30 marzo 2022

Ese bote de Floïd

 

               Llevo ya algunos años que me quedo esperando el frasco anaranjado de la loción de Floïd[1], masaje masculino con mentol vigoroso, historia del mundo de los hombres en el siglo pasado: se iniciaban los treinta. Si hubiera sido niña me hubieran regalado, quizás, posiblemente, el Maderas de Oriente o el myrurgia de turno que contenían aromas de las mil y una noches y así poder viajar, junto con Aladino, subida en una alfombra de bonitos colores.

               Mi pecho se contrae, el corazón se agita y se mojan mis ojos cuando escribo estas letras. Hace ya muchos años y yo, con mi barba incipiente, era orilla de primeros amores y estrenaba gustoso pantalones de hombre. Cuando San Sebastián llegaba al calendario, mi padre me obsequiaba un bote de colonia o el masaje de Floïd, casi siempre el masaje: Creo que era su peculiar manera de reconocer él que me había hecho ya un hombre. Aquel profundo olor que le identificaba era como una estela que impregnaba sus pasos y, desde aquel entonces, acompaña los míos. Padre e hijo debían de oler igual. Y aquel olor de Floïd, tan propio de la época como el luto en la muerte o el puñetero frio de las noches de enero, era característico, tenía una identidad, un algo evocador que te reconfortaba.

        El caso es que este año, ese aroma sin par lo he extrañado de una forma especial. Seguramente añoro aquella juventud, la estampa de mi padre y aquel bote de Floïd, envuelto en celofán, que me duraba un año sin premeditación.

        El por qué no lo sé. El corazón me dice tener unas razones que la razón no entiende y con frecuencia el muro de la mente no resiste el ataque ante un impetuoso caudal de sentimientos. El Floïd me inmortaliza una niñez de pueblo, por supuesto inocente, una época pasada que nunca volverá, un ambiente hogareño con calidez sencilla, voces en el ambiente de gente que se fue, un niño rodeado de personas mayores, ese papel de estraza que todo lo envolvía, un suelo verde y rojo de baldosas cuadradas, una placa[2] metálica moderna para entonces, un pozo con su patio, un arriate de ladrillos macizos con rosales muy pobres, un gallinero enorme con barrizal eterno y vallas de madera, un cantero de pan con aceite y azúcar, una calle rojiza siempre llena de niños con luz amarillenta en el atardecer y unas puertas abiertas de confiados vecinos, unos carros que pasan con sus mulas cansadas, una noche que cae con el parte[3] a las diez.

               Han sido muchos años de recibir el Floïd. Yo no me daba cuenta al ver pasar el tiempo, ¡Era algo natural! Pero al llegar enero viene San Sebastián y todos mis sentidos rebuscan ese olor, esa forma de vidrio con su tapón marrón y ese hombre sonriente, con el pelo muy negro, cuando le dan masaje, que no envejece nunca. En su lugar encuentro un inmenso vacío más grande que el regalo que busco y no lo encuentro y en mi mente rescato la imagen de mi padre con cara enjabonada y cuchilla dispuesta para el diario afeitado. En la repisa el bote del hombre sonriendo y unas manos sin cuerpo, que intuyo desde atrás, le masajea la cara. Es un tierno recuerdo que morirá conmigo, una estampa de antaño que me acompañará.



[1] Los orígenes vallenses del popular 'aftershave' Floïd, en un libro (23/01/2017)

                    El local que actualmente ocupa un locutorio en la calle de la Carnisseria del Barri Antic de Valls (Tarragona) había sido, antiguamente, una barbería. Pero además, fue el lugar de nacimiento de la conocida marca Floïd, que comercializa la popular loción para después del afeitado, o aftershave, de un color amarillo anaranjado. Así lo explica Genís Sinca en el libro El cavaller Floïd. Biografia de Joan B. Cendrós.

                    El habitante de Valls Joan Baptista Cendrós, conocido como 'lo Batiste', trabajaba en este establecimiento como barbero a finales del siglo XIX. En aquel tiempo, Baptista también cortaba el pelo de forma gratuita a una comunidad religiosa de Valls, los Escolapis, que se encontraba al lado de la iglesia del Carme, muy cerca de la barbería. Unos años más tarde, a principios del siglo XX, Baptista decidió instalarse en Barcelona y abrir allí una barbería, denominada Buenos Aires, en la calle de Rocafort. Con motivo de su marcha, los Escolapis le regalaron una botella con un líquido naranja: era un jugo de hierbas, flores, alcohol y limón que usaban para curar quemaduras, heridas, y también como loción aftershave, y que unos años más tarde sería conocido por todas partes.

No fue hasta el año 1932, sin embargo, que el Floïd empezó a popularizarse mucho gracias al hijo de Baptista, J.B. Cendrós, que se puso al frente de la empresa que había empezado a crear a su padre en 1928. El barbero murió prematuramente el año 1937, y su hijo, además de hacer popular la loción, hizo mucho dinero con la empresa y con él se convirtió en mecenas de muchas iniciativas catalanistas. Entre otros, fue uno de los fundadores de Òmnium Cultural, de Esquerra Democràtica de Catalunya, propietario de la Editorial Aymà, mecenas del Institut d'Estudis Catalans, y patrocinador de los autores de la Nova Cançó, de Edicions Proa, y de la Fundació Enciclopèdia Catalana.

