16 mayo 2025

En un bar cualquiera... ¡un simpa!

 


Todo ocurrió en un bar cualquiera, en un rato cualquiera. Rafael entró y observó tras la barra a un camarero joven y a una mujer madura, la encargada. Ambos vestían de negro. Ella, pelito corto y blanco, con corte muy moderno, como si fuera joven. Él tenía barba poco densa, camiseta ajustada, con bíceps de gimnasio y pelo a lo cepillo. La jerarquía es patente, por años y presencia.

               Al otro lado de la barra, en la parte del público, había una chica joven con moda tipo ETA en pelo y vestimenta. Intercambiaba palabras con un chico muy alto. Este, llevaba un desgastado pantalón vaquero y mochililla a la espalda. Una melena larga y descuidada le tapaba la cara: no la dejaba ver. Tampoco el veía demasiado. El chico no paraba de moverse de un lado para otro mientras pegaba la hebra, embelesadamente, con la chica. Parecía que flirtean alojados en sus risas y abundantes palabras. De pronto, ella cogió el teléfono y puso reguetón a tope de volumen.

               El local es pequeño y, aunque Rafael se sienta en un rincón apartado, no puede distanciarse de lo que está ocurriendo a cuatro metros de él. El diálogo entre los jóvenes es vivo y en directo: emiten con potencia. Los datos que le llegan, irremisiblemente, lo arrastran a implicarse y monta su película: La mujer encargada, con pelo corto y blanco, debe ser la madre de la chica. La joven sale con el chico –seguramente- sin mucho compromiso. Desde su esquina, Rafael intuye que la chavala, inventando una excusa, ha pasado por el bar para que la madre conozca a su pareja o le dé alguna cosa. María, la madre, en su parcela al otro lado de la barra, ha pensado lo mismo.

               La madre se muestra afectuosa y le dice a su hija:

     ¿Quieres que te cocine algo?

    Vale. Prepara lo de siempre le respondió la hija.

     ¿Te refieres a la tortilla de jamón con tomate natural?

    ¡Bingo! contestó la chiquilla.

               En paralelo, el chaval requiere un bocadillo al camarero joven. “¿De qué lo quieres?”, le pregunta al muchacho.

    A mí me da lo mismo, le responde desde su cara oculta.

     Tienes que acostumbrarte a pedir aquello que te gusta. Ese me da lo mismo tienes que concretarlo, matiza el camarero. “Así, sin aclarar, no sé lo que ponerte”.

    Bueno, pues que sea de jamón. Un bocadillo de jamón, indica sin mirarlo.

               La mujer, diligente, se mete en la cocina. Desde la calle, con la música a todo trapo, entran tres jóvenes. Parecen africanos. Van superarreglados, con pantalón vaquero, distintas sudaderas y zapatillas blancas. Uno de ellos, mirando hacia la barra, reclama: “Máquina, por favor”. Se refiere al tabaco. El camarero toma el mando a distancia y activa el mecanismo. La máquina responde con un piloto en verde que guiña sin cesar. Los tres chavales, entre evidentes bromas ruidosas y exteriores, dudan sobre la marca. Al final, optan por un Ducados. Rafael, en su rincón, piensa que son muy pocas las personas que saben que el nombre de Ducados proviene de la moneda de oro que se incorporó al diseño del aspecto inicial. Recuerda que, hace ya muchos años, cuando con dos paquetes no tenía suficiente y buscaba nervioso la compra de un tercero, su nariz y su boca servían de chimeneas. Estaba seguro de que con el alquitrán que acumulaban sus alveolos se podrían asfaltar, al menos, las mesas del despacho.

     Tiene usted los pulmones como un brasero de picón, qué barbaridad le dijo el médico al ver aquella placa vestida de luto riguroso.

               Y claro, tuvo que dejarlo después de varias noches durmiendo en un sillón ante la imposibilidad imposible de hacerlo horizontal.

               La mujer encargada salió de la cocina. Rafael volvió a la realidad. La vio con las dos manos ocupadas por sendos platos. En uno la tortilla; en otro, el bocadillo. María, se dirigió a los jóvenes. Les dijo:

     Espero que estén buenos. ¡Que aproveche!

     El olor resucita a los muertos añadió la mozuela.

     ¡Qué buena pinta tienen! apostilló el chaval.

