Antonio José era cliente desde
hacía varias décadas de aquel banco. En él tenía su nómina. Varios años atrás, había
terminado de pagar, religiosamente, por supuesto, los dos préstamos que
necesitó para reformar su casa y comprarse un coche nuevo. Allí tenía
domiciliados el seguro del piso, la comunidad, la luz, el agua y unos pagos
periódicos a un par de entidades de utilidad social. También tenía un plan de
pensiones y una tarjeta de débito con la que hacía algunos pagos a falta de metálico.
Debido a la insistencia del trepa director de aquella sucursal, sus dos hijos abrieron
una cuenta donde ingresaban sus cicateros sueldos, productos de los calamitosos
trabajos que realizaban en este siglo XXI a pesar de sus magníficos
curriculums. Para Antonio José aquel era su banco. La única entidad financiera
con la que había tratado a lo largo de toda su vida. El HJGP, HiJos de Guren Perurena,
a pesar de su ascendencia vasca, era el banco de aquel andaluz que no entendía
a los nacionalismos por su corrosiva capacidad para excluir. Exclusión que no
se manifestaba en los momentos u ocasiones de captar clientes. En el terreno de
la economía todos éramos primos, menos los euskaldunes entre sí: estos eran
hermanos. Así que todo se quedaba en la familia. Antonio José jamás pudo
renunciar a la españolidad de lo andaluz y de lo vasco y, aunque aceptaba las
diferencias, siempre prefirió fijarse en lo común. El banco era para él un
lugar de encuentro aunque para otra gente solo fuera negocio.
-
Hola, muy buenos días. Venía a entregar este
papel que certifica que estoy vivo, le dijo.
-
¿Cómo?
-
Sí, que para seguir recuperando mi plan de
pensiones, una cantidad fija mensual, todos los años tengo que entregar la
copia del DNI y este papel con mi firma, prosiguió Antonio José.
-
¿Me dice su DNI?
-
Claro, treinta millones setecientos veinticinco
quinientos cuarenta y tres.
-
A ver, a ver …..un momento……ya... Pero… ¡usted
no ha pedido cita previa!
-
En la carta que he recibido no consta nada. Solo habla de entregar este documento firmado con fotocopia del DNI, que desde luego la
traigo hecha.
-
Pues no va a poder ser. Todos estos trámites
necesitan cita previa y usted no lo ha pedido, respondió la cumplidora
proletaria.
-
Pero mire, si es sólo dejarlo. Traigo el papel
firmado, la copia del DNI, usted me ve que estoy vivo, hago transferencias con
mi clave personal, recibo mi nómina de jubilado de hacienda, uso la tarjeta de
débito, pago escrupulosamente las domiciliaciones a mi nombre,…. ¿tan
complicado es dejar un papel?
-
Si, si, caballero, todo lo que dice está muy
bien … le comprendo perfectamente, pero no tiene cita previa.
-
Le repito que el papel no lo pone, insistió
Antonio José. Pero ¿por qué no lo avisan?
-
Lo siento mucho señor, buenos días. ¿Si quiere puedo
darle cita para el lunes?
-
No, no puedo, no estaré aquí.
-
Bueno, pues para el martes 14.
-
Tampoco estaré.
-
¿Quizás el miércoles?
-
La verdad es que no estaré ningún día de la
semana próxima.
-
Oiga, tengo mucho trabajo, ¿por qué no llama a
su asesora y le expone el problema?
-
Yo no tengo ningún problema, solo quiero dejar
constancia escrita en el banco de que estoy vivo. Es a lo que me obliga la
entidad y el gobierno que la respalda.
-
Ya, ya, ya….pero no tiene cita. Es fácil,
pídala. Yo no soy la responsable. Todo esto responde a una estructura superior.
Estoy obligada.
-
Ya veo, ya veo. Algo tan impersonal como es “el banco”
nos obliga a los dos. ¡Usted sabrá quién está detrás con nombres y apellidos!
