22 diciembre 2023

El sueño de Margarita

 

Costa, 2015. Foto de E.Redondo


Margarita se soñó despierta. Aquella noche templada de noviembre estaba en Costanilla del Mar. Lo sabía porque delante de ella había un letrero que daba la bienvenida. Costanilla, lugar pintoresco y atractivo, próximo al mar, debía su nombre a la presencia de numerosas calles cortas y en cuesta, rodeadas de otras con menor inclinación.

            El pueblo estaba en feria. A su espalda, dos casetas invitaban al personal a divertirse. En cada una de ellas actuaba un grupo musical con el fin de amenizar las fiestas. La música sonaba muy alta. Uno era un conjunto de rock duro, una peña con cuatro componentes vestidos con ropa cara rota, tatuajes y piercings. En la carpa de al lado, elegante y de gala, cantaba una mujer morena, gruesa y con voz muy potente, canciones españolas. El compañero, con mirada al vacío, de corbatón y smoking, ambos en tono gris, tocaba un piano eléctrico. En la pista, una pareja de personas mayores bailaban agarrados. Sus caras reflejaban una triste alegría. Sonreían impregnados de ausencia. Sus pasos traslucían aromas de rutina, prestos pero mecánicos y con muy poca estética. Era una danza huérfana de sentido, regada con el hábito y la repetición, producto de haberla practicado muchas veces a lo largo del tiempo.

            Margarita, en su perplejidad, concluyó que era un sueño porque recordaba nítidamente que anoche se acostó en su casa de Cuenca ¿Cómo podía ser que se viera en la feria de Costanilla? ¿Qué había pasado para llegar allí? Caminó. Se alejó del bullicio siguiendo a una mujer, que vestía un estampado. No le pudo ver la cara. Andaba más deprisa que ella. La mujer tiraba de la mano de un niño, con gorra de lunares, que daba lametones a una bola de fresa congelada, cima del cucurucho.

            Un brusco encuentro ocurrió en aquel sueño real. Sucedió que Margarita Tornero, ingeniera por titulación y profesora de Electrotecnia en la universidad, se tropezó con Mª Ángeles Glaciar, compañera en el departamento de Electrónica. Esta, con sus alumnos, había visitado la fábrica de microchips ubicada en término de Costanilla. El repentino encuentro agitó sus corazones y la respuesta fue un abrazo de larga duración. Era la salida natural y lógica a la inexplicable atracción física que ambas sentían, nunca dicha y jamás expresada.

-        ¿No estamos demasiado cerca? preguntó Margarita.

-        No. Estamos bien, respondió Mª Ángeles.

            Margarita siempre que abrazaba a una mujer, procuraba mantenerse inclinada hacia fuera para no rozar sus pechos. Le resultaba entre violento y aprovechado ese tipo de contacto, pero esta vez no fue así. Su compañera se pegó a ella a lo largo de toda su vertical y entre los dos cuerpos no había ni el más mínimo resquicio que pudiera atravesar la luz. Tras el abrazo más largo y apretado del mundo, un alumno advirtió a Mª Ángeles de que tenían que irse. La pareja parecía soldada por todos sus puntos de contacto. La sirena de una ambulancia las separó. Volvieron a ser dos cuerpos con sus lindes.

            Ya sola, el sueño de Margarita continuó en la habitación rosa del hotel. Allí estaba una jaula con su pájaro, pero observó que dentro había un pajarito más. ¿Cómo es posible que haya entrado con la puerta cerrada? En su ensoñación pudo ver como su astuto pájaro abría la puerta de la jaula con un extraño movimiento de palanca del pico. Atónita, confirmó lo que había sospechado: “Los animales son muy listos, pero sólo en los sueños podemos comprobar algunos de sus poderes especiales”. La puerta de la jaula se abrió y la pajarita intrusa remontó el vuelo. El suyo quedó dentro después de volver a cerrar la portezuela.

            Al permanecer despierta en aquel sueño, Margarita lo estaba saboreando, pero su subconsciente quería volver a Cuenca. Fue a buscar el coche. Sentada, en el capó, estaba una chica joven, muy bonita, pelo recogido con raya central, cejas finas depiladas, grandes y profundos ojos verdes, nariz pequeña insinuada, labios carnosos, cuello largo, camisa verde a rayas en la que destacaban cinco botones de un verde más oscuro. Margarita la reconoció enseguida. Era la chica de un cuadro del museo de arte abstracto español, en las Casas Colgadas, pero de carne y hueso. Su esbeltez y sus formas la dejaron perpleja. Parecía que flotaba en el aire.

            Entonces pensó y se dijo: ¡Qué sueño más potente y más real estoy teniendo! La chica le habló. No entendió nada. Era un idioma desconocido. Se acercó, pero la imagen se alejó caminando hacia atrás, sin perderle la cara. La distancia hizo que cada vez la viera más pequeña hasta que desapareció de su vista.

            Quiso entrar en el coche pero no encontró la llave. Las únicas que llevaba encima eran las de su casa. ¿Cómo es posible que su coche estuviera en Costanilla y las llaves en Cuenca? Su cabeza le estaba gastando una mala pasada. El ring del despertador la sacudió. Aún estuvo un rato en duermevela. Al poco tiempo sonó el teléfono. Era su compañera Mª Ángeles Glaciar. Hacía rato que la esperaba abajo, en la puerta. El ruido del motor resultaba inconfundible.

20 noviembre 2023

Ciencia escultora

 

Esclavo. Miguel Ángel (1520-1530)
 Galeria de la Academia (Florencia)
Foto Sbtn Muriel, 2017.


               El bloque de mármol, casi paralepipédico, estaba allí, erguido y vertical, poderoso y retante. Ocupaba el centro de una amplia nave con claraboya y tres enormes ventanales. La luz, incluso en días nublados, era la reina. Dos bustos de políticos, ya muertos, y otro de un sacerdote, terminados, miraban al vacío, expectantes y pacientes. En actitud de espera esperaban que algo ocurriera. Mientras tanto cinceles, gradinas, martillos, punteros y mazos aguardaban su oportunidad en una tabla de herramientas colgada de la pared. Las siluetas sin cubrir de varios utensilios, unidas a trozos de mármol diseminados por el suelo, delataban a un escultor algo amante del caos. No se oía nada. Una fina capa de polvo blanquecino cubría papeles y el cristal de una mesa desvencijada por el tiempo. El sillón, con un viejo cojín rojo, algo hundido, marcaba el contorno que una persona con cierto peso deja cuando se sienta. El contorno marcado por la ausencia de polvo era la prueba infalible de su reciente uso. Sin duda aquel perímetro sería la firma de las posaderas del inquilino de aquel templo taller.

               La roca era de un blanco cal inmaculado, roto ligeramente por alguna veta gris difuminada. Con sus tres metros de altura, el taller recordaba a una plaza famosa con obelisco a escala, aunque sus naturales caras, sin tallar, evocaban más a un menhir que al fálico colosal monumento egipcio.

               De repente la puerta deja ver al escultor que entra en ese escenario como llegando tarde. Una andrajosa bata, con más años que él, está en la percha. Es su uniforme. Se lo coloca. Coge alguna herramienta y los sonidos del silencio se transforman en golpes de martillo. La piedra se resiste pero conoce lo inútil de su esfuerzo. Algunos cascotes resuenan al caer al suelo. Con afán y maestría el virtuoso sigue operando a un mármol bajo control, cual diestro cirujano de la piedra. Al cabo de un rato se aleja de la roca, observa escudriñando sus cerros y sus valles. Aspira con hondura y vuelve al tajo. Una cabeza se vislumbra en la mole. Cambia de lado y de herramientas. Las estatuas vecinas asisten atónitas y mudas al espectáculo: una persona nace de una piedra. El artista, el picapedrero, es el partero. Aparece una pierna. Los golpes siguen construyendo una especie de tema musical. No todos suenan con el mismo timbre. También se modifica el ritmo del golpeo. No hay rutina. Dos brazos levantados se adivinan saliendo de un hipotético tronco aún oculto. La roca parece dar a luz por sus cuatro costados. Al mismo tiempo la persona, el esclavo, parece prisionero de la piedra. Es la creación.