               Con un movimiento rápido, el chico agarró su bocata y le dijo a la chica:

     Ahora mismito vuelvo.

               Salió muy tranquilo, casi con parsimonia, sin llamar la atención. Nadie le dijo nada. La chica comenzó a dar cuenta de su rica tortilla, aliñada con amor de una madre, y pidió un vaso de agua.

     ¿A dónde ha ido tu amigo? preguntó el camarero.

     No sé. Me ha dicho que ahora viene. Pero que… ¡Amigo mío no es!

     ¿Cómo? ¿Que no conoces a ese chaval con la conversación que teníais? le preguntó la madre.

     ¡Para nada! Se me pegó en la calle. ¡Tiene muy buen rollo! ¡Se empeñó en entrar aquí conmigo! ¡Es divertido! respondió la hija.

     Hija mía, parecemos tontas. Ese chico nos ha utilizado; nos ha hecho una envolvente perfecta y nos ha pagado con un “simpa”. Javier, por fa –le dijo al camarero asómate a la puerta a ver si está ahí todavía.

               Javier, literalmente, voló sin alas. En la calle, mirando a derecha e izquierda, intentaba identificar a alguien que llevara mochila y melena –vertical antifaz y mascarilla a la vez—; buscó el pantalón vaquero…, pero nada. El mozalbete había desaparecido. Con cara de desesperación volvió al bar. Las dos mujeres tradujeron su rostro relleno de impotencia. No preguntaron nada.

     ¡Hijo de la gran china! ¡Qué habilidad! gruñó la madre.

     ¡Como estratega un diez! exclamó Javier. Es que ni por un instante se me ha pasado por la cabeza que no fuera amigo de su hija.

     ¡Seguro que no es la primera vez que lo hace! replicó la hija. Como me lo tropiece por ahí, le voy a montar un pollo del tamaño de un avestruz. ¡Será imbécil!

               En ese escenario, como todos los días, entró don Agapito, alias “heredero de Séneca”, que venía a convidarse.

     ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Son impresiones mías o está revuelto el gallinero? preguntó.

     Nada, don Agapito, que nos acaban de hacer un “simpa” delante de nuestras narices y no hemos podido evitarlo masculló la madre. Vamos a tener que cobrar primero y luego servir o bien servir con una mano y cobrar –en simultáneo- con la otra.

     ¡Hay gente pa tó! ¿Y ha sido mucho el daño? susurró el recién llegado.

     Poca cosa: un bocata de jamón aclaró Javier.

    De poca cosa nada replicó la encargada, que era jamón ibérico y, al pensar que era amigo de mi hija, lo cargué un poco más.

     ¿Hablamos de diez o doce euros? preguntó el abuelete. ¡Eso es poca cosa!

María, la madre, se encabritó y dijo:

     Mire, don Agapito, ciertamente la cantidad no es mucha, pero… la calidad del acto es importante. Me siento engañada y humillada por un niñato pícaro y sinvergüenza. Ha utilizado a mi hija como cebo en un anzuelo y yo he picado por la atmósfera que el “pájaro” ha creado con tino y habilidad. Nos ha hecho colaborar a los tres: Javier, mi hija y yo. Ahora ya, de nada vale lamentarse.

     María, te conozco desde hace años y eres una profesional como la copa de un pino. No me gusta verte así. ¡Olvídalo! Tanto amor propio no conduce a nada bueno. Ahora eres rehén del bocadillo y del sinvergüenza. Era Santa Teresa la que decía: “Nada te turbe, nada te espante…” Así que calma. Si ya no tiene arreglo, ¿de qué te preocupas? El otro se habrá comido el bocadillo y estará tan feliz. No merece la pena.

     ¡Claro, como a usted no se lo han hecho!… espetó María.

    No me digas eso… Cuando alguien muere, tú mueres un poquito; cuando alguien roba, tú sufres alguna consecuencia del robo aunque no te des cuenta; cuando alguien nace, tú vuelves a nacer; cuando alguien es feliz, algo de su felicidad te llega… porque nadie somos una isla del todo… todos estamos conectados. Formamos parte de la energía del universo y todo nos afecta a todos… explicó don Agapito.

     ¡Ay, don Agapito, que bien habla usted! Las cosas que dice… Con razón le apodan “el heredero de Séneca”. ¿Le apetece otra copita? dijo María con un tono de voz irresistible.

