29 junio 2023

Cuatro horas, incompletas, viendo Reikiavik

 

Exteriores del Harpa (Reikiavik, junio 2023)

Pequeña introducción

    Reconozco que me gusta pelearme con el diccionario y le hecho pulsos a la gramática. Después de más de veinte horas, esto es lo que ha salido de una pequeña estancia –con el paseo incluido- en Reikiavik. Podría haber puesto fotos de todo el recorrido pues fueron los ladrillos de mi reconstruido paseo por una ciudad que te acoge y te abraza, que te hace sentir bien. Pero creo que eso ya es demasiado. El lector, la lectora, si quiere ver imágenes debe esforzarse un poco. Pistas, las tiene todas. Reikiavik merece ese pequeño esfuerzo.

Cuatro horas, incompletas, viendo Reikiavik

    Eran las ocho y media cuando se presentó en el hotel el bus de las ballenas. El grupo, preparado, esperaba impaciente. Jesús, mentalmente, estaba ubicado en su bifurcación. Por un lado había oído que el barco se movía mucho y con esa enorme facilidad para el mareo, dudaba sobre su incorporación al evento. Por otro, el avistamiento de ballenas era algo extraordinario y así lo vendía, a lo largo del bus una pintura marketing con sonriente ballena incluida y su correspondiente columna de aire húmedo. Una experiencia única. La idea de quedarse en tierra y solo, en Reikjavik, le atraía. No tenía ganas de ponerse malo en un barco que danza con el vals que las olas le marcan. Además, una semana de actividades colectivas dirigidas y miles de kilómetros sentados en el bus, necesitaba un contrapeso: pasear a su aire. El plan de ver ballenas zambullirse a distancia era muy tutelado. Demasiada pasividad. Quedarse en tierra firme le sonaba a pequeña aventura, le conquistaba. ¿Qué hacer? ¿A dónde iría? ¿Sabría desenvolverse en una ciudad desconocida por completo tras décadas de hacerlo acompañado? La noche anterior, el grupo había dado un pequeño paseo con el bus alrededor del puerto y poco más. Luego, camino del hotel, la sensación de estar perdido resultó colosal. Una avenida, un giro hacia la izquierda, doscientos metros recto, iglesia a la derecha, otra calle a la izquierda, semáforo, glorieta, zona universitaria, cuesta, un parque enorme y verde, otro giro y, por fin, la llegada al hotel en un barrio con pinta de terreno industrial. En recepción pudo encontrar un plano y el you are here le situó, pero siguió perdido.

    El microbús llegó a la zona del puerto. El Andrea, barco de cierto tonelaje, blanco y azul, con su “whale watching” los esperaba ya con mucha gente dentro. Jesús asumía que avistar consistía en alcanzar con la vista un objeto lejano. Esa separación, la bastante cantidad de gente, recordar que la gran mayoría de fotos de ballenas eran solo su cola y la posibilidad de marearse, le hicieron desistir. Una chica, a golpe de contador, saludaba al personal que descendía hacía el barco por la rampa con el logo de una detallada rosa de los vientos. Jesús se quedó el último y le dijo que no subiría. La chica lo agradeció. Sin saber bien porqué, Jesús le preguntó por una librería. La mujer le sugirió visitar el Museo Marítimo, señalando hacia el final del puerto, por la izquierda. Jesús se alejó de la rampa. El grupo se había ido y de repente tuvo la sensación de ser un visitante paracaidista. Allí estaba él solo, como caído de un avión. Se conectó a san Google sin tener ni la más remota idea de hacia dónde encaminar sus pasos. Ante unos nombres impronunciables, ilegibles y con significados desconocidos le iría mejor el arrugado plano de papel. Enfrente del barco había un restaurante, el Höfnin. Le hizo una fotografía. Su nombre, ese característico color azul turquesa y sus tres ventanales mirando al mar le servirían de pistas para volver a encontrarse con los suyos una vez terminada la observación cetácea. Recordó que Pulgarcito fue dejando caer pequeñas piedras blancas para marcar el camino de regreso a su casa. En este caso, las fotos sustituirían a las piedras.