               Valga el texto anterior como metáfora para que aflore mi formación científica. La Ciencia va esculpiendo sus verdades a través de los siglos. Es trabajo de equipo, no de uno solo. Desde que Galileo desterró el modelo geocéntrico hasta aceptar que existen agujeros negros en el centro de algunas galaxias han pasado centenares de años y centenares de científicos. Así son las cosas. Encontrar una verdad científica cuesta tiempo, dinero, esfuerzo e imaginación y una legión de mentes pensantes: investigadoras e investigadores, generalmente incansables, rigurosos y minuciosos. A modo de cincel y de martillo, la experiencia golpea el intelecto de los más preparados y la incertidumbre va dejando paso a las certezas alumbrando una verdad que, casi nunca, lo es del todo. Una verdad imperfecta similar a una estatua inacabada, pero ambas son verdad y estatua. La diferencia estriba en que la Ciencia sigue avanzando, mejora, con la contribución de los que van llegando: su verdad es cada vez más cierta, más profunda. La estatua, ausente su creador, no muta. La dictadura del tiempo y la intemperie dictarán su final.

               El conocimiento científico es semejante a una muñeca rusa con casi infinitas muñecas dentro. Abres una puerta y te tropiezas con varias. Seguramente ninguna tendrá la cerradura de sus compañeras. Los equipos de especialistas, ellas y ellos, tendrán que diseñar las llaves y crearlas si quieren seguir en el juego de abrir. Lo dicho: El conocimiento científico me recuerda mucho a una estatua eternamente inacabada. Quizás sea conveniente aclarar que en el caso de Miguel Ángel, debido a la genialidad del maestros, sus "Esclavos" estaban acabados perfectamente. 

31 octubre 2023

Cita prevísima

 

        

Antonio José era cliente desde hacía varias décadas de aquel banco. En él tenía su nómina. Varios años atrás, había terminado de pagar, religiosamente, por supuesto, los dos préstamos que necesitó para reformar su casa y comprarse un coche nuevo. Allí tenía domiciliados el seguro del piso, la comunidad, la luz, el agua y unos pagos periódicos a un par de entidades de utilidad social. También tenía un plan de pensiones y una tarjeta de débito con la que hacía algunos pagos a falta de metálico. Debido a la insistencia del trepa director de aquella sucursal, sus dos hijos abrieron una cuenta donde ingresaban sus cicateros sueldos, productos de los calamitosos trabajos que realizaban en este siglo XXI a pesar de sus magníficos curriculums. Para Antonio José aquel era su banco. La única entidad financiera con la que había tratado a lo largo de toda su vida. El HJGP, HiJos de Guren Perurena, a pesar de su ascendencia vasca, era el banco de aquel andaluz que no entendía a los nacionalismos por su corrosiva capacidad para excluir. Exclusión que no se manifestaba en los momentos u ocasiones de captar clientes. En el terreno de la economía todos éramos primos, menos los euskaldunes entre sí: estos eran hermanos. Así que todo se quedaba en la familia. Antonio José jamás pudo renunciar a la españolidad de lo andaluz y de lo vasco y, aunque aceptaba las diferencias, siempre prefirió fijarse en lo común. El banco era para él un lugar de encuentro aunque para otra gente solo fuera negocio.

 Un cartel, impreso en tinta negra, avisaba de que la caja estaba cerrada. Habían reducido los días y los horarios en los que se encontraba abierta. Cosas de la era digital, decían. Con el invento el banco se estaba ahorrando tres puestos de plantilla. Se dirigió a la trabajadora de la primera mesa, entrando a la derecha, con semblante muy serio y labios apretados.

-        Hola, muy buenos días. Venía a entregar este papel que certifica que estoy vivo, le dijo.

-        ¿Cómo?

-        Sí, que para seguir recuperando mi plan de pensiones, una cantidad fija mensual, todos los años tengo que entregar la copia del DNI y este papel con mi firma, prosiguió Antonio José.

-        ¿Me dice su DNI?

-        Claro, treinta millones setecientos veinticinco quinientos cuarenta y tres.

-        A ver, a ver …..un momento……ya... Pero… ¡usted no ha pedido cita previa!

-        En la carta que he recibido no consta nada. Solo habla de entregar este documento firmado con fotocopia del DNI, que desde luego la traigo hecha.

-        Pues no va a poder ser. Todos estos trámites necesitan cita previa y usted no lo ha pedido, respondió la cumplidora proletaria.

-        Pero mire, si es sólo dejarlo. Traigo el papel firmado, la copia del DNI, usted me ve que estoy vivo, hago transferencias con mi clave personal, recibo mi nómina de jubilado de hacienda, uso la tarjeta de débito, pago escrupulosamente las domiciliaciones a mi nombre,…. ¿tan complicado es dejar un papel?

-        Si, si, caballero, todo lo que dice está muy bien … le comprendo perfectamente, pero no tiene cita previa.

-        Le repito que el papel no lo pone, insistió Antonio José. Pero ¿por qué no lo avisan?

-        Lo siento mucho señor, buenos días. ¿Si quiere puedo darle cita para el lunes?

-        No, no puedo, no estaré aquí.

-        Bueno, pues para el martes 14.

-        Tampoco estaré.

-        ¿Quizás el miércoles?

-        La verdad es que no estaré ningún día de la semana próxima.

-        Oiga, tengo mucho trabajo, ¿por qué no llama a su asesora y le expone el problema?

-        Yo no tengo ningún problema, solo quiero dejar constancia escrita en el banco de que estoy vivo. Es a lo que me obliga la entidad y el gobierno que la respalda.

-        Ya, ya, ya….pero no tiene cita. Es fácil, pídala. Yo no soy la responsable. Todo esto responde a una estructura superior. Estoy obligada.

-        Ya veo, ya veo. Algo tan impersonal como es “el banco” nos obliga a los dos. ¡Usted sabrá quién está detrás con nombres y apellidos! Pero le voy a decir algo más, señorita: Como usted misma podrá apreciar, todo esto resulta bastante surrealista. Verá: ¿Cómo es que una persona que está viva y viene al banco por su propio pie, una persona que usted está viendo y hablando con ella, tiene que pedir cita previa para entregar un papel que certifica que está viva? ¿Acaso soy un fantasma también para las cámaras de seguridad? Insisto.

-        Estoy segura de que no.

-        ¿Entonces?

-        Caballero, por favor se lo pido, solicite una cita para demostrar que está vivo.

-        Señorita, disculpe: ¿Cuál es su nombre?

-        Antonia. Me llamo Antonia.

-        Pues Antonia: ¿No le parece una forma estúpida de matar clientes darles estos berrinches y hacerles perder el tiempo? Ahora vuelvo a mi casa, me cuelgo del teléfono, solicito una cita y vuelvo la fecha que me digan para darle estos dos papeles que tengo aquí: la copia del DNI y mi firma en un recibo que acredita mi “existir anual”.

-        Mire don fulanito,….

-        Me llamo Antonio José.

-        Pues mire Antonio José: A mí no me pagan por pensar, ya piensan otros. Yo cobro por seguir las reglas que establecen mis superiores. Y por favor, no me presione más: Yo no puedo hacer nada.