     Viniendo de usted, no le puedo negar la invitación. Con tal de satisfacer sus deseos soy capaz de tomarme la botella respondió el abuelo.

     No me diga usted esas cosas que me ruboriza —apuntó la mujer titubeando.

     No se lo digo para que se ruborice. Se lo digo porque es la verdad. Ah, y le tengo que decir que no soy “el heredero de Séneca”. En todo caso, y como mucho, seré “un heredero más del prestigioso filósofo cordobés”.

     Pues para mí es usted la reencarnación del célebre maestro –apostilló la mujer.

     En ocasiones así, es conveniente tener a mano un buen bote de sonrisas. Dejémoslo: Ya es demasiado tarde —remachó el invitado.

               Rafael, en su rincón, estaba rindiendo sin haberlo pretendidoun imprevisto homenaje al convidado de piedra.

               Primer final: Pasadas un par de horas, en un bar del extrarradio, la hija y el melenudo se juntaron para preparar el segundo “golpe” del día. Engañar al prójimo y comer gratis, se había convertido en un hobby obsesivo. Eran emocionantes ese tipo de experiencias. Toda una secreción de adrenalina de la buena.

               Segundo final: a las pocas semanas, la chica y el “comedor de bocatas de jamón” se encuentran en la verbena de un barrio. Ella monta en cólera y a voces, lo llama ladrón, imbécil, aprovechado,…

     Págame lo que le debes a mi madre o llamo a la policía le chilla.

               La gente se arremolina. El chaval se ve atrapado. La chica con la que va le pregunta:

    ¿Se puede saber qué pasa? ¿Qué número estás montando ahora?

               Superado por el conjunto de circunstancias, con todo el dolor de su corazón, el chico se echa mano al bolsillo trasero del pantalón, saca un billete de diez euros y se los entrega a Lydia diciéndole:

     Toma, para tu madre. Siempre consideré que aquel bocata era una invitación. No volví porque me puse malo de repente y me tuve que ir para mi casa.

     Espero que ya estés recuperado y no te cruces más en mi camino. Aparte de ladrón eres un mentiroso y por favor: ¡Pélate un poco! Estarías mucho más guapo.

23 abril 2025

El libro en su día

 


Desde estas líneas, hoy 23 de abril, “Día del Libro”, quiero rendir mi particular homenaje a este universal y práctico objeto, sea digital o impreso, como elemento vertebrador de la cultura, del desarrollo personal y de la sociedad. ¿Os habéis parado a pensar cómo sería una sociedad sin libros y, por ende, sin escritores, sin poetas? La lengua ha sido, y es, una extraordinaria herramienta; sin duda la mejor desarrollada por el hombre. Como potente ingenio, es complejo y flexible; al mismo tiempo, entra de lleno en el terreno de la creatividad. Hablar y escribir fue una potencialidad; hacerlo bien es un arte. Nuestro cerebro tiene áreas especializadas que lo predisponen para adquirir el lenguaje y descifrar diferentes códigos, pero sabemos que en su conjunto no es un sistema rígido, sino que evoluciona con los contextos y la cultura que lo rodean. La flexibilidad del junco aumenta su longevidad. La lengua necesita tiempo para crearse, transmitirse y consolidarse. Un salto lento, pero gigantesco.

            Del lenguaje oral se pasó a la escritura: otro salto propio de gigantes. Newton progresó a hombros de gigantes. Estoy seguro de que el lenguaje y la escritura lo hicieron también. La correspondencia entre sonidos y signos, o dibujos, grabados en una tablilla, roca o pergamino fue una tarea enorme que tuvo su origen en muchos y variados lugares del planeta. La escritura cuneiforme del código de Hammurabi tiene poco que ver con la jeroglífica de las tumbas egipcias. Desconozco cuántos alfabetos existirán en el mundo, pero basta con citar al latino, al árabe, al cirílico, al hebreo o al jemer para concluir en su tremenda variedad.

            Este mundo sin La epopeya de Gilgamesh, primer libro escrito, obra épica de la antigua Mesopotamia que se escribió en tablillas de arcilla antes del 2000 a. C., sin El Quijote de Cervantes, la Biblia de autores varios o el Hamlet de Shakespeare sería distinto.