    La chica del embarcadero, una típica nórdica, había señalado hacia la izquierda. Él pensó que era al noroeste y hacia allí dirigió sus pasos buscando el Museo Marítimo. Salió del puerto, justo por Tommi’s Burger Joint. Estaba en la calle Geirsgata. Siguió andando hacia el oeste. A su izquierda dejó The House of Icelandic (Design-Food-Art&Music). Todas las pistas le resultaban pocas. A su derecha seguía el puerto, con algunos barcos en dique seco para ser reparados. Poco más adelante cambió el nombre de la calle. Ahora era Mýrargata. Llegado un punto, según su instinto, giró a la derecha por una calle que se abría perpendicular a la que llevaba. Al par de minutos descubrió el centro de Auroras Boreales; lo superó por la derecha y se dirigió hacia el edificio que creyó podría ser el Museo Marítimo. Ciertamente no se había equivocado. Miró el reloj. Eran las nueve menos veinte y no abrirían hasta las diez. Decidió regresar sobre sus pasos y conocer el centro de la ciudad. Por fortuna el planito de papel lo delimitaba en un rectángulo no demasiado grande. City Center, decía. Tenía poco más de hora y media para recorrer parte de él, así que apretó sus pasos. El aire en Reikiavic era fresco.

    Casi al finalizar la calle Mýrargata, intuyó que tenía que desviarse. A la derecha se iniciaba la calle Triggvagata con el Exeter Hotel. Recordó que el hijo de un amigo había colaborado con la Universidad de Exeter, centro público del Reino Unido situado en la antigua ciudad, en Devon, en el sur-oeste de Inglaterra. Cualquier conexión le serviría. Siguió hasta tropezarse con la parte trasera del Museo de Arte, edificio de moderna construcción. En su media fachada inferior observó una composición geométrica de letras en diferentes posiciones, “LISTASAFN ART MUSEUM”. No entró. Quería ver la ciudad, edificios, jardines, esculturas, etc. Le llamó la atención y plasmó en una foto la marquesina del museo –muy inclinada- que parecía nacer de la pared, encima de la puerta. Una pequeña penetración a la derecha, por la calle Naustin, le permitió ver una serie de típicas casas islandesas de madera, de colores muy vivos, totalmente rehabilitadas y dedicadas a negocios, sobre todo bares, pubs y restaurantes. En un cristal, como reclamo publicitario, pudo leer: “Two beers or not two beers. That is the question”. Sonrió. Por la tarde se percató de que esa zona era centro, centro. Jesús volvió sobre sus pasos y siguió recto por la calle Triggvagata. Su ávida mirada se desvió hacia unos murales grandes alargados de vivos colores. Estaban situados en la parte inferior del edificio, mientras que la parte de arriba eran dos filas largas de cristales. Se trataba del Tollhúsid, un edificio destinado a la administración pública terminado en 1971. Los murales aludían al puerto mediante una original combinación de rayas horizontales y verticales, barcos, y un sol enorme en el segundo tramo.