-        Pues vaya un trámite tocagüevos, con perdón, en plena época digital. En la travesía de la pandemia Covid lo entendería, pero ahora bastaría con sacar un número o pedir la vez. ¿Cita previa para entregar un papel que traigo y que puedo darle en dos segundos cuando está empleando conmigo varios minutos?

-        Si lo desea puede usted presentar una reclamación y relatar su caso. Allí, enfrente, tiene un buzón. Los modelos impresos están en la mesa de al lado.

                A Antonia le sonó el teléfono. ¿Dígame? Aquí el HJGP ¿En qué podemos ayudarle? …. Ah ¿Es para pedir cita? … Déjeme cinco segundos que miro los huecos en la agenda….a ver ….a ver….

                Antonio José se fue. Aquella señorita no era una trabajadora normal. Su personalidad rayaba entre una pared de frontón y un monolito de mármol. Debería tener un master en devolución de pelotas, dureza de mollera y frialdad total ante lo cotidiano. Su disciplina era férrea, germánica como la de un legionario romano.

                Camino de su casa, Antonio José siguió con sus reflexiones. Para desahogarse acostumbraba a hablar solo, pero lo hacía siempre en voz baja porque no le gustaba llamar la atención. En su cabreo pensó que su majestad la cita previa se había hecho dueña de las consultas médicas, de las revisiones en la ITV, de las comidas en los restaurantes y de la confirmación de tu borrador de hacienda. También se necesita para los trámites del padrón, cambiar el aceite del coche o para renovar el carné de conducir. Es evidente que nos vamos a pasar la vida pidiendo citas previas, se dijo. Todo es cuestión de tiempo. Pronto tendremos que pedir cita para montar a los nietos en un columpio, comprar la fruta en el supermercado o echar gasolina en una estación de servicio. Y puestos a imaginar, lo tendremos que hacer para hablar con los amigos por teléfono, tener un rato de amor con la pareja o para salir a pasear por la plaza del pueblo una mañana de domingo. Todo es cuestión de tiempo.

               Antonio José era consciente de que las citas previas pueden estar muy bien para planificar ciertos trabajos, pero tenía la impresión de que, con demasiada frecuencia, era una excusa, una exageración, un abuso, un inconveniente más. Presentía que algunas citas previas facilitaban la pereza de los desganados, dificultaban multitud de trámites, favorecían a los trabajadores frescos y a las instituciones despersonalizadas, aumentando el trabajo de los que las necesitan, etc…etc…

    La cita previa se comprende, pero retrasa el funcionamiento normal de muchas actividades que podrían hacerse sin ella y desde luego ahorra dinero a los más grandes porque distorsiona las necesidades de los de a pie. Antonio José estaba convencido que lo de la cita previa, aparte de dar trabajo a los robots, era un invento de la sociedad capitalista para deshacerse de unos cuantos trabajadores y exprimir el horario de los que se quedan.

               De repente se tropezó con Juan, su amigo de toda la vida. Lo saludó y le preguntó por la salud. Estoy bien le respondió el otro. Precisamente ahora voy al médico a una revisión, como me dio cita previa hace cuatro meses, ahora no tendré que esperar. Voy rápido. Perdona pero no me puedo parar.

-        Oye Juan, ¿Cuándo nos tomamos una cerveza?

-        Llámame y te doy cita. Entre los nietos, las compras, la familia, el papeleo, los médicos etc….no me queda mucho tiempo para la cerveza. Seguramente podré encontrarte un hueco.

-        Ya, dijo Antonio José.

               Cansado y desolado llegó a su casa. Se fue al salón. Se despachó un whisky doble largo y descolgó el teléfono. Quería quitarse el mal sabor de boca de tanta cita previa, así que llamó a la floristería y pidió que enviaran una docena de rosas rojas a la señorita Antonia, sucursal nº 24 del banco HJGP, en la calle Real 18.

-        ¿Alguna nota, don Antonio? le dijeron de la floristería.

-        De un admirador, les indicó.

               A continuación marcó el número del banco. A él le salió la voz metálica del autómata y pidió cita para certificar que estaba vivo y poder seguir recuperando su plan de pensiones mensual.

-        A la fuerza, ahorcan, dijo haciendo suya la expresión castellana que se emplea cuando alguien ha de hacer algo en contra de su voluntad y no queda más remedio que aceptarlo con resignación.

16 octubre 2023

Servilleta de papel

 


Toma tierra la niebla en mi cabeza

al someter mi brújula, sin Norte.

Mientras, la servilleta de papel

que el aire raudo eleva, rememora

la vida, minutos y segundos.

 

Un papelito fino y arrugado,

montaña de papel para un insecto,

alguien lo poseyó sin tener claro

que sus labios en él iban grabados.

 

Avión sin forma ni viajeros,

pájaro de papel desangelado,

patera entre las naves de papel,

sin timón, motor ni timonel,

vuela por la ciudad de lado a lado.


Aterriza en un parque en su camino,

los pájaros se escuchan entre ellos.

Los pequeños estrenan sus descuidos

y el remolino la reclama por celos.

 

Un golpe de aire la empuja al infinito,

la arranca, la agita y se la lleva.

Desprotegido, sin tierra, por el cielo

vaga sin rumbo el leve papelillo.

 

25 septiembre 2023

Messenger artesanal

  


Voy de paseo por la calle. La presencia de un perro me obliga a mirar al suelo. Junto a sus patas distingo una nota escrita, con letras muy redondas, donde se intercalan renglones de dos colores. El papel está manchado, pisado y mojado pero..... Mi curiosidad se asoma, crece, me invade. Sigo caminando y pienso ¿Qué dirá?. ¿Un mensaje de amor? ¿Secretos de la gente? ¿Una posible cita? ¿Será una poesía? Vuelvo sobre mis pasos y muevo la notita con el pie tratando de orientarla para que mis ojos la puedan leer. Parece un diálogo ... a veces encriptado .... tiene líneas y detalles parecidos a los mensajes de móviles entre adolescentes ... no me reprimo ... lo cojo y empiezo a leer:

 “Me supuse que era coña, pero no se lo e dicho a nadie. Yo me creía que el Jose me había mandao un papel y el papel que cojí fue el del Kiko, que lo tira al suelo en [clase de] refuerzo, pero se enfadó muxo. Pero me dijo que no te contara ná.

 To era coña, xk él steba muy interesao en saber si alguien me gustaba, y entonces le dije q si.

 A venga, pero es mu buena gente. Tú antes de Navidad te peleaste con la Rosi y después cuando volvimos de la Navidad ya érais amigas.....¿Qué os mandábais, mensajes o algo?

 Lo ablemos ants de irnos y kedemos que fue un pego. Y sobre el Kiko no es q me caiga mal, lo q pexa q es mu pegoso y a veces no lo trago.

 Que le vamos a hacer, y tú te traes un rollito con el Franz........

 K paxa? Nos conocemos desde xikos. Stebemos juntos en la guardería, ade+ me cae de puta madre. ¿A ti no?

 Que no pasa ná, ya se que os conocéis de xicos....Y con la Vanessa también te peleaste y al final también con RRS.

 No con ella fue poco a poco, pero vamos no sq sea una de mis mejores amigas pero me cae bien. A ti kiente cae mal?

 De la clase: Pilar, Ana Belen, Noelia, Beatriz, Angela, Blanca. Nenes: Lolo. ¿y a ti?.

 A mí, uf! No sé, mal pos no sé......aunq con los q no me hablo son con las q tu as dixo – la blanca...."

