Centro de Lateralidad y Psicomotricidad.- Joëlle Guitart |
La
primera vez que lo acosaron fue de muy niño. Por aquel entonces la palabra
acosar no se aplicaba a las relaciones infantiles y menos en un pueblo. No se estilaba. Era una época en la que se gastaban bromas más o menos pesadas. Reírse
de alguien era frecuente, sobre todo si se tenía un problema físico. Las peleas
eran plato de cada día aunque casi siempre tenían un final feliz. La calle, cruel,
severa, inmisericorde y maestra- era el lugar natural de los niños y allí había
que vivir. A nuestro protagonista, algunos excesos de cuidados familiares lo
habían ablandado y singularizado. El exceso de protección y cariño conformaron
un niño algo más débil que los demás, pero también más niño y más tierno. Eran
tiempos duros y rudos muy impregnados por los aromas de postguerra. Cualquier
debilidad era atacada con saña. Fueron fechas en las que pegar a los niños en casa era lo normal; en la escuela predominaba la letra con sangre entra y en la
sociedad la gente decía que quien bien te
quiere te hará sufrir. Los hombres no podían llorar y muchas mujeres,
saturadas, convertían su casa en un mar de lágrimas por hacerlo a diario. La
soledad, las penas y los lutos eran más atributos de mujer: la discriminación
respecto al hombre era lo habitual. En la sociedad flotaba una masculinidad muy
masculina, por no decir bastante machista. La mujer no podía tener una cuenta
bancaria sin permiso de su marido; la mujer debía de estar atada a la pata de
la cama y con la cuerda corta …. Estaba de moda tener cojones, ser valiente y morir
por la patria. Los hombres hacían el servicio militar mientras que las mujeres
se inscribían en el servicio social. En ese ambiente ser sensible, respetuoso,
prudente, educado y tener empatía con las fragilidades de los demás era ser medio niña. Los hombres bebían vino,
iban a las tabernas, jugaban a las cartas, la mayor parte vitoreaban a Franco y
entregaban parte del sueldo a la mujer para el mantenimiento de la casa. La
mujer se dedicaba a las labores propias de su sexo, sus labores se decía. La
Iglesia recomendaba, encarecidamente, a las hembras sumisión y obediencia a sus
maridos.
La sociedad civil era un desierto de asociaciones o entidades que lucharan contra todo tipo de acoso. Afortunadamente, ahora, las cosas han cambiado y el grado de concienciación es mucho mayor.
Por
todas estas razones o Dios sabe por cuales, Pepe, Pepito fue objeto de burlas en
la calle por parte de sus amigos. Con seis o siete años ya le llamaban Pepino,
nombre coreado a veces y a voces por grupos de niños. Como no daba tarascadas
jugando al fútbol nunca lo ponían pues entraba
como una niña. No decía tacos ni llamaba a los niños por su mote de calle.
En clase mantenía un cariñoso respeto por su maestro y nunca se peleaba con sus
amigos. Para pasar desapercibido, aprendió a quitarse importancia y a retirarse
de los espacios conflictivos con sigilo y con prudencia. Nunca tiró piedras a
los perros y cumplía religiosamente con el precepto dominical de ir a misa.
Tampoco hacía trampas, ni montó ningún pollo, jugando a los bolindres ni a
ningún otro juego. Eso sí, tenía mucha vida interior que alimentaba con tebeos
de todo tipo. Se daba cuenta de todo. Su observación se tradujo en una personalidad
acusada, con criterios propios, que mantenía secuestrada por pura ¿seguridad? ¿convicción?
¿pereza? Su principal objetivo era pasar desapercibido, transparente e
invisible a los ojos de los demás. Le encantaba estar, participar pero como si
no estuviera. En los veranos, niños y jovenzuelos iban a bañarse a las albercas
cercanas al pueblo y como no podía ser de otra manera, era sujeto preferido de
ahogadillas e inmersiones involuntarias que le producían pavor y un inmenso
cabreo. Su cara de susto y aspavientos para intentar salir del agua era motivo
de la mejor diversión de sus ¿bromistas? compañeros. Los intentos de ahogamiento,
pesados e insoportables, generaban una molestas vibraciones ansiosas y
concretaban un juego cruel al que los mayores sometían a los más chicos. Ante
tanto sofocón, estos terminaban por irse a su casa humillados, cabreados y sin
disfrutar para nada la peseta que costaba el baño. Pepino, digo Pepito, para la
gente resultaba ser un niño insípido al que le costaba hacer amigos de verdad.
Su diferente educación, escala de valores, comportamiento, hobbies, etc…eran
una muralla infranqueable. Jamás entró en una casa para tirar las sillas; lo de
robar fruta no era su fuerte; en los juegos de apedreos con sangre sufría
terriblemente y deseaba con ardor su pronta terminación; nunca maltrató a un
animal ni se le ocurrió reírse ni ofender al jardinero del pueblo mofándose de
un cierto amaneramiento de sus formas; las personas mayores eran sagradas para
él. Crecía por dentro y por fuera pero nunca quiso manifestarlo por temor a dar
motivos de risa o de escarnio. Cedía, callaba y olvidaba para sobrevivir en
aquel medio hostil pero tenía opinión oculta de todos y de todo: Su mente era
un prodigioso escáner que todo lo analizaba lo cual le permitía almacenar
detalles e ideas y extraer algunas conclusiones. En más de una ocasión lo
tildaron de mosquita muerta,
expresión que calificaba a alguien para insinuar que parecía tonto pero que no
lo era. En plena pubertad de aquella época, con doce o trece años, era
costumbre arrinconar a cualquier chica entre tres cuatro hombrecitos y tocarle cada uno lo que pudiera. Eso podía ocurrir en
la plaza, en el patio de la escuela o en mitad de una calle….¡¡ A por aquella!!
