Me he tropezado con más de treinta libros en una papelera. Miré y lo comprobé. Incrédulo he sacado unas fotos. En esta sociedad tan fría y superficial, tan sobrada de todo, se abandonan mascotas, se reniega de ancianos y se desechan libros. ¿Quién nos lo iba a decir? Pero la realidad tozuda nos coloca en el sitio y a costa de tocarla, verla, oírla, transcribirla y sufrirla nos hemos acostumbrado. De la misma forma, la cancerosa indiferencia que navega sobre los gladiadores negros de la vida, muertos en los Estrechos, se prolonga en el alma y vemos impasibles a unos pobres mal liados en cartones pasar la noche al raso. Con el paso del tiempo y de las experiencias, nuestros corazones se pueden volver duros y aquellos sentimientos de generosidad y amor desaparecen, mueren y se disipan. Así nos transformamos en personas – castillo, donde la coraza del tiempo, el escaso cultivo de nuestra comprensión y el confundir ternura como debilidad construyen baluartes que filtran todo aquello que nos pueda hacer daño.
Pobres mascotas solas sin cobijo
y sin techo. Pobres ancianos solos a los que depositan con más ancianos solos. Tristes
aquellos libros que no encuentran ninguna estantería donde enseñar sus lomos
porque, toda mascota que se precie necesita su dueño, una persona anciana
requiere compañía y todo libro solo solicita un lector.
La papelera acoge generosa a
Miguel de Cervantes al que da compañía don Antonio Machado. La magia del Macondo
de Gabriel García Márquez se alimenta de la maravillosa dieta del doctor Grande
Covián y de la acrisolada bondad de Tenzin Gyatso, decimocuarto dalái lama. Los
versos de Goethe piden su sitio junto al hispanismo de Ian Gibson y a los
ensayos de María Zambrano .… libros de la poesía española del siglo XVI,
tratados de autoayuda, varias filosofías, algún libro de texto,…todos, sin
orden ni concierto, curan su soledad en la inhóspita cámara de una desconocida
papelera puesta para otras cosas. Un libro es algo más que papel. Resulta
curioso que a los libros les atraiga estar juntos mientras que los autores aman
la soledad y aspiran al silencio para poder oírse. Así, ese contacto íntimo, en
la rígida bolsa vertical, a la gran mayoría, les hace sentirse incómodos y la
gente que pasa oye como lamentos. Extrañas voces brotan de aquella papelera:
“Échate para allá”, “Me estás haciendo daño”, “A lo que hemos llegado”, “Huele
bastante mal”, “Que me saquen de aquí”,…. La gente circulaba deprisa metida en sus
burbujas, pero, como si hubiera chocado con un tabique transparente, la niña se
detuvo frente a la papelera con su mirada azul. Solo los niños pueden
interpretar la llamada de un libro prisionero. A su cabeza vino la imagen
rebosante del frutero de casa. Los libros asomaban como queriendo ver. Dentro
se preguntaban: ¿Nos recogerá a todos o elegirá solamente a unos pocos? Los
libros y sus autores se sentían muy nerviosos ante la incertidumbre. La chica
alzó la voz. Todos la pudieron oír: “Está bien, os adoptaré. Ahora vuelvo. Los
sitios de los libros son las estanterías, aunque mejor están abiertos bajo la
visual de unos ojos lectores”. Intramuros de aquellas oscuras estrecheces
libros y autores respiraron aliviados.
Se puede comprender que en
tiempos de Internet, con una oferta on line que tiende al infinito, sobren
algunos libros, pero deshonrarlos en una papelera – junto a papeles sucios, restos
de bocadillos y botellas de plástico, no parece que sea la mejor solución.
Antes de dar salida a una acción tan indigna, se podrían barajar otras varias opciones:
existen bibliotecas callejeras en cabinas de teléfonos públicos y plazas del
mercado; también en restaurantes, bares, incluso iglesias, donde se depositan y
la gente canjea unos libros por otros: lo importante es leer. Se pueden sondear
tiendas de segunda mano que se convierten en dormitorios de cultura y buenos
yacimientos para coleccionistas. La opción de alguna biblioteca pública –
previo envío de una lista – tampoco es desechable….. Si todo esto fallara siempre
nos quedará el contenedor azul. Con un tímido esfuerzo y un gramo de conciencia,
podemos conseguir hacer un nuevo libro de libros desechados y mantener así la
esperanza que anhela todo papel viviente: pertenecer a un libro durante mucho
tiempo, porque reciclar prolonga la existencia. Cualquier otra elección siempre
será mejor que convertir un cesto – papelera en una mala morgue de libros no
queridos. Los libros, igual que la personas necesitan un sitio bañado en
dignidad. También los libros reclaman sus derechos.
Ayer me emocioné viendo como libros y amigos estuvieron presentes en el sentido adiós de Almudena Grandes. Esos libros alzados constituyeron un homenaje inmenso. Nada que ver con la humillante imagen de libros apilados en una papelera.
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