Y Quasi voló y voló. Se perdió entre el azul del cielo y los rayos del
sol
El lunes, tres de octubre del
veinte veintidós, cuando salíamos hacía el Quirón para hacerme las pruebas del
preoperatorio Quasi empezó a morir. Le hablé para tranquilizarla. Con prisas quise
darle gusanos. Pensé que se trataba de una convulsión más, situación bastante repetida en
tramos de su vida, pero no. Parecía ser la última. Por primera vez no quiso los
gusanos. Deambuló por la jaula como si hubiera bebido una copa de más. Las
convulsiones se repitieron. Tenía el pico muy abierto, tanto que dejaba ver su garganta,
enorme como un túnel oscuro. Pensamos en un ataque al corazón. Elvira madre, con ese fino instinto que la caracteriza
para prever la muerte, más que instinto sabiduría por su vasta experiencia, la
cogió con tierna suavidad y la puso despacio bajo la escalerita que la subía a
beber. Se la regaló Luisa, su amante cuidadora cuando salíamos de viaje. Le
puso bien las alas y le dijo: “Ahí vas a estar tranquilita”. Tuvimos que irnos
con el corazón triste y el ánimo encogido. Quasi había emprendido el camino
hacia ese cielo eterno donde los pájaros no dejan de volar. Yo camino del hospital
Quirón con mi isquemia coronaria. Elvira fue el soporte donde nos apoyamos. Un
camino a la vida y el otro hacia la muerte. Otros a Santiago. Así son las
cosas.
El día fue muy movido.
Afortunadamente, y debido a la profesionalidad de los médicos que me
atendieron, todo fue bien aunque di con mis huesos en la UCI para que me
observaran. Elvira volvió a casa para dormir y se encontró con Quasi. Seguía
con la misma postura de la mañana. La volvió a dejar tranquilita, como si la
estornina estuviera dormida. Su
última noche en casa.
Por la mañana, el martes cuatro,
pensó en que lo mejor era que Quasi siguiera con su sueño. Tenía que volver al hospital para ver la evolución de
Sebastián. Todo fue bien: a él lo subieron de la UCI a la planta y ella llegó
de casa. Se encontraron en la habitación sin mayores problemas. Elvira
comentó que Quasi se había muerto. “Me lo había imaginado” respondió Sebastián.
“Ha sido un pájaro feliz que nos ha hecho felices a toda la familia”. Un lujo
haberla disfrutado tanto a esta “matusalena de los estorninos”: trece años y
medio demuestran el cariño, el buen trato y lo a gusto que estaba. “Ha durado
tanto como Reina”, nuestra linda perrita que murió en 2011.
Son las primeras horas de la
tarde. Alta en el hospital. Volvemos a la casa. Quasi sigue durmiendo ese sueño
perpetuo. No ha perdido su posición ni ha cambiado de sitio. Parece que vigila.
No se mueve. Decidimos que se acerque la noche para enterrarla junto a la encina
que Jaime plantó en unos jardines próximos. Queremos un acto íntimo. Estamos de
duelo y no queremos interrupciones. Nos apetece la reserva. Buscamos el
silencio.
Ha
anochecido. Comienza nuestro rito. Elvira busca un trapo limpio. Se decide por
uno de color negro. Cojo a Quasi como si se me fuera a romper, la deposito con
cuidado en esa tela rectangular que será su mortaja y la protegerá del contacto
con la tierra. La doblo para un lado, para el otro y remeto por debajo la
izquierda y la derecha. Termino haciendo un paquetito a modo de sarcófago: es una faraona. No estamos demasiado tristes.
Es ley de vida. Recordamos a Jaime y a Elvira hija. Juanma también
estará triste.
Elvira madre escarba la dura tierra seca con una pequeña azada de jardín junto a la encina que le hará compañía. Hay
piedras y raíces. Yo miro. Permanezco de pie y sostengo a Quasi envuelta en su
cofre textil con mi brazo derecho dolorido por un cateterismo salvador. “Dale con algo más de fuerza, profundiza”. El golpe de la azada resuena en el ambiente…¡zas!
¡zas! ¡zas! ... la tierra está reseca y cuesta un poco de trabajo. No pasa
nadie … estamos los tres: un corazón muerto, pequeñito, que dejó de latir, y dos
entristecidos, los nuestros. Los de Jaime, Juanma y Elvira hija revolotean en
el ambiente. No nos sentimos solos. Colocamos a Quasi en lo más hondo y la
ajustamos al huequito, a modo de bebé en una cuna. Estará bien. Como genial que
es, alimentará la encina que plantó su amigo protector y será inmortal porque esa encina
echará bellotas y de esas bellotas saldrán encinasQuasi
que poblarán la Tierra por los siglos de los siglos. Y esas encinas, sabedoras de nuestra gran amistad, protegerán la Tierra. Con el tiempo nos
fundiremos todos en un gran abrazo con Reina, la cobaya y el hámster y
miraremos hacia atrás con un amor hacia los animales tan hermoso como el que
sintió San Francisco de Asís.
Gracias Quasi por haber contribuido a la felicidad de toda la familia con esos baños que te pegabas, por comer –vorazmente- arroz, garbanzos, manzana, ciruelas o pescado o pienso; por ese hermoso y vital saludo tuyo que siempre nos hacías repetir ¿Qué pasa Quasi? y que tú lo decías cuando te daba la gana. Gracias Quasi por aguantar monólogos de todos, por tu confianza aunque no tuviéramos plumas, por tu cambio de color del pico en primavera, por dejarte coger y conocer, por tus ganas de vivir, por convertir nuestro balcón en sala de visitas de otros pájaros, por servir de pértiga para elevarnos a mundos impensables... Nos metiste en tu maravilloso mundo, nos introdujiste en tu jaula y ya no quisimos salir… También nosotros te metimos en nuestro corazón y siempre vas a permanecer allí porque has sido una pajarita linda y agradecida ... Nunca voy a olvidar esos pequeños ojos negros, casi humanos, vivarachos, que con mirada fija penetrante pretendían comprender lo que ocurría al otro lado de la jaula. Siempre en nuestro corazón, querida Quasi. Córdoba, miércoles 5 de octubre, 2022.
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Quería volar y le abrimos la puerta ... hubo que dejarla ir. |
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