Portada de la obra |
Se trata de un librito de setenta y tres páginas, algo extraño. Su autor es José Fernández Escribano “Juan de los Pedroches”, durante cuarenta y un años Jefe de Telégrafos de Pozoblanco. Licenciado en Derecho. Autor de poesías y de diversas colaboraciones. Sobre todas sus actividades valora la de haber sido durante muchos años profesor de la academia Santo Tomás, en Pozoblanco, a cuyos alumnos dedica algunos de los relatos contenidos en este pequeño gran libro.
En mi opinión, el librito es un
ejemplo raro. No habla de buenos ni de malos, ni de batallas ni de estrategias.
Al margen de la dureza de lo que acontece cuenta cosas sencillas, aunque es
inevitable que refleje el ambiente que se vive de intranquilidades, penurias,
necesidades y sufrimientos.
Afinando la crítica, incluso lo
podíamos clasificar de un libro un poco soso. De su lectura se desprende que el
autor debió de ser una buena persona, no hizo daño a nadie y supo vivir con los
unos en la guerra y con los otros en la postguerra.
El libro lo dedica a Pozoblanco y
a sus vecinos que sufrieron, como él, en esa época, la maldad de los hombres.
Está publicado en 1985. Lo escribe por un deseo vehemente de dar a conocer como
fueron los personajes, de uno y otro bando, que se citan en la contienda. Dice
actuar por un imperativo de conciencia. En medio de tanto horror, las páginas
están llenas de sana humanidad. Quiere decir la verdad, su verdad.
Estamos seguros que la libertad
para escribir sobre la maldita Guerra Civil del 36 ha ido aumentando con el
paso de los años. Así los hijos de la guerra tenían muy poco margen porque eran
prisioneros de la proximidad, de todo lo que habían visto, oído y sufrido en
primera persona. Para los nietos aumentó la libertad y por tanto el espacio del
relato, disminuyeron las ataduras. Lo sabido fue por leído y contado pero no
por sufrido, aunque algunos si fueron privados de derechos y libertades por ser
familia o simpatizantes de la causa, mal llamada a mi juicio, republicana. Si
sufrieron, su desgarro fue menor porque nada es comparable con la dureza vivida
en los frentes o con las imágenes de cadáveres semienterrados entre las ruinas
de un bombardeo. La carga emocional, por lógica y fortuna, ha ido disminuyendo
a pesar de que algunos se empeñan en alimentarla y son más guerracivilistas que
los que combatieron en primera fila hace ya casi noventa años. Me sumo a las
palabras de David Uclés (Úbeda, 1991) que asegura que “los biznietos podemos escribir con más libertad sobre aquella guerra
que partió España en dos en 1936”. Me gustaría añadir que seguramente con
mayor objetividad también.
Es por todo eso que me asombra
que José Fernández Escribano, testigo directo de los tres años de guerra en
Pozoblanco encontrara su margen durante la propia guerra y escriba sobre la
humanidad de personajes decisivos en el desarrollo de las hostilidades en
aquella zona. Asegura que “su amistad fue
tan íntima con el Aquiles como con el Héctor de aquella contienda. Amigos
entrañables fueron Juan García y Joaquín Cabrera, nacionalistas. Igualmente se
encontraban entre sus amigos Joaquín Pérez Salas, Rafael Rodríguez, Emiliano
Mascaraque, Manuel Castro Molina e Ildefonso Castro, republicanos. Con todos
ellos conviví, comenta, y todos me tuvieron por cordial amigo”.
Achaca a su buena suerte, y sobre
todo a la Providencia, el haber podido desempeñar el cargo de telegrafista en
Pozoblanco durante más de cuarenta años, puesto de máxima confianza, desde
antes de la guerra, durante la guerra y después de la guerra. Por su mano
pasaron documentos vitales e históricos secretos. Él siempre mantuvo el secreto
profesional.
Su afición literaria le llevó en
1985 a narrar y valorar lo que “a su entender” debe ser contado. Además, está
seguro, que si vivió y sobrevivió, si conservó cierta ecuanimidad y libertad de
espíritu –en circunstancias tan críticas- debe hacer partícipes de sus
conocimientos a quienes así lo deseen.
Termina su pequeño prólogo con un
párrafo que se me antoja delicioso. Dice así: “Si el lector encuentra demasiado bondadoso a algún personaje que creyó
malvado, o viceversa, debe recordar la frase del clásico que hace suya: “Amigo
de mis amigos, pero más amigo de la verdad”. Esta frase en los tiempos que
corren de fake, postverdades, medias verdades, baratos politiqueos y mentiras
galácticas es un torpedo en la línea de flotación de ese perverso mundo que
tantas falsedades e intereses esconde.
El libro es una pequeña colección
de valores éticos y morales. Está lleno de buenas y bonitas enseñanzas
cualitativamente importantes.
Sus coordenadas temporales se
sitúan entre el 17 al 30 de marzo de 1937, fecha en la que los nacionales
lanzaron una tremenda ofensiva sobre los Pedroches y en concreto sobre
Pozoblanco, plaza que se les resistió por el buen trabajo de Pérez Salas.
Tiene observaciones realmente
interesantes sobre las condiciones de vida que atravesó la gente durante la
guerra y primeros años de postguerra: comidas, pueblos evacuados (Pozoblanco
sin tarugos), clima de ciertos días, reflexiones sobre lo que estaba
ocurriendo, ambiente alrededor de los pueblos (mucha gente se fue a vivir a las
huertas, al campo, a los cortijos para evitar los bombardeos), soledad, impunidad
de la soldadesca, miedo …..
A pesar de los años, por los
temas que toca y el tremendo humanismo del autor es un libro que transmite paz
y serenidad. ¡Lástima que no tuviera más páginas!
Contraportada |
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