previa para entregar un papel que traigo y que puedo darle en dos segundos cuando está empleando conmigo varios minutos?

-        Si lo desea puede usted presentar una reclamación y relatar su caso. Allí, enfrente, tiene un buzón. Los modelos impresos están en la mesa de al lado.

                A Antonia le sonó el teléfono. ¿Dígame? Aquí el HJGP ¿En qué podemos ayudarle? …. Ah ¿Es para pedir cita? … Déjeme cinco segundos que miro los huecos en la agenda….a ver ….a ver….

                Antonio José se fue. Aquella señorita no era una trabajadora normal. Su personalidad rayaba entre una pared de frontón y un monolito de mármol. Debería tener un master en devolución de pelotas, dureza de mollera y frialdad total ante lo cotidiano. Su disciplina era férrea, germánica como la de un legionario romano.

                Camino de su casa, Antonio José siguió con sus reflexiones. Para desahogarse acostumbraba a hablar solo, pero lo hacía siempre en voz baja porque no le gustaba llamar la atención. En su cabreo pensó que su majestad la cita previa se había hecho dueña de las consultas médicas, de las revisiones en la ITV, de las comidas en los restaurantes y de la confirmación de tu borrador de hacienda. También se necesita para los trámites del padrón, cambiar el aceite del coche o para renovar el carné de conducir. Es evidente que nos vamos a pasar la vida pidiendo citas previas, se dijo. Todo es cuestión de tiempo. Pronto tendremos que pedir cita para montar a los nietos en un columpio, comprar la fruta en el supermercado o echar gasolina en una estación de servicio. Y puestos a imaginar, lo tendremos que hacer para hablar con los amigos por teléfono, tener un rato de amor con la pareja o para salir a pasear por la plaza del pueblo una mañana de domingo. Todo es cuestión de tiempo.

               Antonio José era consciente de que las citas previas pueden estar muy bien para planificar ciertos trabajos, pero tenía la impresión de que, con demasiada frecuencia, era una excusa, una exageración, un abuso, un inconveniente más. Presentía que algunas citas previas facilitaban la pereza de los desganados, dificultaban multitud de trámites, favorecían a los trabajadores frescos y a las instituciones despersonalizadas, aumentando el trabajo de los que las necesitan, etc…etc…

    La cita previa se comprende, pero retrasa el funcionamiento normal de muchas actividades que podrían hacerse sin ella y desde luego ahorra dinero a los más grandes porque distorsiona las necesidades de los de a pie. Antonio José estaba convencido que lo de la cita previa, aparte de dar trabajo a los robots, era un invento de la sociedad capitalista para deshacerse de unos cuantos trabajadores y exprimir el horario de los que se quedan.

               De repente se tropezó con Juan, su amigo de toda la vida. Lo saludó y le preguntó por la salud. Estoy bien le respondió el otro. Precisamente ahora voy al médico a una revisión, como me dio cita previa hace cuatro meses, ahora no tendré que esperar. Voy rápido. Perdona pero no me puedo parar.

-        Oye Juan, ¿Cuándo nos tomamos una cerveza?

-        Llámame y te doy cita. Entre los nietos, las compras, la familia, el papeleo, los médicos etc….no me queda mucho tiempo para la cerveza. Seguramente podré encontrarte un hueco.

-        Ya, dijo Antonio José.

               Cansado y desolado llegó a su casa. Se fue al salón. Se despachó un whisky doble largo y descolgó el teléfono. Quería quitarse el mal sabor de boca de tanta cita previa, así que llamó a la floristería y pidió que enviaran una docena de rosas rojas a la señorita Antonia, sucursal nº 24 del banco HJGP, en la calle Real 18.

-        ¿Alguna nota, don Antonio? le dijeron de la floristería.

-        De un admirador, les indicó.

               A continuación marcó el número del banco. A él le salió la voz metálica del autómata y pidió cita para certificar que estaba vivo y poder seguir recuperando su plan de pensiones mensual.

-        A la fuerza, ahorcan, dijo haciendo suya la expresión castellana que se emplea cuando alguien ha de hacer algo en contra de su voluntad y no queda más remedio que aceptarlo con resignación.

16 octubre 2023

Servilleta de papel

 


Toma tierra la niebla en mi cabeza

al someter mi brújula, sin Norte.

Mientras, la servilleta de papel

que el aire raudo eleva, rememora

la vida, minutos y segundos.

 

Un papelito fino y arrugado,

montaña de papel para un insecto,

alguien lo poseyó sin tener claro

que sus labios en él iban grabados.

 

Avión sin forma ni viajeros,

pájaro de papel desangelado,

patera entre las naves de papel,

sin timón, motor ni timonel,

vuela por la ciudad de lado a lado.


Aterriza en un parque en su camino,

los pájaros se escuchan entre ellos.

Los pequeños estrenan sus descuidos

y el remolino la reclama por celos.

 

Un golpe de aire la empuja al infinito,

la arranca, la agita y se la lleva.

Desprotegido, sin tierra, por el cielo

vaga sin rumbo el leve papelillo.