    La lectura del trocito de papel ha terminado. No da más de sí. Confirmo que es la manera en la que dos alumnas se comunican en clase: un messenger artesanal, de mano a mano en media hoja de libreta arrancada sin el menor cuidado. Es evidente que el profesor / profesora no se ha dado cuenta de nada. Cambio los nombres para que la identificación de las personas resulte imposible. No quiero destrozar ninguna intimidad. Las abreviaturas, modismos, innovaciones, faltas de ortografía, etc…las mantengo tal cual. Su forma es la original. Realidad en su estado más puro. Tampoco he querido hacer valoraciones de ningún tipo. Será el lector el que tendrá que sacar sus propias conclusiones. Se trata de un documento inédito y único de principios del siglo XXI. Salud.

23 agosto 2023

Lo que no se ve

Atardecer en Alcaracejos, abril 2022
 

Hace bastantes años, cuando empecé a indagar la ciencia que encierran los periódicos, me dijo un periodista en Barcelona que me fijara bien, que lo esclarecedor para entender la línea de un diario es lo que no se cobija entre sus páginas. Con el tiempo añadí que lo evidente importa y que el cómo se redacta una opinión, un título o noticia, unido con el cuándo y con el dónde sale, más la foto alusiva, son algo más que pistas que definen la línea del rotativo, que no es otra que la de sus dueños.

               El caso es que este mundo de ausencias – de lo que no se informa ni se detalla – no es algo peculiar de los diarios, sino que, aunque invisible, está presente en multitud de situaciones. Prácticamente todos los escenarios de la vida incluyen personas olvidadas, realidades escondidas, detalles camuflados - que solamente algunos sobreentienden - o referencias implícitas que en exclusiva se manifestarán ante una atenta observación, un estudio profundo del asunto o la confesión cómplice de la persona o gentes implicadas.

               Si “ver” es percibir, advertir o captar todo lo que de alguna forma interaccione con los sentidos y nuestra mente acuse, lo que no se ve se hace visible por medio de la intuición, el olfato, la imaginación, la sensibilidad, el estudio y el discernimiento. Lo que no se ve es parte esencial para comprender lo que tienes delante. Así, no vemos pero intuimos – a veces comprobamos - que todos los Estados tienen alcantarillas por las que circula material sensible – siempre privilegiado - que saldrá con el tiempo, o quizás no. A veces los políticos no citan algún nombre y no dan entrevistas. Un árbol podrá no tener hojas, muchas o pocas ramas, tronco grueso o delgado pero siempre tendrá raíces, partes que no se ven pero fundamentales para su subsistencia pues forman una red umbilical imprescindible que lo mantiene unido con su madre: la Tierra.

               Una bellota germina fácilmente, pero la encina progresa muy despacio. Somos muchos los que vemos encinas, pero son pocos los que toman conciencia de que los ocho o diez metros de su copa necesitaron entre ochenta y cien años para tocar el cielo. Lo invisible existe porque el tiempo lo amplía y si miramos bien, se deja ver: las horas que un pintor utilizó para manchar un óleo, si estuvo enfermo cuando lo barnizaba, las ropas y manías de los reyes de turno,… todo eso forma parte de la historia pintada pero está más oculto y solo se abrirá a las mentes inquietas que se preguntan cosas. Cada pintura, cada obra literaria, cada descubrimiento que la ciencia realiza, cada iglesia construida, cada piedra tallada, cada comida hecha que el chef ha imaginado, cada hora de programa de radio o televisión, cada cinco minutos de una pieza de baile, cada tubería puesta, cada motor que arranque, cada vestido hecho, cada amistad sumada, cada flor de arriate, cada vida vivida … tiene algo que decir sobre su mundo oculto. El Universo es una enorme caja de sutiles oscuridades, invisibles para la mayoría, pero que están presentes: como aperitivo la Luna nos oculta una de sus caras, los agujeros negros no se ven porque la luz cautiva es la notable ausente y la materia oscura, que se aproxima al 80 % de la materia del Universo y es indetectable para la radiación electromagnética, se hace visible por sus efectos gravitacionales al estudiar el movimiento de estrellas y galaxias.

               Lo que no se ve manda, condiciona, dirige y afecta tanto o más que lo visible porque nos dificulta la defensa. Lo que no se ve lo imagino como un enorme almacén de tiempo y de personas, de reflexiones y vacilaciones, de incertidumbres, decisiones, de sentimientos, de penas, alegrías, de soledad y compañía, de maltrato machista, de música, canciones, de sueños perseguidos, de pequeños detalles cotidianos que dan sentido a la vida, de cómplices … El mundo de lo que no se ve funciona como un manantial de sensibilidad, de amor y desamor, como una fuente posible de agua que da sed y que completa lo visible. Para terminar, creo que lo invisible forma parte esencial de las fuerzas que han transformado y transforman al mundo porque lo que no se ve cuenta y determina. Por cierto que el virus coronado no se ve pero sigue por ahí. Tengan mucho cuidado. Salud.

08 agosto 2023

Era una flor que buscaba la luz

 En memoria de todas las mujeres, víctimas de la violencia machista.

Era una flor que, presa en su maceta, tras la ventana, buscaba algo de luz.

               Cada día que pasaba se inclinaba algo más, hacia delante. Debido al movimiento de la Tierra, los rayos del rey Sol penetraban más hondo y la persiana se tenía que bajar unos milímetros.

               Al ver la inclinación de aquella hortensia, algunos pensarían que su motor era la curiosidad y se volcaba un poco cada día con la intención de ver la calle, un escenario, lejano para ella, difícil de atisbar desde allí arriba.

               Pero se equivocaban. La luz era su vida, un mecanismo de brújula vital para el aguante de aquel vegetal níveo y delicado, con trazos casi rectos del eterno color de las violetas.

               La peculiaridad de establecerse como planta la condenaba a fijar sus fundamentos en la tierra. En su lugar, un limitado movimiento de aquel tronco le hacía doblar la espalda con la única intención de beber luz. A pesar de ser joven y prolija su belleza, la excesiva joroba de su tallo recordaba la chepa de una anciana. La necesidad obliga, le comentó un geranio muy cercano.

               La Tierra siguió su curso y la persiana descendió demasiado. Bajó tanto, que el ramal más frondoso de la hortensia terminó por sembrarse en la tierra vecina del geranio gitano que la rondaba cerca.

               Ya ves, manifestó un clavel: Iba buscando luz y encontró un compañero. El tiesto compartido era su nueva casa. Echadas las raíces emergió en vertical, empujando con fuerza. Y volvió a sus orígenes buscando al astro rey.

               A las personas nos ocurre lo mismo: nos inclinamos para buscar la luz tratando de evitar la oscuridad de lo tóxico. Demandamos el comentario fresco y espontáneo, la oxigenación del humor y la positividad de un buen paisaje. Perseguimos la energía necesaria para seguir planeando aún con el viento en contra y aterrizamos en la calidez de una mirada o en el aliento de un buen consejo cómplice. El caso es encontrar una tierra amiga donde seguir creciendo.


02 agosto 2023

Un reloj: el reloj

 


Los padres de Romualdo guardaban como oro en paño el reloj con correa negra y esfera con pátina. Era un Longines de hombre, de cuerda, hecho con acero inoxidable. Perteneció al abuelo Francisco, el padre de su madre. 1951 era la fecha impresa de su fabricación.

               En el dial, circular, sus delgadas agujas parecían las antenas de una extraña mariposa tropical. Los números de las horas estaban perfectamente distribuidos y entre ellos se distinguían las cinco divisiones de los minutos. En su parte inferior, el segundero era dueño de un círculo más pequeño que mostraba los segundos de diez en diez.