[2] Placa de hierro fundido que usaba el carbón para cocinar. Tenía cuatro agujeros graduables mediante aros, según el tamaño del recipiente y un depósito lateral daba agua caliente.

[3] Los diarios hablados de Radio Nacional, normalmente uno a mediodía y otro por la noche, eran conocidos como el parte, término de reminiscencia militar, que recordaba a los partes de guerra. Tanto es así que se iniciaban con el toque de atención de un cornetín de órdenes, y más adelante con una adaptación de una llamada militar a reunión del siglo XV (la llamada "Generala", que se hizo famosa) y finalizaban con otro, seguido por la invocación Gloriosos caídos por Dios y por España. ¡Presentes! y a continuación el himno nacional.

21 marzo 2022

Telésfono y Soledad

 


               Él miraba la previsión del tiempo cuando ella se sentó a su lado. Ni siquiera levantó la cabeza. Absorbida su mente por la pantalla multicolor brillante siguió indagando en el pronóstico y con un hola interruptus respondió a la llegada de su mujer. Eran las siete de la tarde de los primeros días de septiembre. El calor había amainado un poco y esa parte del día se transformó en un espacio temporal agradable.

-Permíteme un momento, por favor. Enseguida termino. Parece que va a refrescar, aclaró Telésfono con sus pupilas centradas en la pantalla.

- No te preocupes. Termina.

La camarera llegó. Sole pidió un café con leche: el solo no la dejaría dormir. Necesitaba algo que le reconfortara un poco pero que no la estimulara demasiado.

El móvil de Telésfono, su marido, comenzó a emitir los típicos pitidos de recepción de mensajes. Uno de los siete grupos a los que pertenecía, por alguna razón, seguramente poco importante, había despertado y estaba muy activo.

-Esta gente…son horrorosos. Con el asunto de la próxima comida están imposibles. A ver si se ponen de acuerdo en el día y en el sitio. Yo comería donde siempre, comentó con voz baja.

Soledad no dijo nada. Sabía de sobra que irían a Casa Juan, donde siempre, y seguro que sería el jueves a medio día.

Telésfono continuó toqueteando la pantalla y dijo:

-Les voy a enviar un par de fotos a mis padres de la comida de cumple que tuvimos el finde. El problema es que con tanta foto como hicimos no sé cuáles mandarles.

-Las mejores son las que estamos todos… esas que salen con los niños sentados delante y ellos están sonrientes, en el centro.

El comentario fue para él un soplo de libertad. Rápidamente interpretó la frase como un permiso que Soledad le daba para seguir navegando. Antes buscaré en Questmail porque quiero saber por dónde anda el paquete de las cremas que compré hace unos días. ¡Me dijeron que era cuestión de horas!

Telésfono, encorvado, escudriñaba cada rincón de su pantalla. Increíblemente podía hacer dos cosas a la vez: Hablar con su esposa y mantener conversaciones o búsquedas por el móvil. El aparato le avisó que debería activar la ubicación para un mejor funcionamiento.

-¡Qué suerte!, comentó. Tengo un mensaje y me informa de que mis cremas depilatorias refrescantes vienen por Andújar. Total mañana estarán en casa. ¡Esta gente es muy formal!

Soledad sorbió el café con cierto placer mientras miraba al infinito. Viajaba por Roma recorriendo mentalmente el reciente viaje que había compartido con unas amigas. Lo habían pasado genial excepto los momentos de decidir restaurante al medio día. La inseguridad ponía bastante nerviosas a las tres: este es caro, el otro no tiene buena pinta, este está casi vacío, aquel tiene pocos platos en la carta, este es bueno pero hay que esperar, hay uno buenísimo pero no encuentro la calle … Soledad se reía porque al final se metían en cualquier sitio para tomarse una simple pizza que, por cierto, siempre les sentó de maravilla con sus correspondientes copitas de Chianti. En esas andaba Sole cuando el marido le preguntó:

-De qué te ríes?

-De nada, dijo ella. Sole siguió: deambulaba por la Fontana de Trevi. Soñaba con ver su rostro reflejado en la lámina de agua rota por una pequeña cascada lateral.

Mientras tanto, el hombre había entrado en la galería de fotos familiares intentando buscar las más adecuadas para sus padres. Su dedo índice cambiaba de pantalla dos veces por segundo. Las fotos parecían perseguirse dentro del móvil. Ninguna le gustaba. Al final retrocedió y marcó las tres primeras. Estas servirán, pensó.

Soledad había terminado su café. Miraba a la gente pasar y se fijó en dos niños pequeños que jugaban con una enorme pelota. Los chiquillos se movían con inseguridad pero lo hacían con decisión para intentar apresar esa flotante y enorme burbuja de aire comprimido por el plástico. Al ser tan grande les resultaba imposible retenerla, por eso, cuando la tocaban, la pelota se desplazaba por el simple contacto con unos bracitos que no podían abarcarla. En realidad, la bola iba un poco a su bola y cumplía a la perfección su función de rodar y moverse con saltos imprevistos marcados por un azar caótico. Ese era su principal atractivo.