Pero le voy a decir algo más, señorita: Como usted misma podrá apreciar, todo esto
resulta bastante surrealista. Verá: ¿Cómo es que una persona que está viva y
viene al banco por su propio pie, una persona que usted está viendo y hablando
con ella, tiene que pedir cita previa para entregar un papel que certifica que
está viva? ¿Acaso soy un fantasma también para las cámaras de seguridad? Insisto.
-
Estoy segura de que no.
-
¿Entonces?
-
Caballero, por favor se lo pido, solicite una
cita para demostrar que está vivo.
-
Señorita, disculpe: ¿Cuál es su nombre?
-
Antonia. Me llamo Antonia.
-
Pues Antonia: ¿No le parece una forma estúpida
de matar clientes darles estos berrinches y hacerles perder el tiempo? Ahora
vuelvo a mi casa, me cuelgo del teléfono, solicito una cita y vuelvo la fecha
que me digan para darle estos dos papeles que tengo aquí: la copia del DNI y mi
firma en un recibo que acredita mi “existir anual”.
-
Mire don fulanito,….
-
Me llamo Antonio José.
-
Pues mire Antonio José: A mí no me pagan por
pensar, ya piensan otros. Yo cobro por seguir las reglas que establecen mis
superiores. Y por favor, no me presione más: Yo no puedo hacer nada.
-
Pues vaya un trámite tocagüevos, con perdón, en
plena época digital. En la travesía de la pandemia Covid lo entendería, pero
ahora bastaría con sacar un número o pedir la vez. ¿Cita previa para entregar
un papel que traigo y que puedo darle en dos segundos cuando está empleando
conmigo varios minutos?
-
Si lo desea puede usted presentar una
reclamación y relatar su caso. Allí, enfrente, tiene un buzón. Los modelos impresos
están en la mesa de al lado.
Antonio José era consciente de que las citas previas
pueden estar muy bien para planificar ciertos trabajos, pero tenía la impresión
de que, con demasiada frecuencia, era una excusa, una exageración, un abuso, un inconveniente más.
Presentía que algunas citas previas facilitaban la pereza de los desganados,
dificultaban multitud de trámites, favorecían a los trabajadores frescos y a
las instituciones despersonalizadas, aumentando el trabajo de los que las
necesitan, etc…etc…
La cita previa se comprende, pero retrasa el funcionamiento normal de muchas actividades que podrían hacerse sin ella y desde luego ahorra dinero a los más grandes porque distorsiona las necesidades de los de a pie. Antonio José estaba convencido que lo de la cita previa, aparte de dar trabajo a los robots, era un invento de la sociedad capitalista para deshacerse de unos cuantos trabajadores y exprimir el horario de los que se quedan.
De repente se tropezó con Juan, su amigo de toda la
vida. Lo saludó y le preguntó por la salud. Estoy bien le respondió el otro.
Precisamente ahora voy al médico a una revisión, como me dio cita previa hace
cuatro meses, ahora no tendré que esperar. Voy rápido. Perdona pero no me puedo
parar.
-
Oye Juan, ¿Cuándo nos tomamos una cerveza?
-
Llámame y te doy cita. Entre los nietos, las
compras, la familia, el papeleo, los médicos etc….no me queda mucho tiempo para
la cerveza. Seguramente podré encontrarte un hueco.
-
Ya, dijo Antonio José.
Cansado y desolado llegó a su casa. Se fue al salón.
Se despachó un whisky doble largo y descolgó el teléfono. Quería quitarse el
mal sabor de boca de tanta cita previa, así que llamó a la floristería y pidió
que enviaran una docena de rosas rojas a la señorita Antonia, sucursal nº 24
del banco HJGP, en la calle Real 18.
-
¿Alguna nota, don Antonio? le dijeron de la
floristería.
-
De un admirador, les indicó.
A continuación marcó el número del banco. A él le
salió la voz metálica del autómata y pidió cita para certificar que estaba vivo
y poder seguir recuperando su plan de pensiones mensual.
-
A la fuerza, ahorcan, dijo haciendo suya la
expresión castellana que se emplea cuando alguien ha de hacer algo en contra de
su voluntad y no queda más remedio que aceptarlo con resignación.
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