08 octubre 2022

El autobús

 

Para Cristina Sabariego

               El autobús salió de su estación. Eran las seis de la tarde en la ciudad Amapola cuando el chófer inició la marcha atrás para salir del parking. Tras la falsa óptica del cristal de las ventanillas aparecían los rostros desfigurados de los viajeros. Rostros de indiferencia ante el imperativo del viaje, como conformándose, rostros de resignación. En el interior, adolescentes fijos en la pantalla del móvil. Algunas manos se agitan en el aire hacia izquierda y derecha en modo de saludo que despide. Medio lleno de gente, el bus avanza hacia la puerta de salida. Desde el andén, familiares y amigos, salen de la estación. Buscan el resto de la ciudad. El ambiente es frío y húmedo. Una ligera brisa fresca se cuela por los enormes huecos que son las puertas de entrada y salida de esas enormes habitaciones rodantes que son los autobuses. Los guardias de seguridad, con aparente despreocupación, observan al personal que la estación cobija. Da igual viajero que familiar o amiga: para ellos todos los transeúntes son posibles sospechosos de algo. Por supuesto de robos. Han visto de todo y no se fían. Aún recuerdan el incidente del hombre trajeado robando la maleta de una abuela. A no ser por su nieto, que dio la voz de alarma, nunca más la hubiera vuelto a ver. Al detenerlo, el hombre encorbatado dejó muy claro que sólo pretendía ayudar a la anciana: solamente intentaba colocar la maleta en los bajos del saure. Tuvieron que soltarlo.

               El bus dobló la esquina buscando la avenida. Era una tarde gris, de otoño, propia de un noviembre nublado que amenazaba lluvia. Las nubes en el cielo pugnaban por tapar el débil sol y empezaba a llover. El conductor, con un gesto mecánico, accionó la palanca y puso a trabajar los limpiaparabrisas para barrer la lluvia. María iba sentada en la primera fila y tuvo la impresión de que un telón de agua se descorría ante ella. El vasto ventanal delantero del bus era como una gran pantalla de cine de verano, un enorme escenario que mutaba al instante: un gran edificio azul, el parque, un bar de tapas, la entrada de un hotel, los letreros del super,… todas vistas normales que la altura del bus transformaba en insólitas. Al fin y al cabo la elevación modificaba la vista y la curiosidad.

               El conductor apagó las luces del interior y puso una película española pulsando en el teclado del CD. Los vídeos ya brillaban por su ausencia. La luz del semáforo tiñó de rojo las caras de la gente a medida que el bus menguaba su velocidad. Pasaban sobre el viejo puente cuando María tocó el botón del whatsapp del grupo de compañeras del Colegio Mayor. En dos horas nos vemos, les dijo después de enviarles unas fotos del paseo que había dado por la sierra.

               Las luces de la ciudad quedaron atrás. La autovía presentaba poca circulación. El ambiente dentro del bus era relajado y silencioso. Sólo alguna curva o algún adelantamiento alteraban la normalidad de la marcha. Algunos dormían. Nadie se fijaba en nadie.

               Después de media hora de viaje el autobús abandonó la autovía. María se percató de la maniobra pero no dijo nada. Le habían asegurado que el viaje era directo entre Amapola y Rosagrande. Alguna razón habría para que el conductor tomara esa desviación. Algún imprevisto quizás. El autobús estaba entrando en Las Viñas del Puerto sin tener que entrar. Su conductor callejeó algo más de la cuenta, todo resultaba un poco extraño. Parecía no conocer muy bien a dónde iba y tampoco lo que estaba buscando. Se metió por una calle con poca luz. No era muy ancha. Tuvo que tener conciencia de haberse confundido porque intentó dar la vuelta, pero la longitud del bus no se lo permitió. Asumió seguir hacia delante, pasó un cruce, siguió recto y la calle de repente se empinó. Estaba perdido. María estaba inquieta porque no comprendía lo que estaba pasando y todo aquello retrasaba la hora de llegada. Le puso un whatsapp a su madre para contarle que estaban perdidos en un pueblo en el que no tenían que estar. Su madre la tranquilizó comentándole que, a veces, los autobuses pasan a recoger a alguien, algún compromiso del chofer, algún familiar, algún imprevisto. Total por cinco minutos…..más o menos, comentó.

               Algo aturdido, el chófer paró el bus. Se bajó y preguntó a una despeinada niña que pasaba por allí cómo podría salir a la autovía, dirección a Rosagrande. Súbitamente, el gigantesco autobús comenzó a moverse calle abajo. Sin marcha metida y sin freno de mano se sintió libre y lentamente, pero cada vez más deprisa iba devolviendo el camino ganado con su ascenso. La gente empezó a gritar, ….¡el chófer, ¿dónde está el chófer?; el autobús se mueve sólo…..¡ nos vamos a estrellar! ….Pero ¿Qué está pasando?.....un niño comenzó a llorar.

               María, por la enorme luna delantera, veía como los números de las casas iban disminuyendo ….21, 19, 17, 15, 13,…Se quedó pegada al sillón y vio que tenía puesto el cinturón de seguridad. Se agarró fuerte al asiento de delante y pegó su espalda al suyo esperando el impacto.

               Se sintieron pasos por el pasillo y la chica vio como un joven corría por el pasillo con gesto decidido…su cara contraída denotaba preocupación, susto, ansiedad … Sus manos se apoyaban en el aire para ir más deprisa....María lo vio venir e instintivamente se apartó hacia un lado sin estar en medio. ¡Intentaba dejarle más sitio! El joven pegó un tirón de la palanca del freno manual….el autobús crujió, se quejó algo, pero se paró.

               Estupefacta, con pulso acelerado, María…miró al chico…esbozó su mejor sonrisa y le dijo ¡¡¡Graciaaaasssss!!! El salvador le guiñó un ojo en modo emoticono y levantó el pulgar de su mano derecha. Los viajeros le dedicaron un sonoro aplauso que el joven correspondió con espontáneas reverencias.

               El chófer llegó corriendo con gesto de inminente congestión. Se llevaba las manos a la cabeza y sus ojos estaban desencajados, como queriendo salirse de sus órbitas. Alguien abrió las puertas. El conductor subió y preguntó con cara de inocente: Pero… ¿Qué ha pasado? María con una sonrisa de oreja a oreja le respondió por todos:¡¡ Afortunadamente nada!! El cochero volvió a su volante y con signos de cierta desorientación, puso en marcha el Ton – Ton. Con torpes palabras pidió disculpas a los acongojados viajeros: “Disculpen….no sé lo que ha podido pasar. Este ordenador nos llevará a casa”.

               Eran las diez de la noche cuando María, recién llegada, habló con su madre. Todo bien por Rosagrande. Buenas noches.

               Al día siguiente María presentó una denuncia en las oficinas de la empresa de autobuses. Solicitaba una investigación de lo ocurrido. Por su cabeza pasaron imágenes del autobús cuesta abajo, el chico que corrió por el pasillo y la sonrisa del satisfecho joven guiñándole un ojo. Hasta se le ocurrió pensar que el chofer había sido abducido por algún extraterrestre o por un transitorio trastorno mental. En cualquier caso asumió que la vida es un suspiro ligero, un aleteo de cristal, un puente de nieve al sol, un capricho de la eternidad. Firmó el papel de la declaración y salió disparada para clase porque se le hacía tarde.

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