En el piso de arriba, en la segunda planta
habitaba mi madre.
Sentada en su sillón, adormecida
miraba al exterior por la
ventana.
La enfermedad, como ave
carroñera
la fue minando,
e hizo morir a todas sus
destrezas.
Su realidad se disfrazó de
nada,
nada que algo dejaba ver,
que algo comunicaba de su
alma.
Un suave viento cálido la
fue alejando
hacia un lugar donde todo
se olvida.
¡Ya no sabía escribir!
Ella….. que había sido maestra
y que hacía pocos años
tenía tan buena letra.
Su pulso, tembloroso,
dibujaba caminos.
¡Caminos sin destino!
¡Ya no entendía!
Su umbilical cordón eran
sus manos
y su mirada fija en mis
pupilas
parecía preguntar ¿Qué
está pasando?
¿Ya me morí? ¿Aún estoy
viva?
Las manos se apretaban traduciendo
mensajes vivos de llegada y salida.
Una sonrisa le iluminaba
el rostro,
era señal de que nos
comprendía.
Pero,
la solución final estaba
escrita
y una tarde de enero
volaría.
Yo no me daba cuenta,
en mi ceguera,
que se estuvo muriendo todo el día.
Descansa en paz con Dios,
¡Mamá!
¡Tú lo querías!
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