               El Longines, depositado en una pequeña caja fuerte, muy pesada, esperaba que Romualdo hiciera la primera comunión para pasar de aquella cárcel, sólida y sin luz, a la tibia muñeca de un niño que aguardaba con zozobra el momento de ajustárselo.

               Aquel resistente cofre era también el lugar donde la mamá de Romualdo custodiaba el dinero del mes, los ahorros de años y las cuatro joyitas de oro que se reservaban para las ocasiones especiales: bodas, bautizos y también para el Corpus, la Feria y el día de la Patrona.

               Romualdo, con sus casi seis años, resultó ser un niño muy curioso y con buena memoria. Le encantaba registrar los cajones de la cómoda, las dependencias del aparador -convertidas en refugio de todo tipo de objetos- y los compartimientos que disponía el buró de su padre, una especie de despacho portátil que ocupaba uno de los rincones de la salita. Un cajón o una puerta cerrada era una tentación. Si además tenía llave la tentación se convertía en reto a superar. Así que se sabía de memoria el contenido de los cajones y de los armarios. Con paciencia y observación supo perfectamente donde su madre ocultaba el manojo de llaves que daban acceso a todos los espacios cerrados de la casa.

               El armario de las galletas –su madre las compraba por cajas de cinco kilos para abaratar el precio- era uno de los más frecuentados gracias a una llave que se encontró en la calle y que –milagrosamente- abría aquella puerta generosa en tabletas de chocolate y galettes, galletas en francés. A veces, en una lata metálica de cola cao de un kilo, su madre guardaba perrunas, pestiños o roscos fritos, todos elaborados por su abuela María, enorme cocinera. Con la malicia inocente propia de un niño, se dio cuenta de que no podía hartarse de galletas o su progenitora se daría cuenta. Por otra parte, le atraía más el placer de lo prohibido que la cantidad de galletas que tomaba. Sabía buscar la espalda de su madre a la perfección y con su doble llave atracaba aquella inmensa caja de cartón, indefensa, repleta de crujientes golosinas. En aquellos años escaseaban los lujos y un alimento como las galletas eran algo especial.

               El reto de la pequeña caja fuerte rondaba por su mente. Era un salto cualitativo importante y abrir aquella caja-joyero se convirtió en obsesión. A pesar de su corta edad tenía muy desarrollada la sensación de dominio. Los cajones eran su reino, los objetos sus tesoros, las llaves, los juegos de dobles llaves, sus aliados. Su astucia, la mejor arma.

               Un día fingió estar enfermo. Les comentó a sus padres que le dolía la barriga. Aquello le costó un par de manzanillas con limón y no desayunar, pero se quedó en cama al cuidado de la señora que limpiaba la casa y preparaba la comida.

-        Algo te habrá sentado mal. ¿Tienes diarrea? ¿Ganas de vomitar?, le preguntó la madre antes de irse.

-        Solo me duele la barriga, respondió Romualdo.

-        Las manzanillas te sentarán bien. Son un remedio milagroso. Yo me tengo que ir a trabajar. Si te sientes mal llama a Dolores. Ella te atenderá.

               La casa de Romualdo tenía dos cotas. Su habitación estaba en la primera planta, junto a la de sus padres. Dolores trajinaba en la planta inferior. Apenas oyó que su madre salía se levantó. Andando de puntillas se dirigió al dormitorio de sus padres. Abrió la puerta central doble del gran armario ropero. La caja de caudales estaba allí debajo de unas sábanas. La llave no podía andar muy lejos. Ropa de cama, ropa interior, trajes colgados de las perchas, camisas, jerséis de lana, … el armario era un bosque de atuendos con olor a naftalina. En una esquina divisó los pañuelos de su padre perfectamente doblados. Los levantó uno a uno. De uno de ellos se resbaló la llave. El choque contra el suelo lo puso en modo alerta.

-        Dolores, desde abajo, preguntó: ¿Estás bien?

-        Sí, estoy bien. Se me ha caído una canica al suelo. Estoy jugando.

               Tomó la dentada llave y con sumo cuidado la encajó en la cerradura de la pequeña caja fuerte. Clon, clon, clon….. tres golpes de cerradura. La caja no se abría. Estaba impaciente. Media vuelta más. Tiró del asa y la caja se abrió. Allí estaban el dinero, las joyas y el reloj. Sus pupilas se dilataron. Aquella visión había actuado como una gota de atropina. Su corazón era un caballo al trote a punto de comenzar el galope.

               Sacó el reloj. Lo tuvo unos minutos puesto en la muñeca. Con sumo cuidado volvió a dejarlo en la misma posición, debajo de unos billetes. Al resto de contenido de la caja no le dio la menor importancia.

               La operación de abrir la caja y ponerse el reloj la repitió en varias ocasiones y nunca lo pillaron. Su sensación era no poder esperar a la primera comunión. Se sentía mayor e importante con aquella “joya” en su muñeca. Como papá, decía para su interior. Hablaba mentalmente, sin pronunciar palabra.

               Aquello de mover las agujas y darle cuerda le fascinaba, sobre todo girar las manecillas con la corona. Jugaba con el tiempo y ponía la hora que le daba la gana. El reloj era un enorme invento. Desconocía Romualdo que el tiempo no se puede detener porque depende de la velocidad a la que nos movemos y es imposible suspender el movimiento de todos los sistemas físicos. El reposo absoluto no existe. Pero eso lo aprendería después. Ahora, con un despertador fosforescente, Dolores, la mujer que ayudaba en la casa, le había enseñado a saber qué hora era, así que movía las agujas a su antojo, ponía una hora cualquiera e intentaba decirla. Dolores afirmaba o negaba. Romualdo se dio cuenta de que una aguja iba más rápida que la otra pero no llegó a percatarse de que la pequeña recorría una hora mientras que la grande daba una vuelta completa. Era demasiado niño para comprender esa relación.

Religiosamente, después de tomar el Longines en un préstamo efímero, volvía a dejarlo en su sitio. Cerraba la caja fuerte y devolvía la llave al escondrijo que su madre suponía secreto. A veces, antes de retornarla, acercaba la llave de perfil hasta sus ojos e imaginaba que la silueta de las cortas era una cadena de montañas.

Fascinado por el funcionamiento del reloj se preguntaba que habría debajo de aquellas agujas, cómo podían andar solas. Su madre le explicó que era lo mismo que un cochecito de juguete que tenía.

-        Ves, le das cuerda, lo sueltas y el coche corre, se mueve. La cuerda de un reloj o un cochecito es como la gasolina de los camiones y de los coches. Su curiosidad iba en aumento y sus preguntas también.

-        Pero, y la aguja chiquitita ¿por qué tiene un reloj para ella sola? Las grandes tienen un reloj grande y la pequeña tiene un “reloj” chico. ¿Por qué hay dos grandes y una sola pequeña?

               Su madre le explicó que el tiempo se mide en horas, minutos y segundos. Tres tiempos, tres agujas. El segundo es el tiempo más pequeño. 60 segundos suman un minuto y 60 minutos completan una hora. Cada día tiene 24 horas y 30 días hacen un mes. 12 meses forman un año. Para los días, meses y años usamos el calendario. Cada mes o cada día que pasa, arrancamos una hoja. Poco a poco lo comprenderás. Es fácil.

-        Yo veo que las agujas grandes pueden ser los padres y la pequeña, sola, es como si fuera la hija, expresó Romualdo.

-        Bueno, es una forma de verlo, pero las agujas, los objetos, no tienen hijos, le explicó la madre. Los hay grandes y pequeños.

-        ¿Y las agujas no se cansan?

-        A veces se paran porque les falta cuerda, pero no, los objetos no se cansan. Tampoco se cansa la pelota, ni una mesa. Los animales si se cansan.

