Costa, 2015. Foto de E.Redondo |
Margarita se soñó despierta. Aquella noche templada de noviembre estaba en Costanilla del Mar. Lo sabía porque delante de ella había un letrero que daba la bienvenida. Costanilla, lugar pintoresco y atractivo, próximo al mar, debía su nombre a la presencia de numerosas calles cortas y en cuesta, rodeadas de otras con menor inclinación.
El pueblo estaba en feria. A su
espalda, dos casetas invitaban al personal a divertirse. En cada una de ellas
actuaba un grupo musical con el fin de amenizar las fiestas. La música sonaba
muy alta. Uno era un conjunto de rock duro, una peña con cuatro componentes vestidos
con ropa cara rota, tatuajes y piercings. En la carpa de al lado, elegante y de
gala, cantaba una mujer morena, gruesa y con voz muy potente, canciones
españolas. El compañero, con mirada al vacío, de corbatón y smoking, ambos en
tono gris, tocaba un piano eléctrico. En la pista, una pareja de personas
mayores bailaban agarrados. Sus caras reflejaban una triste alegría. Sonreían
impregnados de ausencia. Sus pasos traslucían aromas de rutina, prestos pero
mecánicos y con muy poca estética. Era una danza huérfana de sentido, regada
con el hábito y la repetición, producto de haberla practicado muchas veces a lo
largo del tiempo.
Margarita, en su perplejidad, concluyó
que era un sueño porque recordaba nítidamente que anoche se acostó en su casa
de Cuenca ¿Cómo podía ser que se viera en la feria de Costanilla? ¿Qué había pasado
para llegar allí? Caminó. Se alejó del bullicio siguiendo a una mujer, que
vestía un estampado. No le pudo ver la cara. Andaba más deprisa que ella. La
mujer tiraba de la mano de un niño, con gorra de lunares, que daba lametones a una
bola de fresa congelada, cima del cucurucho.
Un brusco encuentro ocurrió en aquel
sueño real. Sucedió que Margarita Tornero, ingeniera por titulación y profesora
de Electrotecnia en la universidad, se tropezó con Mª Ángeles Glaciar,
compañera en el departamento de Electrónica. Esta, con sus alumnos, había
visitado la fábrica de microchips ubicada en término de Costanilla. El
repentino encuentro agitó sus corazones y la respuesta fue un abrazo de larga
duración. Era la salida natural y lógica a la inexplicable atracción física que
ambas sentían, nunca dicha y jamás expresada.
-
¿No
estamos demasiado cerca? preguntó Margarita.
-
No.
Estamos bien, respondió Mª Ángeles.
Margarita siempre que abrazaba a una
mujer, procuraba mantenerse inclinada hacia fuera para no rozar sus pechos. Le
resultaba entre violento y aprovechado ese tipo de contacto, pero esta vez no fue
así. Su compañera se pegó a ella a lo largo de toda su vertical y entre los dos
cuerpos no había ni el más mínimo resquicio que pudiera atravesar la luz. Tras el
abrazo más largo y apretado del mundo, un alumno advirtió a Mª Ángeles de que
tenían que irse. La pareja parecía soldada por todos sus puntos de contacto. La
sirena de una ambulancia las separó. Volvieron a ser dos cuerpos con sus
lindes.
Ya sola, el sueño de Margarita
continuó en la habitación rosa del hotel. Allí estaba una jaula con su pájaro, pero
observó que dentro había un pajarito más. ¿Cómo es posible que haya entrado con
la puerta cerrada? En su ensoñación pudo ver como su astuto pájaro abría la
puerta de la jaula con un extraño movimiento de palanca del pico. Atónita,
confirmó lo que había sospechado: “Los animales son muy listos, pero sólo en
los sueños podemos comprobar algunos de sus poderes especiales”. La puerta de
la jaula se abrió y la pajarita intrusa remontó el vuelo. El suyo quedó dentro
después de volver a cerrar la portezuela.
Al permanecer despierta en aquel
sueño, Margarita lo estaba saboreando, pero su subconsciente quería volver a Cuenca.
Fue a buscar el coche. Sentada, en el capó, estaba una chica joven, muy bonita,
pelo recogido con raya central, cejas finas depiladas, grandes y profundos ojos
verdes, nariz pequeña insinuada, labios carnosos, cuello largo, camisa verde a
rayas en la que destacaban cinco botones de un verde más oscuro. Margarita la
reconoció enseguida. Era la chica de un cuadro del museo de arte abstracto
español, en las Casas Colgadas, pero de carne y hueso. Su esbeltez y sus formas
la dejaron perpleja. Parecía que flotaba en el aire.
Entonces pensó y se dijo: ¡Qué sueño más potente y más real estoy
teniendo! La chica le habló. No entendió nada. Era un idioma desconocido.
Se acercó, pero la imagen se alejó caminando hacia atrás, sin perderle la cara.
La distancia hizo que cada vez la viera más pequeña hasta que desapareció de su
vista.
Quiso entrar en el coche pero no
encontró la llave. Las únicas que llevaba encima eran las de su casa. ¿Cómo es
posible que su coche estuviera en Costanilla y las llaves en Cuenca? Su cabeza
le estaba gastando una mala pasada. El ring del despertador la sacudió. Aún
estuvo un rato en duermevela. Al poco tiempo sonó el teléfono. Era su compañera
Mª Ángeles Glaciar. Hacía rato que la esperaba abajo, en la puerta. El ruido
del motor resultaba inconfundible.
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