            Su majestad “El Libro” es el rey más significativo y antiguo de la civilización. Va ligado a la historia y a la naturaleza del hombre. Es un signo de su vida y de su pretendida eternidad. El libro de un autor compite con su alma.

            En estas estamos cuando me tropiezo con que un libro es un conjunto numeroso de hojas de papel unidas por uno de sus cuatro lados. Generalmente contienen un texto impreso que en muchos casos se mezcla con ilustraciones, fotos, tablas, dibujos, etc. Los políticos tienden a colorear los libros que publican. Por el color, no tanto por su contenido, pretenden pasar a la historia. Así nos encontramos con varios libros blancos, el libro rojo o aquel que tintaron de amarillo.

            Existen libros de caballerías, como aquellos que enloquecieron a Don Quijote; libros de cabecera, que son aquellos que se consultan con frecuencia; libros de coro, normalmente de gran tamaño que tienen escritos los salmos y las antífonas que se cantan en el coro; libros de familia, que recogen el estado civil de los esposos y el nacimiento de los hijos; libros de cocina, rellenos de recetas para preparar postres y comidas; libros de texto, que son los que se siguen a lo largo de un curso y se refieren a una asignatura; libros de estilo, que contienen las normas de redacción que deben seguirse en un medio de comunicación; libros de escolaridad, los cuales informan sobre las calificaciones logradas por los alumnos en cada curso escolar; libros de actas, dónde se registran los acuerdos alcanzados en una reunión; libros de contabilidad, en los cuales se anotan los gastos e ingresos de una empresa o institución, etc, etc. Además de todos estos están las novelas, los libros de poesía, libros de cuentos, los diccionarios, los libros electrónicos, biografías, libros de referencia, monografías, libros de autoayuda, memorias, tesis, partituras,…

            Un libro es compañero fiel, fuente de inspiración, manual de aprendizaje, llave que abre insospechados caminos, alimento del espíritu, maestro silencioso, remedio alternativo y eficaz contra el aburrimiento, sanador de soledades, reductor del estrés, gimnasio del cerebro, seductor de la imaginación y de la creatividad, afianzador del pensamiento crítico… Es de libro que un libro, por sus infinitas posibilidades, siempre fue buena cosa. Quizás por eso los enemigos de la civilización y del progreso siempre los detestaron; quizás por eso los prohibieron, los apartaron, los encarcelaron o los mandaron a la hoguera. Quizás por eso, sigamos celebrando a fecha de hoy el Día del Libro. Protejamos al libro, cuidémosle, porque una vez en la calle es un ser indefenso.

Desde este rincón quiero unirme al homenaje al libro y aporto mis dos últimos títulos, dos minúsculos granos de arena en la monumental montaña que formarían todos los libros del mundo:

(1)Alcaracejos, ocho siglos de historia: se puede recoger en el Ayuntamiento de Alcaracejos.

(2)La bruja de Alcaracejos y otros relatos: se puede adquirir en la Papelería/Librería Ángel López de Pozoblanco; en la Librería 17 Pueblos de Pedroche y en la República de las letras en Córdoba capital.

 

08 abril 2025

El contenedor de envases

 



            Son las siete y media de la mañana. El frescor de la noche entra por la ventana, semiabierta. Estoy sentado frente al ordenador que encendido me espera. Me muevo entre coser o hilvanar algunos pensamientos, hijos de reflexiones, lecturas, creencias, experiencias y escuchas. Desde la ventana, abajo, en la calle, atisbo tres enormes contenedores de residuos. En sus entrañas debieran de albergar —por separado— envases, orgánica y papel, pero tengo la seguridad de que eso no es así. Como todos los días, como todos los meses desde su nacimiento, los contenedores cargados de paciencia esperan ratos de utilidad: momentos de recibir y minutos periódicos en los que alguien rescate lo que en el interior de sus paredes almacenan, bien sea por los servicios públicos o las expertas manos de algún desconocido.

            A las ocho menos cuarto llega el primer visitante. Es un hombre maduro, delgado, de tez morena; lleva gafas, pantalones de pirata, camiseta floreada de tirantes y calza unas ligeras chanclas. Su barba es de dos o tres días, cabeza rapada. Circula por la acera montado en una vieja bicicleta, síntesis de otras "bicis". Entre su mano y el manillar se deja ver un móvil. Atrás, amarrado al portaequipajes, lleva un cajón de fruta de plástico azul por el que asoman un par de barras metálicas. Una señora con bolso y bolsa de supermercado se tiene que apartar para dejarle paso. Observo que frena y, sin bajarse, para justo a la altura del contenedor de envases, el amarillo. Con pericia abre la tapa, se apoya, mete la cabeza y escruta su interior. No parece interesarle nada. Deja caer la inmensa tapadera y vuelve a pedalear con pesadumbre. Sigue su camino.