-        Yo si me canso. Cuando corro mucho me canso….

-        Bueno vale ya, que tienes que cenar.

*****

Una tarde sus padres se fueron de compras. La muchacha no estaba. Romualdo se dirigió a la caja fuerte y cogió el reloj. Llevaba unas tijeras y una navajita. También cogió un pequeño destornillador que estaba en el cajón de la máquina de coser.

               En el taller del relojero del pueblo, un día había visto que al reloj se le levantaba una especie de tapadera por su parte inferior. Cogió la navaja, le costó, pero al final logró levantar la tapa y ver las entrañas de aquella maravilla. El tic–tac sonaba con más fuerza. Varias ruedas dentadas se movían como si estuvieran vivas. Unos minúsculos tornillos le llamaron la atención. El mecanismo era incomprensible para él. Alucinado Tomó el destornillador y lo introdujo en un hueco. La rueda grande se paró. Lo sacó y la rueda volvió a ir un poquito hacia delante y otro poquito hacia atrás. Era como si estuviese atascada. Siempre hacía lo mismo. Quería avanzar pero no podía. Volvió a introducir el destornillador. Reloj parado. Lo sacó, movimiento.

               Quiso seguir hurgando en las entrañas así que fue a buscar su tablero del parchís. Tenía cristal. Entre tijeras, destornillador y navaja destripó el Longines hasta dejar la caja casi hueca: sacó todas las ruedas, todos los muelles, todos los tornillos que pudo. El cristal del parchís se llenó de piececitas muy brillantes. Ya no se oía el tic–tac, pero si oyó que llegaban sus padres.

               Apresuradamente intentó meter todas las piececitas del reloj dentro de su cajita. No cabían. Sabía que había hecho algo mal y empezó a agobiarse. Buscó su cuaderno, arrancó una hoja y envolvió en ella todas las ruedecitas y demás pedacitos del mecanismo que no logró meter en su primitiva caja. Consiguió poner la tapadera y advirtió que había convertido el reloj en un sonajero. Las agujas habían perdido su centro. Los números de la esfera se habían quedado huérfanos. El tic-tac solo estaba en su memoria.

Días previos a la Primera Comunión su madre fue a buscar el reloj. En medio de una profunda decepción llamó a Romualdo y mostrándole el estropicio, le preguntó:

-        Pero hijo, Romualdo, ¿Qué has hecho?

-        Solo quería ver las tripas del reloj, respondió Romualdo con seguridad.

-        Pero lo has roto por completo. Ya no te servirá. Si lo viera tu abuelo se volvería a la tumba.

-        Aunque esté roto, a mí me gusta y no me importa ponérmelo. Es un recuerdo de mi abuelo.

               Ester no pudo remediar que un par de lágrimas le recorrieran las mejillas, una de cada ojo. Yo se lo explicaré a tu padre, dijo y luego lo abrazó.

Llegado el día de recibir a Cristo por vez primera, Romualdo, vestido de marinero, según costumbre de la época, lucía orgulloso en la muñeca el reloj-sonajero, recuerdo de su abuelo. Desde ese día fue el reloj más querido del mundo. El Longines envejeció con Romualdo hasta el final de sus días. Nunca se separó de él. Cuando murió se lo llevó a la tumba. La actitud de su madre ante su travesura y aquel ingenio que un día marcó las horas de un abuelo que nunca conoció, lo marcó para toda su vida. Raíces y ternura, un saludable cóctel.

 

29 junio 2023

Cuatro horas, incompletas, viendo Reikiavik

 

Exteriores del Harpa (Reikiavik, junio 2023)

Pequeña introducción

    Reconozco que me gusta pelearme con el diccionario y le hecho pulsos a la gramática. Después de más de veinte horas, esto es lo que ha salido de una pequeña estancia –con el paseo incluido- en Reikiavik. Podría haber puesto fotos de todo el recorrido pues fueron los ladrillos de mi reconstruido paseo por una ciudad que te acoge y te abraza, que te hace sentir bien. Pero creo que eso ya es demasiado. El lector, la lectora, si quiere ver imágenes debe esforzarse un poco. Pistas, las tiene todas. Reikiavik merece ese pequeño esfuerzo.

Cuatro horas, incompletas, viendo Reikiavik

    Eran las ocho y media cuando se presentó en el hotel el bus de las ballenas. El grupo, preparado, esperaba impaciente. Jesús, mentalmente, estaba ubicado en su bifurcación. Por un lado había oído que el barco se movía mucho y con esa enorme facilidad para el mareo, dudaba sobre su incorporación al evento. Por otro, el avistamiento de ballenas era algo extraordinario y así lo vendía, a lo largo del bus una pintura marketing con sonriente ballena incluida y su correspondiente columna de aire húmedo. Una experiencia única. La idea de quedarse en tierra y solo, en Reikjavik, le atraía. No tenía ganas de ponerse malo en un barco que danza con el vals que las olas le marcan. Además, una semana de actividades colectivas dirigidas y miles de kilómetros sentados en el bus, necesitaba un contrapeso: pasear a su aire. El plan de ver ballenas zambullirse a distancia era muy tutelado. Demasiada pasividad. Quedarse en tierra firme le sonaba a pequeña aventura, le conquistaba. ¿Qué hacer? ¿A dónde iría? ¿Sabría desenvolverse en una ciudad desconocida por completo tras décadas de hacerlo acompañado? La noche anterior, el grupo había dado un pequeño paseo con el bus alrededor del puerto y poco más. Luego, camino del hotel, la sensación de estar perdido resultó colosal. Una avenida, un giro hacia la izquierda, doscientos metros recto, iglesia a la derecha, otra calle a la izquierda, semáforo, glorieta, zona universitaria, cuesta, un parque enorme y verde, otro giro y, por fin, la llegada al hotel en un barrio con pinta de terreno industrial. En recepción pudo encontrar un plano y el you are here le situó, pero siguió perdido.

    El microbús llegó a la zona del puerto. El Andrea, barco de cierto tonelaje, blanco y azul, con su “whale watching” los esperaba ya con mucha gente dentro. Jesús asumía que avistar consistía en alcanzar con la vista un objeto lejano. Esa separación, la bastante cantidad de gente, recordar que la gran mayoría de fotos de ballenas eran solo su cola y la posibilidad de marearse, le hicieron desistir. Una chica, a golpe de contador, saludaba al personal que descendía hacía el barco por la rampa con el logo de una detallada rosa de los vientos. Jesús se quedó el último y le dijo que no subiría. La chica lo agradeció. Sin saber bien porqué, Jesús le preguntó por una librería. La mujer le sugirió visitar el Museo Marítimo, señalando hacia el final del puerto, por la izquierda. Jesús se alejó de la rampa. El grupo se había ido y de repente tuvo la sensación de ser un visitante paracaidista. Allí estaba él solo, como caído de un avión. Se conectó a san Google sin tener ni la más remota idea de hacia dónde encaminar sus pasos. Ante unos nombres impronunciables, ilegibles y con significados desconocidos le iría mejor el arrugado plano de papel. Enfrente del barco había un restaurante, el Höfnin. Le hizo una fotografía. Su nombre, ese característico color azul turquesa y sus tres ventanales mirando al mar le servirían de pistas para volver a encontrarse con los suyos una vez terminada la observación cetácea. Recordó que Pulgarcito fue dejando caer pequeñas piedras blancas para marcar el camino de regreso a su casa. En este caso, las fotos sustituirían a las piedras.