    En la misma esquina del Tollhúsid, Jesús giró a su derecha, tenía que alejarse del puerto. Comprobó que estaba en la calle Pósthússtrꬱti, avanzó y vio a su izquierda un edificio rojo ferruginoso, el Hitt Húsid. La impresión de un Reikiavk moderno, pero con señales del pasado y edificios adecuados al clima era la que predominaba en aquella ciudad. Anduvo un poco más y desembocó en la gran plaza de Austurvöllur, donde descubrió etapas de la historia de la ciudad y del país. Según una placa, esta plaza fue el mejor campo de hierbas de la zona y ocupaba una extensión mucho mayor, pero eso fue cuando Reikjavik era una simple granja. En el centro de la plaza está la estatua de Jón Sigurðsson, líder independentista islandés. Jesús, sensible a la gravedad de unas voces, vibró al comprobar que junto a la estatua, un coro de veinticinco hombres, tres filas de ocho más el director, encorbatados y con traje negro, ensayaban canciones que sonaban a folk del lugar. Atando cabos supuso que con motivo de la fiesta nacional habría algún evento en esta histórica plaza. Por cierto que esta amplia explanada es el lugar tradicional de las grandes protestas islandesas. Aquí se reunieron miles de personas en 1905 para denunciar la ubicación prevista de torres de radio en todo el país. Lo mismo ocurrió en 1949 ante la entrada de Islandia en la OTAN y en el 2008-09, debido a la enorme crisis financiera que machacó al país. Singular repercusión tuvo esta última protesta que consiguió las renuncias del gobierno, el Banco Central de Islandia y la junta de la Autoridad de Supervisión Financiera. Las manifestaciones, lideradas por “Voces del Pueblo”, se identificaron en parte con la destrucción de propiedades y la violencia contra los agentes de policía. Jesús se sintió absorbido por todas esas historias y sacó en conclusión –aunque no lo pudo comentar con nadie- que cuando un islandés se cabrea, se cabrea de verdad. Esta forma de entender las cosas confirma también nuestro famoso dicho de que “más vale una vez colorado que cien amarillo”.

               Jesús siguió recto hacia la otra esquina de la plaza y se encontró con un cartel informativo sobre Svava Jakobsdóttir, una de las más prominentes escritoras islandesas del siglo XX fallecida en el 2004. Svava escribió historias cortas, novelas, piezas de teatro, etc. Sus trabajos están considerados como los más significativos de la historia de la literatura islandesa. En la calle Skólabrú había una unidad móvil de televisión y por allí salió Jesús sin tener claro a donde le llevaría. Volvía a dejarse llevar por un instinto premonitorio positivo. No lo esperaba nadie ni tenía prisa. Consultó el teléfono móvil y el plano. No había duda. Estaba en la avenida de Laekjargata. Justo enfrente, en una pequeña loma, se topó con un edificio de tejado gris, algo herreriano, y una bandera de Islandia en su centro. Delante, una enorme explanada de césped le daba majestuosidad al conjunto. Tenía pinta de algo gubernamental. Se trataba del Junior College, Secundaria Menntaskolinn en islandés. A la derecha, en el césped, una extraña escultura metálica, con aires de frialdad, adornaba el entorno. Era una escultura muy técnica, pura geometría, propia de alguien de ciencias.

               Jesús subió un poco por el terraplén y desde allí echó una foto a la zona de dónde provenía. La imagen tomada resultó muy curiosa pues, contra el cielo, apareció un cartel con letras en rojo del Hotel Borg, situado en la plaza Austurvöllur, icono de Reikiavik, con elegante fachada y Art Deco en el interior. El rótulo se situaba prácticamente a la altura de una chimenea de una de las casas de la avenida. Varios edificios, característicos islandeses hacían un conjunto encantador con sus formas y colores. Un restaurante que respondía al nombre de Icelandic Street Food tenía como logo una enorme oveja pintada en su lateral. Justo debajo aparece un motorista policía –especie poco vista con una valla que corta la calle, LOKAD pone. A la derecha un Fish and Chips en un azul típico de Óbidos (Portugal) destaca, aparte de por su color, por un inmenso anuncio de Coca Cola que te anima a beberla tan fría como el hielo. La imagen del conjunto se disuelve ante la visión de otras similares.

               Al mirar hacia el fondo de la calle Jesús advierte que, aunque aún queda algo lejos, avanza hacia el mar. Más casas islandesas por la izquierda siguen dando color a un cielo algo grisáceo. Por la derecha continúan los grandes edificios, arquitectura tradicional de aquí. Uno de ellos, aparece cerrado. Da la impresión de ser un restaurante y en sus cristales un cartel indica que se alquila: “Til leigu”. Ciertamente los traductores son un avance inconmensurable, dice Jesús para sus adentros. A la derecha hay una tierna estatua en bronce del reverendo Friᵭrik Friᵭriksson (1868-1961) sentado, con los brazos apoyados sobre un niño, de pie, a su lado. El niño mira ligeramente a la derecha, mientras que Friᵭriksson parece concentrado en algo cercano por su izquierda. La obra es de Sigurjon Olafsson, 1952.