            No han pasado ni cinco minutos y el impasible contenedor tiene la segunda visita del día. En este caso se trata de un joven muy desgreñado, con pantalón corto y una camiseta inmaculadamente blanca que deslumbra. Lleva una gorra verde puesta al revés. Por los piñones y las ruedas deduzco que su bicicleta es de montaña. Parada obligatoria en el contenedor amarillo. Se ve que duda, saca el móvil y enciende la linterna. Con un palo largo que debe llevar un cáncamo, puntilla o algo parecido a un gancho de percha, intenta pescar algo dentro. La tapadera levantada me impide ver de qué se trata. Al final lo deja caer. En el contenedor de orgánica no se para casi nadie, pero este joven se detiene en el de papel, el azul. Saca algunas cajas de cartón, dos cajones de madera y una lámpara con pie metálico. Desarma la lámpara y recoge todo el metal dejando fuera lo demás. La bici arrastra un extraño remolque artesanal de marca desconocida, por supuesto sin homologar. Se nota que lo ha hecho él o alguien de su familia con restos de restos. Es basto, poco estético, pero funcional. Las ruedas giran bien y en el cajón que soportan sobresalen por todos lados hierros, barras metálicas y alambres. En ciertos momentos los niños sustituirán a la chatarra. Como elemento de almacenaje y transporte, el remolque es algo sustancial en sus vidas. Se le nota contento.

            La ventana acapara toda mi atención. Tras diez minutos sin incidencia, observo que se detiene un señor: va perfectamente vestido. Lleva un pantalón gris, camiseta gris oscura, gafas de sol y gorra del F. C. Barcelona. Conduce una bici nueva; no es grande, no tiene barra; podría ser la típica de un joven o de una chica. Una mochila marrón le cuelga de la espalda. Parece limpio y sus modales son suaves. Levanta la tapa, pero antes se ha colocado las gafas encima de la gorra para ver mejor. Vistazo general. Nada. Devuelve la tapa a su sitio con una inusitada delicadeza. Antes de continuar, se coloca unos auriculares que los supongo conectados al móvil. En efecto, lo saca, marca un número y comienza a hablar. Reanuda la marcha. Un par de palomas lo observan desde lo alto de una farola. Al fondo, una madre solitaria empuja a su hija en el columpio del parque y dos vagabundos se fuman un pitillo; charlan animadamente sentados en un banco próximo.

            Aún no es media mañana y es el turno de una mujer. Por sus ropas y estilo, estimo que es rumana. Un amplio cintillo a la cabeza le recoge el pelo y, colgado del cuello, por delante, lleva un bebé que parece dormir. Mira los tres contenedores. De su actitud y forma de mirar se desprende poca fe. Mira con ligereza, como diciendo: "Aquí no encontraré nada". "Otros, más madrugadores que yo, habrán mirado ya". En el contenedor de los papeles encuentra una especie de esterilla. La saca, la observa y la extiende sobre el césped. De un enorme pañolón saca un bocata y una botella de agua. Se sienta en la esterilla y le da el pecho al niño mientras ella da cuenta del bocadillo. La gente pasa por la acera, pero no mira. Por indiferencia o por respeto, la intimidad de la mujer con su recién nacido parece quedar a salvo. Un hombre moreno, con abundante pelo negro, ajado pantalón vaquero y con sandalias destrozadas, la interrumpe mediante grandes aspavientos, elevando la voz y diciéndole cosas que yo no puedo oír. Ella, con rapidez felina, recoge su improvisado campamento y lo sigue con el niño, apresurando el paso tras la bicicleta en la que él va montado.