    La chica del embarcadero, una típica nórdica, había señalado hacia la izquierda. Él pensó que era al noroeste y hacia allí dirigió sus pasos buscando el Museo Marítimo. Salió del puerto, justo por Tommi’s Burger Joint. Estaba en la calle Geirsgata. Siguió andando hacia el oeste. A su izquierda dejó The House of Icelandic (Design-Food-Art&Music). Todas las pistas le resultaban pocas. A su derecha seguía el puerto, con algunos barcos en dique seco para ser reparados. Poco más adelante cambió el nombre de la calle. Ahora era Mýrargata. Llegado un punto, según su instinto, giró a la derecha por una calle que se abría perpendicular a la que llevaba. Al par de minutos descubrió el centro de Auroras Boreales; lo superó por la derecha y se dirigió hacia el edificio que creyó podría ser el Museo Marítimo. Ciertamente no se había equivocado. Miró el reloj. Eran las nueve menos veinte y no abrirían hasta las diez. Decidió regresar sobre sus pasos y conocer el centro de la ciudad. Por fortuna el planito de papel lo delimitaba en un rectángulo no demasiado grande. City Center, decía. Tenía poco más de hora y media para recorrer parte de él, así que apretó sus pasos. El aire en Reikiavic era fresco.

    Casi al finalizar la calle Mýrargata, intuyó que tenía que desviarse. A la derecha se iniciaba la calle Triggvagata con el Exeter Hotel. Recordó que el hijo de un amigo había colaborado con la Universidad de Exeter, centro público del Reino Unido situado en la antigua ciudad, en Devon, en el sur-oeste de Inglaterra. Cualquier conexión le serviría. Siguió hasta tropezarse con la parte trasera del Museo de Arte, edificio de moderna construcción. En su media fachada inferior observó una composición geométrica de letras en diferentes posiciones, “LISTASAFN ART MUSEUM”. No entró. Quería ver la ciudad, edificios, jardines, esculturas, etc. Le llamó la atención y plasmó en una foto la marquesina del museo –muy inclinada- que parecía nacer de la pared, encima de la puerta. Una pequeña penetración a la derecha, por la calle Naustin, le permitió ver una serie de típicas casas islandesas de madera, de colores muy vivos, totalmente rehabilitadas y dedicadas a negocios, sobre todo bares, pubs y restaurantes. En un cristal, como reclamo publicitario, pudo leer: “Two beers or not two beers. That is the question”. Sonrió. Por la tarde se percató de que esa zona era centro, centro. Jesús volvió sobre sus pasos y siguió recto por la calle Triggvagata. Su ávida mirada se desvió hacia unos murales grandes alargados de vivos colores. Estaban situados en la parte inferior del edificio, mientras que la parte de arriba eran dos filas largas de cristales. Se trataba del Tollhúsid, un edificio destinado a la administración pública terminado en 1971. Los murales aludían al puerto mediante una original combinación de rayas horizontales y verticales, barcos, y un sol enorme en el segundo tramo.

    En la misma esquina del Tollhúsid, Jesús giró a su derecha, tenía que alejarse del puerto. Comprobó que estaba en la calle Pósthússtrꬱti, avanzó y vio a su izquierda un edificio rojo ferruginoso, el Hitt Húsid. La impresión de un Reikiavk moderno, pero con señales del pasado y edificios adecuados al clima era la que predominaba en aquella ciudad. Anduvo un poco más y desembocó en la gran plaza de Austurvöllur, donde descubrió etapas de la historia de la ciudad y del país. Según una placa, esta plaza fue el mejor campo de hierbas de la zona y ocupaba una extensión mucho mayor, pero eso fue cuando Reikjavik era una simple granja. En el centro de la plaza está la estatua de Jón Sigurðsson, líder independentista islandés. Jesús, sensible a la gravedad de unas voces, vibró al comprobar que junto a la estatua, un coro de veinticinco hombres, tres filas de ocho más el director, encorbatados y con traje negro, ensayaban canciones que sonaban a folk del lugar. Atando cabos supuso que con motivo de la fiesta nacional habría algún evento en esta histórica plaza. Por cierto que esta amplia explanada es el lugar tradicional de las grandes protestas islandesas. Aquí se reunieron miles de personas en 1905 para denunciar la ubicación prevista de torres de radio en todo el país. Lo mismo ocurrió en 1949 ante la entrada de Islandia en la OTAN y en el 2008-09, debido a la enorme crisis financiera que machacó al país. Singular repercusión tuvo esta última protesta que consiguió las renuncias del gobierno, el Banco Central de Islandia y la junta de la Autoridad de Supervisión Financiera. Las manifestaciones, lideradas por “Voces del Pueblo”, se identificaron en parte con la destrucción de propiedades y la violencia contra los agentes de policía. Jesús se sintió absorbido por todas esas historias y sacó en conclusión –aunque no lo pudo comentar con nadie- que cuando un islandés se cabrea, se cabrea de verdad. Esta forma de entender las cosas confirma también nuestro famoso dicho de que “más vale una vez colorado que cien amarillo”.

               Jesús siguió recto hacia la otra esquina de la plaza y se encontró con un cartel informativo sobre Svava Jakobsdóttir, una de las más prominentes escritoras islandesas del siglo XX fallecida en el 2004. Svava escribió historias cortas, novelas, piezas de teatro, etc. Sus trabajos están considerados como los más significativos de la historia de la literatura islandesa. En la calle Skólabrú había una unidad móvil de televisión y por allí salió Jesús sin tener claro a donde le llevaría. Volvía a dejarse llevar por un instinto premonitorio positivo. No lo esperaba nadie ni tenía prisa. Consultó el teléfono móvil y el plano. No había duda. Estaba en la avenida de Laekjargata. Justo enfrente, en una pequeña loma, se topó con un edificio de tejado gris, algo herreriano, y una bandera de Islandia en su centro. Delante, una enorme explanada de césped le daba majestuosidad al conjunto. Tenía pinta de algo gubernamental. Se trataba del Junior College, Secundaria Menntaskolinn en islandés. A la derecha, en el césped, una extraña escultura metálica, con aires de frialdad, adornaba el entorno. Era una escultura muy técnica, pura geometría, propia de alguien de ciencias.

               Jesús subió un poco por el terraplén y desde allí echó una foto a la zona de dónde provenía. La imagen tomada resultó muy curiosa pues, contra el cielo, apareció un cartel con letras en rojo del Hotel Borg, situado en la plaza Austurvöllur, icono de Reikiavik, con elegante fachada y Art Deco en el interior. El rótulo se situaba prácticamente a la altura de una chimenea de una de las casas de la avenida. Varios edificios, característicos islandeses hacían un conjunto encantador con sus formas y colores. Un restaurante que respondía al nombre de Icelandic Street Food tenía como logo una enorme oveja pintada en su lateral. Justo debajo aparece un motorista policía –especie poco vista con una valla que corta la calle, LOKAD pone. A la derecha un Fish and Chips en un azul típico de Óbidos (Portugal) destaca, aparte de por su color, por un inmenso anuncio de Coca Cola que te anima a beberla tan fría como el hielo. La imagen del conjunto se disuelve ante la visión de otras similares.

               Al mirar hacia el fondo de la calle Jesús advierte que, aunque aún queda algo lejos, avanza hacia el mar. Más casas islandesas por la izquierda siguen dando color a un cielo algo grisáceo. Por la derecha continúan los grandes edificios, arquitectura tradicional de aquí. Uno de ellos, aparece cerrado. Da la impresión de ser un restaurante y en sus cristales un cartel indica que se alquila: “Til leigu”. Ciertamente los traductores son un avance inconmensurable, dice Jesús para sus adentros. A la derecha hay una tierna estatua en bronce del reverendo Friᵭrik Friᵭriksson (1868-1961) sentado, con los brazos apoyados sobre un niño, de pie, a su lado. El niño mira ligeramente a la derecha, mientras que Friᵭriksson parece concentrado en algo cercano por su izquierda. La obra es de Sigurjon Olafsson, 1952.