Telésfono hablaba ahora por el móvil con una compañera del trabajo. Él era vendedor en unos grandes almacenes y su compañera le solicitaba un cambio de turno porque le había salido un viaje inesperado. Le pedía por favor que le hiciera el próximo sábado, turno de tarde /noche. La compañera había hablado ya con el jefe de la sección y si Telésfono accedía al cambio, la empresa no pondría ningún inconveniente.

- Cuelga y te contesto por whatsapp. Lo consulto con Sole.

Soledad estaba contemplando como dos gorriones se disputaban un trocito de pan que estaba caído en el suelo. También saltaban por las mesas – ahora vacías, sin clientes - y comían las miguitas que permanecían sobre ellas sin recoger. Esos revoloteos, esos picoteos, esas peleillas y algunos píos emitidos por los pájaros la transportaban al paraíso de las emociones infantiles cuando con sus padres iba al parque y compartía su bocadillo con las palomas.

-Pepa necesita que le cambie el turno el sábado…le ha salido un viaje. Yo haría la tarde, manifestó Teles.

-Si tú lo ves conveniente, por mí no hay problema, respondió lacónicamente Sole.

Con mucho afán Telésfono volvió al móvil. Buscó a Pepa y le comunicó que aceptaba el cambio. El emoticono del pulgar levantado confirmaba su decisión.

Estaba en ello cuando el grupo de whatsapp de amigos de los viajes llevaba unos minutos movilizado. Anselmo “el bueno” – así lo tenía identificado en el móvil – que había tenido un nieto hace unos días mandaba un par de fotos. Los comentarios empezaron a acumularse:

- Es un “Anselmito auténtico”¡Genial!

-¡Qué bonito!

-Me encanta, se parece al abuelo.

-Me sumo a todo lo anterior ¡Es una preciosidad!

-Es muy guapo. Se te parece de la nariz para arriba.

- Que lo disfrutes mucho. Seguro que eres un abuelazo.

Soledad mantenía el tipo leyendo el periódico. Pasaba las hojas parsimoniosamente pues no quería que se le terminara. ¿Qué haría después? No le gustaba mucho la política pero leyó un artículo sobre la posibilidad de un adelanto electoral y otro bastante desgraciado sobre la recuperación de la Memoria Histórica. Siempre pensó que había muchas memorias. El uso del artículo “la”, determinado singular, en este caso, no le encajaba en su mentalidad. Luego se empapó de la crónica local, siguió con un vistazo a los deportes e intentó hacer el sudoku – se le daban fatal – después de haber terminado el crucigrama. Colocó el diario encima de la mesa, se puso en pie, tiró hacia abajo de su la falda, como queriendo estirarla, y decidida le dijo a su marido:

-Te espero en casa.

-Voy a mirar la cartelera de los cines y ahora voy para allá. Hace tiempo que no vemos una peli en pantalla grande. ¡A ver si ponen alguna cosa buena!, esgrimió Telésfono.

-Como quieras.

Telésfono no tenía ni idea de la película que podían ver así que revisó la cartelera de arriba abajo: leyó títulos, analizó resúmenes, preguntó a su sobrino,…. Había pasado casi hora y media y prácticamente sus ojos no se despegaron del cristal de la pantalla. Estaba ensimismado, ausente, abducido,… sumergido después de tanta navegación y tanto pantallazo. Se levantó, pagó la cuenta y cabizbajo y desconectado se dirigió a su casa.

Al llegar Sole le preguntó: ¿Has visto alguna peli de interés?

Entré en la cartelera del multicine y una peli me llevó a buscar la vida de Audrey Hepburn. Sin saber muy bien cómo me tropecé con la letra de Moon River, de allí pasé al alunizaje de los astronautas y terminé buscando vida en el Sistema Solar. Sí, he visto bien la cartelera pero no tengo claro la peli que podemos ver….además me enredé con la red y casi olvido lo que estaba buscando. Se me ocurre que podemos entrar en Panflex Series e investigar alguna que sea buena.

Déjalo. Prefiero leer un poco.

En ese instante Telésfono recordó que llevaba un par de días sin entrar en Armsbook así que se puso manos a la obra. Al terminar buscó su otro teléfono y disfrutó con la fotos de Momentgram y el debate de Telefilm sobre los loros de Tasmania, luego el grupo de Go – going de senderismo, después el de deportes de Sportlive,….. Soledad lo observaba disimuladamente, no dijo nada y continuó sumergida entre las páginas del libro. Se quedó dormida en el sofá y cuando despertó su marido seguía con la pantalla reflejada en sus gafas.

Me voy a la cama. Buenas noches.

Terminaré de ver las últimas noticias sobre la evolución del virus en la India. Mi amiga Elefantina tiene pensado ir. Le comentaré algo.