            La mañana avanza y el número de echadores y recogedores va en aumento. Una mujer y una jovencita, a las que no conozco, arrojan varias bolsas al contenedor de envases. La ventana abierta —ahora sí- me permite escuchar lo que la mujer dice: "Hace tiempo que teníamos que haber hecho esto. "No se pueden acumular tantísimos trastos". La joven, antes de tirar su última bolsa, saca un perro de peluche y le pide a la mujer que le permita conservarlo: ¡Este no! Dice. — ¡Vaaaaleee! —responde la mujer, que supongo es su madre. Al rato llega un hombre muy delgado. Viste de oscuro con una mascota negra. Bicicleta adaptada con caja atrás no muy grande. Mira en el contenedor amarillo y su cara refleja cierta satisfacción. Empieza a sacar todas las bolsas que hace unos minutos han depositado las dos mujeres. Vuelca su contenido en la acera y procede a elegir objetos. Las baldosas cubiertas de rotuladores, juguetitos, muñecos, cuentos, cochecitos, cintas de casete, cajitas, DVDs, agendas, estuches, etc. se han transformado en un espacio multicolor parecido a un top manta. El hombre sigue separando piezas con sus manos y va metiendo en una mochila lo que le parece mejor. Una pareja de jóvenes pasa por su lado y tiene que pisar el césped porque transitar por la acera es imposible. Miran, pero no dicen nada. Una señora que baja con el carrito de la compra, ante la murallita de objetos y la nula intención del hombre de levantarse, decide cruzar la calle y cambiar de acera. De pronto, el buscador se levanta, coge sus bártulos y desaparece de la escena con rapidez. Allí ha dejado, a ojos vista, todo lo que no le ha interesado. Podría haberlo devuelto al interior del contenedor, pero no lo hizo. La imagen resulta desoladora. Hasta mañana por la mañana que pasen los barrenderos, todo aquello estará allí desperdigado y dando la negativa imagen del contenedor violado. Me pregunto si estas situaciones se arreglarán algún día. El soterramiento de contenedores evitaría la alteración que supone vaciar y dejar, pero por ahora es lo que hay mientras los exploradores de estos depósitos de objetos ya no queridos no aumenten su conciencia cívica.

            Son casi las ocho y media de la tarde/noche y mi perplejidad tiende a infinito: se para una furgoneta y de ella salen un hombre y un niño. Podría deducir que son padre e hijo. "Abre la puerta y ayúdame desde arriba", le indica el hombre. El chico entra en la furgoneta y por su puerta trasera asoma una bicicleta estática enorme. Al verla, me viene a la mente la imagen de un búfalo metálico salvaje de esos de la feria, ya que la forma de sus manillares me recuerda sus cuernos. La máquina, desde lejos, da la impresión de ser pesada. "Empuja", le dice el padre mientras él tira hacia fuera. Tras gran esfuerzo, la bici aterriza en el suelo, golpeándolo. Entre los dos la arrastran un poco y la sitúan al lado del contenedor de envases. Tienen prisa, la dejan allí y se van. La secuencia que acabo de ver me hace reflexionar con tristeza porque a cinco minutos del lugar hay un centro de recogida selectiva de basuras, mobiliario, escombros, etc. Por otra parte, esa persona mayor ha hecho cómplice al niño de su dejadez y desconsideración por lo colectivo, de su insolidaridad y de su malísima educación ambiental. Además, abandonar una bici de esa categoría en plena vía pública da una imagen de nuevos ricos que detesto. Seguramente no tenían dónde colocarla o se aburrieron de ella. La bici parece sentirse abatida al lado del contenedor. Es como si sintiera vergüenza de los dueños que ha tenido y esperara que alguien la recoja. No parece gustarle mucho el sitio en el que la han dejado.

            Un niño desciende por la calle cogido de la mano de su madre. Seis, siete años. Habla en voz alta y parece sentirse muy feliz. Al llegar a la altura de la bici desechada, se suelta y, cuando la madre se quiere dar cuenta, ya está encaramado en el asiento de la estática. Los pies no le llegan al suelo.

— ¡Qué guay, mamá!

—Baja de ahí. ¡Cualquiera sabe quién se habrá sentado en ese sillín!

-¿Nos la podemos llevar?

—Ni pensarlo… Es demasiado grande y seguro que no funciona. Cuando la han tirado, por algo será.

—Pues a mí me gusta. Parece un caballo.

—Vámonos. Tu padre nos está esperando.

— Ajuuu… Mamá… pues yo la quiero.

La madre tira del niño calle abajo y los dos desaparecen de mi vista.