               Poco más adelante Jesús se encontró con la escultura de un aguador que porteaba dos cubos. La cabeza torcida, la expresión de la cara y toda la figura daban la sensación de cansancio, pesadez. Por un momento Jesús pensó en el universo femenino de Fernando Botero, pero resultó ser varón al observar mejor. Se trataba de una escultura modernista creada por el islandés Ásmundur Sveinsson (1893-1982). Fue entonces cuando este guiri paseante empezó a pensar en esculturas como señal de identidad de la ciudad de Reykjavik.

    Al final de la calle Laekjargata continuaba la pequeña loma que corre paralela a la vía y al contraluz, desde lejos, Jesús vio la figura de lo interpretó como un guerrero potente, poderoso. Decidió acercarse para verlo mejor. Son ya las nueve y media. Hasta ahora el paseo ha sido entretenido e instructivo. Jesús, ya más seguro, se lanzó a disfrutar el tiempo que quedaba, antes de que regrese el grupo. Hacia la estatua de Ingólfur Arnarson serpenteaba un camino gris que destacaba entre el verde del césped. Estamos en verano y hay césped en Reykjavik. Jesús quiere saber alguna cosa sobre este hombre y extracta de internet que Ingólfur Arnarson (849-910) fue un explorador y caudillo vikingo de Sogn, Noruega, considerado el primer colono nórdico de Islandia. Era hijo de Örn Brynjólfsson (nacido en 823). Sin embargo, no fue el primer escandinavo en visitar la isla y vivir en ella, ya que el primero fue el sueco Gardar Svavarsson, que permaneció un invierno en la que hoy es la localidad de Húsavik. En el año 874, Ingólfur desembarcó en el cabo Ingólfshöfᵭi, pequeño promontorio y reserva natural privada debajo del Parque Nacional de Skaftafell, en la costa sur de Islandia. Unos meses después estableció su hacienda en Reykjavik, lo que supuso el comienzo de la colonización de la isla. La leyenda narra que, al acercarse a tierra desconocida, Ingólfur ordenó arrojar los postes de su sillón de caudillo vikingo al mar, como era tradición. Su intención era establecer el asentamiento allí donde fueran a parar los postes. Según el libro de los asentamientos, dos de sus esclavos tardaron tres años en encontrarlos en una pequeña bahía. De este modo, nació Reikiavik.

               Desde la estatua de Ingólfur, Jesús tenía una magnífica panorámica: un modernista edificio en obras, algo de mar –muy poco- y el espectacular edificio Harpa, centro de conciertos y conferencias. En su diseño participaron el estudio de arquitectura Henning Larsen, el artista Olafur Eliasson y Artec Consultants Inc. Se ubica frente al mar. Aquella impresionante obra se comportó como un potente imán para Jesús. Mientras más se acercaba, más le atraía. Su boca, con mente casi en éxtasis, no podía abrirse más. Era algo sobrenatural que irradiaba belleza y admiración por todos lados. Edificio polémico, futurista, multiuso y por encima de todo, emblemático para la ciudad. Ante aquella inmensidad, Jesús se emocionó ante la visión de una estatua de un pequeño violinista situado en un estanque. Entró en el interior. La sensación de pequeñez se apoderó de él. Jesús era realmente pequeño en el intestino de un edificio mágico. Rememoró el pasaje del profeta Jonás dentro de la ballena, aunque en este caso se trataba de una ballena de acero y de cristal y líneas rectas. Jesús completó lo anterior con una información algo más técnica, pero de total interés: “Superada la fase de las críticas a un proyecto demasiado enorme para la economía islandesa, nadie puede negar que el Harpa se ha convertido en el edificio emblemático y capital del sentir cultural y musical de la ciudad. La obra contiene una cualidad poética, que le ha convertido en el emblema del país que se negó a sacrificar la cultura por la crisis económica. El cristal poliédrico que Eliasson ha utilizado en la fachada, supuso un complejo proceso de construcción. El artista intencionalmente trató de imitar estructuras matemáticas y geológicas de las columnas de basalto de Islandia, que a modo de ladrillos vidriados reflejan diferentes paletas de colores en los lados norte y sur del edificio. Los colores dentro del edificio cuentan con diferentes tipos de iluminación tanto natural como artificial. De día, los cristales registran todos los cambios de matices de la increíble luz de la isla, al tiempo que ofrece majestuosas vistas del mar, de Reikiavik y del paisaje del volcán. Por la noche se iluminan suavemente con leds de colores diferentes”.

               Salió de aquel inmenso vientre –muy calculado- y a la derecha, como orilla del mar, se encontró con una enorme extensión de cantos rodados de todos los tamaños. Era una playa de chinos redondeados por la erosión. La gente había construido multitud de equilibradas columnitas de 30-40-50 centímetros. Jesús siguió caminando. La bahía quedaba a su izquierda. Sabía que le faltaba poco para llegar al Viajero del Sol, Sólfar en islandés. Su creador fue Jón Gunnar Árnason, ganador de un concurso en 1986, para conmemorar el 200 aniversario de la ciudad. Es una especie de esqueleto de barco vikingo, una oda al sol que evoca un territorio aún por descubrir, un sueño de esperanza, progreso y libertad. Una sugerente maravilla que te transporta y te eleva. Esa es la capacidad que tienen los artistas. Jesús le dio la espalda al barco. Eran casi las diez.

    La vuelta la hizo deprisa. Ya se sabía el camino. Tenía que atravesar todo el puerto. Únicamente se paró ante la escultura de dos pescadores que miraban al mar, en el barrio del Harpa. Fue creada por Ingi P. Gislasoney. Eran las diez y cuarto cuando entró en el Museo Marítimo de Reykiavik. Pidió reducción del precio de la entrada por ser mayor de 65 años pero la encargada le respondió que solamente existía una modalidad.

    La visita la inició con la visión del vídeo “Somos tierra, somos agua”, el cual nos recuerda nuestros orígenes y los incontables cambios naturales que nos han conducido hasta aquí. Habla de la Naturaleza como maestra de vida y nos advierte de nuestra responsabilidad en el calentamiento global. Con claridad, manifiesta que, “No solo conocemos los cambios, sino que los sentimos. Vemos que los glaciares retroceden, sufrimos cambios inusuales en el clima y vemos cambiar los ecosistemas. Muchos de nosotros nos sentimos impotentes porque no sabemos que podemos hacer para prevenir, o disminuir, el calentamiento global.”

               El Museo Marítimo no le pareció gran cosa. Jesús los había visto mejores, pero era bastante completo en su información, contenidos y las fotos resultaron muy interesantes. En conjunto le resultó entretenido. Todo está relacionado con el mar: instrumentos y máquinas, la pesca, la vida en los barcos y profesiones e industrias relativas a ese mundo. A Jesús el tiempo se le pasó volando. A las doce menos cuarto estaba entrando en el Rost, restaurante-pub, en el muelle, frente al Andrea. Pidió un té y se puso a revisar las decenas de fotos que había hecho. Se sentía satisfecho y no borró ninguna. A las doce en punto le sorprendió la presencia de su mujer. Lo había localizado sin necesidad de utilizar el teléfono. Sabía de sobra el tipo de locales que le gustaban. ¿Nos vamos? El grupo nos espera.

    Habrá una segunda parte del resto de la jornada, pero esa es otra historia.


Museo Marítimo (Reikiavik, junio 2023)