Llevo ya algunos años que me quedo esperando el frasco anaranjado de la loción de Floïd[1], masaje masculino con mentol vigoroso, historia del mundo de los hombres en el siglo pasado: se iniciaban los treinta. Si hubiera sido niña me hubieran regalado, quizás, posiblemente, el Maderas de Oriente o el myrurgia de turno que contenían aromas de las mil y una noches y así poder viajar, junto con Aladino, subida en una alfombra de bonitos colores.
Mi
pecho se contrae, el corazón se agita y se mojan mis ojos cuando escribo estas
letras. Hace ya muchos años y yo, con mi barba incipiente, era orilla de primeros amores
y estrenaba gustoso pantalones de hombre. Cuando San Sebastián llegaba al calendario, mi padre me obsequiaba un bote de colonia o el masaje de Floïd, casi
siempre el masaje: Creo que era su peculiar manera de reconocer él que me había hecho ya
un hombre. Aquel profundo olor que le identificaba era como una estela que impregnaba
sus pasos y, desde aquel entonces, acompaña los míos. Padre e hijo debían de oler igual. Y aquel
olor de Floïd, tan
propio de la época como el luto en la muerte o el puñetero frio de las noches
de enero, era característico, tenía una identidad, un algo evocador que te reconfortaba.
El caso es que este año, ese
aroma sin par lo he extrañado de una forma especial. Seguramente añoro aquella
juventud, la estampa de mi padre y aquel bote de Floïd, envuelto en celofán,
que me duraba un año sin premeditación.
El por qué no lo sé. El corazón me
dice tener unas razones que la razón no entiende y con frecuencia el muro de la
mente no resiste el ataque ante un impetuoso caudal de sentimientos. El Floïd me inmortaliza una niñez de pueblo, por supuesto inocente, una época pasada que nunca volverá, un ambiente hogareño
con calidez sencilla, voces en el ambiente de gente que se fue, un niño rodeado
de personas mayores, ese papel de estraza que todo lo envolvía, un suelo verde y rojo de baldosas cuadradas, una placa[2]
metálica moderna para entonces, un pozo con su patio, un arriate de ladrillos
macizos con rosales muy pobres, un gallinero enorme con barrizal eterno y vallas de madera, un cantero de pan con aceite y azúcar, una calle rojiza
siempre llena de niños con luz amarillenta en el atardecer y unas puertas
abiertas de confiados vecinos, unos carros que pasan con sus mulas cansadas, una
noche que cae con el parte[3]
a las diez.
Han
sido muchos años de recibir el Floïd. Yo no me daba cuenta al ver pasar el
tiempo, ¡Era algo natural! Pero al llegar enero viene San Sebastián y todos mis
sentidos rebuscan ese olor, esa forma de vidrio con su tapón marrón y ese
hombre sonriente, con el pelo muy negro, cuando le dan masaje, que no envejece
nunca. En su lugar encuentro un inmenso vacío más grande que el regalo que
busco y no lo encuentro y en mi mente rescato la imagen de mi padre con cara
enjabonada y cuchilla dispuesta para el diario afeitado. En la repisa el bote del hombre sonriendo y
unas manos sin cuerpo, que intuyo desde atrás, le masajea la cara. Es un tierno recuerdo que morirá conmigo, una estampa de antaño que me acompañará.
[1]
Los orígenes vallenses del popular
'aftershave' Floïd, en un libro (23/01/2017)
El local que actualmente ocupa un locutorio en la calle de la Carnisseria del Barri Antic de Valls (Tarragona) había sido, antiguamente, una barbería. Pero además, fue el lugar de nacimiento de la conocida marca Floïd, que comercializa la popular loción para después del afeitado, o aftershave, de un color amarillo anaranjado. Así lo explica Genís Sinca en el libro El cavaller Floïd. Biografia de Joan B. Cendrós.
El habitante de Valls Joan Baptista Cendrós, conocido como 'lo Batiste', trabajaba en este establecimiento como barbero a finales del siglo XIX. En aquel tiempo, Baptista también cortaba el pelo de forma gratuita a una comunidad religiosa de Valls, los Escolapis, que se encontraba al lado de la iglesia del Carme, muy cerca de la barbería. Unos años más tarde, a principios del siglo XX, Baptista decidió instalarse en Barcelona y abrir allí una barbería, denominada Buenos Aires, en la calle de Rocafort. Con motivo de su marcha, los Escolapis le regalaron una botella con un líquido naranja: era un jugo de hierbas, flores, alcohol y limón que usaban para curar quemaduras, heridas, y también como loción aftershave, y que unos años más tarde sería conocido por todas partes.
No fue hasta el año 1932, sin embargo, que el Floïd empezó a popularizarse
mucho gracias al hijo de Baptista, J.B. Cendrós, que se puso al frente de la
empresa que había empezado a crear a su padre en 1928. El barbero murió
prematuramente el año 1937, y su hijo, además de hacer popular la loción, hizo
mucho dinero con la empresa y con él se convirtió en mecenas de muchas
iniciativas catalanistas. Entre otros, fue uno de los fundadores de Òmnium
Cultural, de Esquerra Democràtica de Catalunya, propietario de la Editorial
Aymà, mecenas del Institut d'Estudis Catalans, y patrocinador de los autores de
la Nova Cançó, de Edicions Proa, y de la Fundació Enciclopèdia Catalana.
[2] Placa de hierro fundido que usaba el carbón para
cocinar. Tenía cuatro agujeros graduables mediante aros, según el tamaño del
recipiente y un depósito lateral daba agua caliente.
[3]
Los diarios hablados de Radio
Nacional, normalmente uno a mediodía y otro por la noche, eran conocidos como el parte, término de reminiscencia
militar, que recordaba a los partes de guerra. Tanto es así que se iniciaban con
el toque de atención de un cornetín de órdenes, y más adelante con una
adaptación de una llamada militar a reunión del siglo XV (la llamada
"Generala", que se hizo famosa) y finalizaban con otro, seguido por
la invocación Gloriosos caídos por
Dios y por España. ¡Presentes! y a
continuación el himno nacional.
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