            Durante un rato la gente sigue pasando por la acera y nadie toma en cuenta a la aparatosa bicicleta. En eso una señora mayor se detiene. Con parsimonia echa mano del bolso, saca sus gafas, se las coloca y observa con detenimiento la bici sin ruedas. La mira y la remira. Se agacha y con la mano hace girar los pedales. Aparentemente van bien. Vuelve a la acera y rastrea en el interior de su bolso. Toma su móvil y hace una llamada. Pasados unos minutos, aparece una camioneta con un 4x4 impreso en su costado. Está como partida por la mitad de manera que, delante, permite viajar a dos personas y en la parte de atrás – caja de carga, batea, cama, platón o palangana – se pueden transportar objetos grandes. Se bajan dos mozalbetes. Ambos llevan la cabeza afeitada, pantalones bombachos, camiseta negra de tirantes y chanclas. Sus brazos delatan el uso de las pesas en el gimnasio. La mujer les indica con la mano y, en un plis-plas, la plúmbea bicicleta —que parece tener alas— vuela por los aires y se posa suavemente en la batea de la camioneta.

— ¡Listo! —dice uno de ellos.

Me la dejáis en la terraza acristalada que da al jardín —aclara la señora.

            Desde mi ventana-observatorio, me digo: "Lo que se va por lo que se viene". El contenedor a veces actúa como escaparate de ocasión para dejar o para recoger, sin intermediarios, sin publicidad, sin discusión por el precio. Otras veces es un auténtico basurero donde mucha gente deja fuera lo que le da la gana.

            Los jóvenes se van y la señora, con alguna dificultad para andar, sigue su camino subiendo por la calle. El desplazamiento alternativo de sus caderas, primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha, indica cierta descompensación que generó el paso de los años.

            Entretanto, junto al contenedor de papel y cartón, se ha parado una furgoneta. Se bajan dos jóvenes armados con sus respectivos cúteres en la mano. Con asombrosa habilidad deshacen unas cuantas cajas de cartón que estaban fuera y las van colocando en la furgo. Sondean el contenedor azul y extraen los cartones que alcanzan. Como parece haber más material, uno de ellos rebusca en la furgoneta y vuelve con una especie de arpón para pescar los cartones del fondo. Sus movimientos son tan mecánicos y certeros que me recuerdan a los robots. "Deben de estar muy acostumbrados", pienso.

            El escenario de los contenedores parece no tener límites. No doy crédito a tanta afluencia de visitantes. Llega un carro de tres ruedas empujado por una mujer que claramente tiene pinta de extranjera: Faldón largo de colorines, de piel totada, pañuelo medio caído a media cabeza, bastante delgada… El carro que empuja está medio lleno o medio vacío, da lo mismo. La calificación no alterará el contenido de los hierros que lleva. A una distancia prudencial la sigue un hombre montado en una bicicleta que habla por el móvil sin perder de vista a la mujer. Deduzco que será su pareja, seguramente su marido. La dama rebusca en los contenedores. A veces se inclina tanto –dentro de ellos- que parece que se caerá dentro. Sin saber muy bien cómo lo hace, siempre cae de lado de la acera. Aparca su “tres ruedas”, saca una pequeña bolsa de su mochila y comienza a dar bocados a una manzana que transportaba. El marido hace lo propio: bocata, móvil, litrona y a sentarse en el césped al lado de su mujer. Se nota cierta jerarquía en la relación. Pienso que son valores absorbidos sin que nos demos demasiada cuenta. La fuerza de la costumbre es la mayor fuerza conocida. Así son las cosas.

            No ha pasado un cuarto de hora y en escena aparece un hombre de mediana edad y mediana estatura. Rubio, con cara redonda, gafas oscuras, barba de hace unos días, camiseta amarilla rayada de líneas verdes y una gorrilla roja. Empuja un supercarro que tiene por paredes somieres oxidados. Con paso lento, pero rítmicamente, desciende por la acera. Apacigua su marcha, aunque no se detiene del todo y, de forma magistral, empuja hacia arriba la tapadera del contenedor. Antes de que esta caiga, ha examinado el interior y decide continuar su recorrido. Tengo el tiempo justo para reconocer lo que acarrea y que a través de los somieres puedo ver. Transporta cuatro ruedas que están encima del colchón que ocupa el fondo. Distingo dos maletas que parecen estar en buen estado. A su lado, un viejo radiador. Varias mochilas cuelgan del tramo superior de los somieres. De pronto el hombre se detiene, saca unos auriculares del bolsillo y con ellos se tapa los oídos. Los conecta a su móvil e intenta buscar algo deslizando su dedo por la pantalla táctil. Frunce el ceño. Intenta concentrarse. Por la expresión del rostro deduzco que ha empezado a oír. ¿Música? ¿Un partido de fútbol? Quién sabe. Se guarda el móvil y prosigue su camino.

