05 enero 2022

Lluvia, farmacia y bar

 

Córdoba: Panorámica (Foto de S. Muriel)

    Llueve. Es noche cerrada en el centro de Córdoba. El bar y la farmacia, objetos de estas líneas están puerta con puerta. Entre el agua que cae y el tinto que bebo, la realidad invita a fantasear: mi bolígrafo aspira a ser  una varita mágica. Es invierno. A causa de la gripe y del Covid, también a resfriados, la gente necesita la ayuda de los fármacos y, por miedo al contagio, hace cola en la puerta. No entran. Todo el que llega pide su vez y aguarda turno religiosamente. En fila india, el personal se refugia en el toldo que la cafetería mantiene desplegado. La dueña, bajita, morena y regordeta, con muy malos modos, increpa a la laica procesión formada por mor de la salud “porque su toldo no está para cobijar a los clientes de otras tiendas” y además, les suelta “Me mancháis los cristales al rozar los abrigos”. La gente con incredulidad la mira, se remueve en el sitio pero no lo abandona. Sigue bajo el toldo.

    Decidida, la montaraz mujer entra en el bar, guarida desde ahora, y con genio gira la manivela que enrolla la loneta. Admito que ese gesto, para un observador casual como yo, me sorprende y perturba. El toldo opone resistencia y chirría pero ante la mano insistente de su dueña no tiene más remedio que ceder y plegarse. Dos chicas, al detectar las gotas, se amparan en la carpa de enfrente y comparten conmigo esa prolongación del bar – con paredes y ventanas de plástico - que en tiempos no lejanos estaba destinada a fumar. Eso también es mío, les dice la señora. Vamos a ver señoritas, o se sientan y consumen o se quitan de ahí. Pago mucho dinero por ocupar ese trozo de calle; además están los calefactores…..así que ¡¡ gilando!! Las chicas le aclaran que allí no molestan a nadie, que la carpa está prácticamente vacía y que serán tan solo dos minutos. ¡Ni dos minutos ni medio… ese espacio es para mis clientes y ¡por favor! un respeto a las canas. ¿Será posible? ¡¡Qué cara más dura tiene la gente joven!! le espeta a una cliente octogenaria que, desde el interior, la observa con ojos muy abiertos bebiendo su cerveza. Asiente pero no dice nada.

San Basilio (Córdoba)
Contrariadas, las jóvenes abandonan la carpa y vuelven a “la fila”, a la húmeda intemperie. ¡¡ Y quitarse de la puerta….que no dejáis entrar a la clientela!! ruge con voz felina desde dentro de aquella “leonera”. Una de las dos jóvenes, encapuchada para evitar la lluvia en su cabeza, no puede aguantar más y exclama: “Discúlpeme señora pero es usted h o r r o r o s a”. ¿Tendremos que desaparecer de Córdoba para que nos deje en paz? “Con que os vayáis de mi acera tengo bastante y para hablar conmigo no te tapes la cara. ¿Por qué te escondes? ¿Es que te da vergüenza? Señora, no me tapo la cara, solo me protejo del agua.