La chica se zafaba lo mejor que podía, pegaba bofetadas como máquina y tildaba
de cobardes y maricones a todos los que pretendían sacar algo por las bravas. Pepito nunca participó en esas
manifestaciones de hombría. Era un medio juego insoportable para él. Se quitaba
del medio y punto. Él prefería la plática tranquila o las miradas, en su
opinión, sobre entendidas, el paseo rutinario dando vueltas a la plaza, la
emoción de acercarte a la que iba en la punta, coger de la mano a la chica de
turno para jugar al corro, etc…todo más pacífico y más del gusto de las chicas.
Delicadeza y que la chica pusiera algo de su parte, dos piezas esenciales.
Con el tiempo el acoso en el
pueblo se fue diluyendo. Fue fundamental dar a entender que a Pepito no le
afectaba nada que le llamaran Pepino y los acosadores que intentaban reírse a
su costa – Pepino tiene dos culos - terminaron por aburrirse y dejarlo. Daba
mala imagen intentar ser gracioso y no conseguirlo. Con la edad y aquella
táctica esa manera de bullying se terminó. También tuvo algo que ver el
tremendo empujón que le pegó en clase a un grandullón que no dejaba de
incordiarle. El voluminoso compañero, ante la oportuna mirada del maestro, optó
por levantarse y continuar sus tareas como si nada hubiera pasado. En honor a
la verdad hay que señalar que se trataba de una persona algo pesada, pero
pacífica.
II
El segundo episodio de acoso se produjo en el colegio donde, interno, estudió el
bachillerato. Las edades del personal ya eran los quince. Pepito, ya Pepe,
llegó de su pueblo a otra localidad de mayor entidad. Era un desconocido para
el grupo de alumnos de su curso, al que se incorporó, que ya llevaban juntos
varios años. Otra vez tocaba ser diferente. Además los compañeros tenían, sin
fundamento, cierto complejo de superioridad pues no es lo mismo proceder de una
aldea venida a menos que haber nacido en un pueblo mediano venido a más. Para
cualquiera, ese detalle resultaría insignificante y una torpeza colosal juzgar
a las personas por su lugar de origen, pero la inteligencia y formación de los
del pueblo grande no daba para más. Su cerrazón se manifestaba por medio de un
trato poco cordial con prepotencia. Seguramente que también volvió a ayudar la
personalidad y educación de aquel recién llegado. Además ya había sido
maltratado una vez y eso parece que predispone. Le volvieron a poner otro mote.
Hay motes simpáticos pero en este caso no lo fue demasiado: le llamaron el nalgas por aquello de tener pantalón
corto con quince años y notarse el vello de las piernas. Todo imaginación y
significativo. Agradable no era. Salir de casa para estudiar tenía su margen de
inseguridad y algunos temores. Después de varios años, el no estar arropado a
diario por tus padres era un poco duro. Hacía frio, comidas nuevas, ambiente
extraño y encima a los tres días de llegar te ponen un mote que te ofende y te ridiculiza.
Además en pura adolescencia, fuera de tu ambiente con cierta soledad ... La
llegada del otoño y el frío fueron sus aliados pues fue la excusa perfecta para
que Pepe hablara con sus padres. Les dijo que allí hacía mucho frio y que todos
sus compañeros llevaban pantalón largo…Fue una compra de urgencia la que
solucionó el problema….aunque siempre fue el
nalgas hasta que se fue de aquel colegio. ¡Los profes, curas, ni olieron el
agravio! En cualquier caso su autoestima creció, aprendió a pasar de los
compañeros más insidiosos y comenzó a escribir lo que se le ocurría sobre
amores platónicos, dudas de religión, misterios de la vida, … un amigo desde Segovia
y Soria, por cartas y a escondidas le hablaba de otras realidades. Eran cartas
emocionantes, llenas de vida, rompedoras de mitos y de creencias…lo peor era
tener que compartirlas con una especie de director espiritual que le
impusieron. No era mal hombre, pero mutilaba las cartas con boli y con tijeras.
A veces, detrás de lo tachado que Pepe se empeñaba en leer, aquel censor – sin duda
creyendo que hacía bien - añadía comentarios de su puño y su letra, entre
líneas, queriendo rectificar o contradecir lo dicho por su amigo. A pesar de
eso, tuvo que consentir, para recibir trozos de aquellas cartas porque esos restos
eran adrenalina en vena, masaje cerebral, ventana refrescante, aire de pinar
verde. En el colegio hizo algunos amigos y comprendió que los niños burlones
que humillaban a otros tenían algún problema. A partir de entonces dejó de
preocuparse por ellos y de las cosas que decían. Esa indiferencia le vino bien
y actúo como un eficaz escudo ante tanta retranca gratuita. Conocía la crueldad
que proporciona la inmadurez y la ignorancia de jóvenes y niños. Era mejor no
hacer ningún caso porque el problema lo tenían ellos. Con el tiempo dejaron de
fijarse. Sacar mejores notas que muchos mofadores también ayudaría a colocar a
cada cual en su sitio adecuado.