               Poco más adelante Jesús se encontró con la escultura de un aguador que porteaba dos cubos. La cabeza torcida, la expresión de la cara y toda la figura daban la sensación de cansancio, pesadez. Por un momento Jesús pensó en el universo femenino de Fernando Botero, pero resultó ser varón al observar mejor. Se trataba de una escultura modernista creada por el islandés Ásmundur Sveinsson (1893-1982). Fue entonces cuando este guiri paseante empezó a pensar en esculturas como señal de identidad de la ciudad de Reykjavik.

    Al final de la calle Laekjargata continuaba la pequeña loma que corre paralela a la vía y al contraluz, desde lejos, Jesús vio la figura de lo interpretó como un guerrero potente, poderoso. Decidió acercarse para verlo mejor. Son ya las nueve y media. Hasta ahora el paseo ha sido entretenido e instructivo. Jesús, ya más seguro, se lanzó a disfrutar el tiempo que quedaba, antes de que regrese el grupo. Hacia la estatua de Ingólfur Arnarson serpenteaba un camino gris que destacaba entre el verde del césped. Estamos en verano y hay césped en Reykjavik. Jesús quiere saber alguna cosa sobre este hombre y extracta de internet que Ingólfur Arnarson (849-910) fue un explorador y caudillo vikingo de Sogn, Noruega, considerado el primer colono nórdico de Islandia. Era hijo de Örn Brynjólfsson (nacido en 823). Sin embargo, no fue el primer escandinavo en visitar la isla y vivir en ella, ya que el primero fue el sueco Gardar Svavarsson, que permaneció un invierno en la que hoy es la localidad de Húsavik. En el año 874, Ingólfur desembarcó en el cabo Ingólfshöfᵭi, pequeño promontorio y reserva natural privada debajo del Parque Nacional de Skaftafell, en la costa sur de Islandia. Unos meses después estableció su hacienda en Reykjavik, lo que supuso el comienzo de la colonización de la isla. La leyenda narra que, al acercarse a tierra desconocida, Ingólfur ordenó arrojar los postes de su sillón de caudillo vikingo al mar, como era tradición. Su intención era establecer el asentamiento allí donde fueran a parar los postes. Según el libro de los asentamientos, dos de sus esclavos tardaron tres años en encontrarlos en una pequeña bahía. De este modo, nació Reikiavik.

               Desde la estatua de Ingólfur, Jesús tenía una magnífica panorámica: un modernista edificio en obras, algo de mar –muy poco- y el espectacular edificio Harpa, centro de conciertos y conferencias. En su diseño participaron el estudio de arquitectura Henning Larsen, el artista Olafur Eliasson y Artec Consultants Inc. Se ubica frente al mar. Aquella impresionante obra se comportó como un potente imán para Jesús. Mientras más se acercaba, más le atraía. Su boca, con mente casi en éxtasis, no podía abrirse más. Era algo sobrenatural que irradiaba belleza y admiración por todos lados. Edificio polémico, futurista, multiuso y por encima de todo, emblemático para la ciudad. Ante aquella inmensidad, Jesús se emocionó ante la visión de una estatua de un pequeño violinista situado en un estanque. Entró en el interior. La sensación de pequeñez se apoderó de él. Jesús era realmente pequeño en el intestino de un edificio mágico. Rememoró el pasaje del profeta Jonás dentro de la ballena, aunque en este caso se trataba de una ballena de acero y de cristal y líneas rectas. Jesús completó lo anterior con una información algo más técnica, pero de total interés: “Superada la fase de las críticas a un proyecto demasiado enorme para la economía islandesa, nadie puede negar que el Harpa se ha convertido en el edificio emblemático y capital del sentir cultural y musical de la ciudad. La obra contiene una cualidad poética, que le ha convertido en el emblema del país que se negó a sacrificar la cultura por la crisis económica. El cristal poliédrico que Eliasson ha utilizado en la fachada, supuso un complejo proceso de construcción. El artista intencionalmente trató de imitar estructuras matemáticas y geológicas de las columnas de basalto de Islandia, que a modo de ladrillos vidriados reflejan diferentes paletas de colores en los lados norte y sur del edificio. Los colores dentro del edificio cuentan con diferentes tipos de iluminación tanto natural como artificial. De día, los cristales registran todos los cambios de matices de la increíble luz de la isla, al tiempo que ofrece majestuosas vistas del mar, de Reikiavik y del paisaje del volcán. Por la noche se iluminan suavemente con leds de colores diferentes”.

