02 mayo 2023

El relato del relato (nueva versión)

 

Objeto de un relato ( I )

Estoy enamorado del relato, no de uno en especial sino de todos. Saboreo con frecuencia su lectura y, al escribirlos, desempolvo neuronas, ordeno la cabeza y exprimo mi ficción. Los relatos ayudan a construir, y descubrir, la propia identidad, ya sea de una nación como de las personas o de los pueblos. En mi escenario como juntapalabras, apenas he completado uno cuando ya inicio mi relación con otro. Ante esa dualidad, me califico infiel con el primero y vuelvo a retocarlo.

    Cualquier relato, por simple que parezca, alimenta y despierta mi adicción al conseguir que cuanto más los trato, más necesito de ellos. Hay días que inicio dos, a veces tres. Muy pocas veces cuatro. En medio de esas horas, párrafos y palabras se van depositando como hojas en otoño, y el papel, como el suelo, recoge sus mensajes, aunque la diferencia es amplia: las palabras dan vida a un texto virgen, nuevo, mientras las hojas muertas recuerdan al ocaso y a la melancolía. Ambas, las hojas y palabras, configuran un puzzle, caótico o reglado, en el que siempre cabe alguna pieza más.

    El relato se nutre de experiencias contadas o vividas, viajes realizados y alguna otra leyenda que el viento o imaginógrafos nos hicieron llegar. Este encadenamiento me recuerda al atleta que cada día recorre algunos metros más y un poco más difíciles; a aquel lector que añade cada día una página extra, porque un día sin leer es una etapa hueca y sin fecundación. Narrar es parecido. Un día sin escribir te genera ansiedad porque el papel y el boli, o el ruido de un teclado de una vieja Underwood, te permiten plasmar tu mente en un papel. Es un extraño scanner. El portátil o el móvil, hijos de la fusión progreso-inteligencia, digitalizan tus neonatas ideas en insólitas frases para la eternidad. Sea mecánico o magnético, los dos procesos te ofrecen la posibilidad de confinar esa energía mental, a veces en desorden, en los límites físicos de un papel o una pantalla en blanco. En cualquier caso, palabras enjauladas que ayudan a fijar mundos originados en las profundidades del cerebro y que el ensueño amamantó, de tal manera, que no pierdes el hilo y encuentras el ovillo.

Objeto de relato ( II )

El relato es un amigo fiel. Conoce mis paradas y mis vacilaciones. Con frecuencia me espera a que busque un final y en silencio me habla y me anima a seguir. Es un gran ayudante para reflexionar y poder ver más claro. Es paciente y amable. Él comprende las dudas y las incertidumbres y aguarda complacido la esdrújula oportuna, las mejores palabras y la coma en su sitio. Lo breve lo disfruta tanto como lo extenso. Por momentos, sospecha que escritor y algunos escultores, de madera o de mármol, son entes antagónicos a la hora de crear: el escritor es un pegapalabras -encaja ideas en un espacio en blanco- que viaja de lo párvulo a entidades mayores como serían las frases, los párrafos y páginas; el escultor en cambio, a base de golpes de martillo y cincel –o de gubia en su caso– transita de una considerable masa a otra más reducida: con sus precisos golpes desprende lo pequeño para llegar al alma que la materia encierra y su mente previó. Quizás el escritor pudiera definirse como un imaginero que esculpe con palabras.

    Se podría construir un relato uniendo emoticonos. Las imágenes hablan y conversan mejor que las palabras, de ahí el famoso dicho. Las Meninas o el cuadro de Las Lanzas convierten a Velázquez en un pintor enorme porque Velázquez narra al transformar sus pinceles en plumas que escriben con colores. Picasso y su Guernica nos introducen en un relato mudo de una enorme tragedia que grita hasta atronar y Klimt, con su famoso Beso, nos sumerge en un mundo de calidez y amor. Hay cuadros que inspiran a escritores y escritos novelescos que originan pinturas, estableciendo así una simbiosis cómplice.

    Los relatos han existido siempre. Hemos crecido juntos y nos escoltan desde nuestra niñez: seguro que más de una vez nos hemos dormido con los cuentos –leídos o contados– de nuestros padres y/o abuelos en los que príncipes, enanitos, brujas o fantasiosos personajes desfilaron por nuestra imaginación. Animales que hablaban, niños voladores, personas con superpoderes, viajes increíbles… En los pueblos siempre hubo historias de amores imposibles entre moras y cristianos, de casas encantadas, curanderas osadas, atrevidos bandidos, bienhechores anónimos o ruidos increíbles .... No deja de embaucarme la sorprendente idoneidad de los niños para este tipo de narraciones, donde la inocencia es cómplice imprescindible de lugares y tiempos.

    Llegado este punto yo distinguiría el relato literario, la creación, del relato que califico como social, más ligado este último a los intereses de la vida cotidiana. Aunque hoy siguen existiendo los cuentos de toda la vida, y otros más actuales, los relatos han proliferado en todos los sectores y se utilizan como herramienta para convencer, lo cual se traduce , a veces, en sutiles engaños. Así, hoy cuentan “cuentos” los banqueros y asesores; abogados y dietistas; entrenadores, vendedores, gestores, titulares de fondos de inversión, agentes de bolsa y de seguros, compañías de electricidad, políticos, periodistas, ... En realidad lo que cuenta este personal no son relatos, son historietas-consignas de empresas y marketing, al buscar el beneficio personal o institucional. El relato es una herramienta muy poderosa para promocionar cualquier tipo de compraventa y ahí estamos rodeados de narradores y narrativas –con psicólogos y sociólogos detrás- que rozan lo perverso o se sumergen en las profundidades de lo obsceno. El problema es grave porque, ante profesionales, resulta muy difícil separar el trigo de la paja, la manipulación de lo que no lo es. Según Ignacio Urquizu "estamos en una época en la que el hecho no es más creíble que el relato".

En cualquier caso, el relato o sus transformaciones (historias, leyendas, narraciones, cuentos, parábolas, novelas...) constituyen crisoles gráficos de la imaginación y han ocupado, y ocuparán, un lugar destacado en nuestra vida porque el relato, escrito, leído o escuchado, como colega cómplice perfecto, es parte sustancial de la existencia.

 

Objeto de relato ( III )

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