    El único cliente que había bajo la carpa, convidado de piedra hasta el momento, rebotó de su sitio y con tranquilidad, con una voz suave pero determinada, le dijo a la vociferante jefa: “Señora, nunca más volveré por aquí después de lo que he visto: su actitud de hoy forma parte del Everest de la insolidaridad”. “Si fuera inteligente evitaría que la gente se mojara. Conseguiría así nuevos clientes. Pero visto lo visto, seguro que es pedirle demasiado”. “Que tenga buena noche”. La superseñora le respondió que no estaba el horno para bollos, que la dejara en paz, que quién le había dado vela en este entierro y que se fuera con sus sermones a otra parte, que ella tenía mucho que hacer. Que le habían salido los dientes detrás de una barra, que estaba hasta el moño de consejos y que se estaba mojando por su culpa. ¡¡ Que se calle, coño!! terminó por decirle. Tanto se ofuscó la sabihonda mujer que de repente sintió un profundo mareo, sus piernas se aflojaron, la vista se nubló y cuando llegó al suelo ya casi había perdido el conocimiento. Alrededor de ella se formó el típico revuelo. Mientras tanto la lluvia arreció de lo lindo. Rosa, empapada por detrás y por delante tenía la cara lívida, los ojos entornados y balbuceaba algunas palabras que nadie conseguía entender. Una de las chicas abroncadas, con la lluvia corriendo por su cara, solicitó pasar: “Soy médico, soy médico, dejen paso por favor”. De rodillas sobre Rosa le tomó el pulso que notó acelerado. Rosa temblaba como un flan, estaba sudorosa, aturdida. Vomitó un par de veces. La chica médico suplicó: “Que alguien me diga algo sobre esta mujer, llamen al 112 por favor, llamen al 112…”. El tumulto y el alboroto llegaron al interior del bar. “Algo ha pasado en la puerta” comentó una cliente. Pilar, la camarera salió a ver qué pasaba y cuando se encontró a Rosa allí tendida no pudo remediarlo y comenzó a llorar: Pero ¿qué le ha pasado? pudo decir tragándose tres nudos de garganta. Pilar, despierta y avispada gritó: “Rosa padece de diabetes”. La médico miró, se levantó con una agilidad pasmosa, decidida. Las descargas de adrenalina actuaron como cohetes propulsores y con un par de saltos se coló en la farmacia: Por favor, es urgente, un set para diabéticos, glucómetro incluido. Salió. Dejen pasar el aire, le dio tiempo a decir….dejen espacio, por favor dejen sitio….Rosa, desmadejada, permanecía en el suelo. Entre el sudor y el agua de la lluvia su ropa era una esponja. Pinchacito en la yema del dedo, la sangre aflora rauda. La tira reactiva marca una hipoglucemia grave. La joven médico le inyecta un glucagón intravenoso. Todo ha sido muy rápido. Ahora tendremos que esperar unos minutos, dijo la chica. Que alguien traiga algo para abrigar a Rosa. Pilar traía su trenka cuando una ambulancia UCI hizo acto de presencia. Rosa empezó a removerse y abrió sus asombrados ojos ante el círculo de gente que la rodeaba. En medio de su desconcierto y desorientación, absolutos, preguntó: ¿Qué ha ocurrido aquí? Nada, un pequeño mareo, respondieron a coro los sanitarios. Parece que lo peor ha pasado, comentó el conductor y se llevaron a Rosa al hospital. La gente que miraba estalló en un aplauso para la joven médico. Ella, emocionada, no pudo remediar una lágrima y se fue con su amiga. Nadie sabía su nombre.

    Tras una noche en observación, sin mayores problemas, le dieron el alta y Rosa, lo primero que hizo fue volver a su bar. Había dormido bien y estaba relajada. Pilar y Rafael, los camareros, la estaban esperando. Al entrar se abrazaron los tres. Fuera seguía lloviendo. Sin demora, descorrió el toldo hasta que tropezó con la estructura de la carpa. Podría mojarse alguien, murmuró muy bajito. Luego fue a la farmacia a pagar aquel set que le salvó la vida. La farmacéutica no le quiso cobrar. Dijo que no tuvo importancia. Rosa pidió un papel y escribió: “Vale por un año de desayunos al personal de esta farmacia en la cafetería de Rosa. Los clientes de esta farmacia pueden cobijarse en el toldo de Rosa todos los días que llueva y durante el tiempo que necesiten”. Firmado Rosa.” Su ángel de la guarda, testigo de excepción, le había hecho comprender, minuciosamente, todo lo sucedido.

    Ese mismo día, atardecido, el cliente que abroncó a Rosa pasó por allí y vio el toldo echado. La gente que hacía cola para la farmacia disfrutaba de él. Rosa conversaba con ellos como si los conociera de toda la vida. Ángel, así se llamaba aquel hombre, se sentó en una mesa debajo de la carpa y, sonriendo, pidió un café. Rosa lo reconoció y le dijo: “Hoy, paga la casa”.

31 de diciembre de 2021

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