               Salió de aquel inmenso vientre –muy calculado- y a la derecha, como orilla del mar, se encontró con una enorme extensión de cantos rodados de todos los tamaños. Era una playa de chinos redondeados por la erosión. La gente había construido multitud de equilibradas columnitas de 30-40-50 centímetros. Jesús siguió caminando. La bahía quedaba a su izquierda. Sabía que le faltaba poco para llegar al Viajero del Sol, Sólfar en islandés. Su creador fue Jón Gunnar Árnason, ganador de un concurso en 1986, para conmemorar el 200 aniversario de la ciudad. Es una especie de esqueleto de barco vikingo, una oda al sol que evoca un territorio aún por descubrir, un sueño de esperanza, progreso y libertad. Una sugerente maravilla que te transporta y te eleva. Esa es la capacidad que tienen los artistas. Jesús le dio la espalda al barco. Eran casi las diez.

    La vuelta la hizo deprisa. Ya se sabía el camino. Tenía que atravesar todo el puerto. Únicamente se paró ante la escultura de dos pescadores que miraban al mar, en el barrio del Harpa. Fue creada por Ingi P. Gislasoney. Eran las diez y cuarto cuando entró en el Museo Marítimo de Reykiavik. Pidió reducción del precio de la entrada por ser mayor de 65 años pero la encargada le respondió que solamente existía una modalidad.

    La visita la inició con la visión del vídeo “Somos tierra, somos agua”, el cual nos recuerda nuestros orígenes y los incontables cambios naturales que nos han conducido hasta aquí. Habla de la Naturaleza como maestra de vida y nos advierte de nuestra responsabilidad en el calentamiento global. Con claridad, manifiesta que, “No solo conocemos los cambios, sino que los sentimos. Vemos que los glaciares retroceden, sufrimos cambios inusuales en el clima y vemos cambiar los ecosistemas. Muchos de nosotros nos sentimos impotentes porque no sabemos que podemos hacer para prevenir, o disminuir, el calentamiento global.”

               El Museo Marítimo no le pareció gran cosa. Jesús los había visto mejores, pero era bastante completo en su información, contenidos y las fotos resultaron muy interesantes. En conjunto le resultó entretenido. Todo está relacionado con el mar: instrumentos y máquinas, la pesca, la vida en los barcos y profesiones e industrias relativas a ese mundo. A Jesús el tiempo se le pasó volando. A las doce menos cuarto estaba entrando en el Rost, restaurante-pub, en el muelle, frente al Andrea. Pidió un té y se puso a revisar las decenas de fotos que había hecho. Se sentía satisfecho y no borró ninguna. A las doce en punto le sorprendió la presencia de su mujer. Lo había localizado sin necesidad de utilizar el teléfono. Sabía de sobra el tipo de locales que le gustaban. ¿Nos vamos? El grupo nos espera.

    Habrá una segunda parte del resto de la jornada, pero esa es otra historia.


Museo Marítimo (Reikiavik, junio 2023)