            El desfile por los contenedores parece no tener fin. Mi sorpresa impotente e incrédula me acosa cuando veo que un buscador, con toda su tranquilidad, abre la tapadera del contenedor y mete a un niño que esperaba en la acera. Me quedo estupefacto. El chiquillo es menudo y ágil. Seis, siete años quizás. Lleva ropa muy amplia, como prestada, y unas zapatillas de deporte que en un tiempo fueron blancas. Gorra de cazador. Se le ve feliz. Desde fuera, el adulto le indica con un palo las bolsas y los objetos que quiere mirar. Mi posición solo me alcanza a ver una pequeña mano que entra y sale. Al menos, estos devuelven a las entrañas del contenedor lo que no les atrae.

            Concluyo en que contar historias de los contenedores es un buen medidor del consumismo de la comunidad[1]. Sería como una especie de despilfarrómetro: por un lado está lo que se tira, quién lo tira, en qué estado está lo que se tira y dónde lo tira. De otra parte están las personas que lo recogen, sean empleados del ayuntamiento, trabajadores de alguna asociación de interés público o emigrantes de Europa que viven de lo que tiramos. Tanto los que aportamos como los que recogen, formamos parte de una inmensa galaxia de curiosos actores con una historia por contar. Nunca pensé en el contenedor como punto de encuentro de culturas y de ciudadanía. La psicología de todas estas personas y sus sentimientos quedan por ahora fuera de nuestro alcance, pero me inclino a pensar en la existencia de una Vía Láctea de anécdotas y de un libro con millones de páginas repletas de asombrosas respuestas. Un universo social por descubrir. ¡Vivir para ver!, que dirían mis abuelas.

            Los contenedores son un magnífico escenario para evaluar la educación de la ciudadanía, ya que separar la basura en casa, no depositar la orgánica antes de su hora, no dejar nada fuera de los contenedores, utilizar los centros de recogida selectiva de muebles, electrodomésticos, escombros, etc… son acciones propias de una sociedad preocupada por el medio ambiente y por la imagen de tu ciudad.

 



[1] Sería de gran interés socio- cultural que alguien elaborara una tesis doctoral sobre este tema.

15 marzo 2025

Escribir

 

En busca del nacimiento del Támesis (2025.03.01)

¿Qué puede hacer una persona, amante de escribir, cuando tiene la amarga sensación de que lo escrito no tiene suficiente calidad?

        Si escribe, se frustra porque piensa que las líneas registradas no son lo bastante buenas, o a nadie le interesan, o aportan poco. Si no escribe, se le asfixia el espíritu y muere lentamente.

¿Entonces?

            La única salida razonable parece ser escribir más, leer más y hacerlo con muchas ganas, aun sabiendo que sacar la pasión no significa poseer las cualidades necesarias. De todas formas, intuyes que no hay atajos, que los senderos están marcados: así pues, asumes intentar seducir la belleza, estirar la imaginación, cuidar la expresión y estrujar tu sexto sentido para responder con ambición y sin miedo al interior reto de crear.

            Es posible que, al pretender hacer literatura, esta aflore en el papel o en la pantalla. Seguir trabajando, concentrarse y velar, no desfallecer, corregirse… Solo al que resiste y roza el diccionario le puede visitar el éxito.

16 febrero 2025

Penélope y Pompilio

 

Atardecer. Pantano de la Colada (Diciembre, 2024)

               Pompilio anheló siempre ser una gaviota, pero -por su amor a Penélope- aceptó recorrer senderos de la tierra para poder así gozar de sus encantos. Renunció a vivir en el aire, a pescar en el mar y fue un feliz terrícola. Más, al pasar el tiempo, los vuelos circulares de un apuesto buitre causaron embeleso fascinante en Penélope y esta quedó cautiva. Pompilio, ya no podía volar. Sus alas eran torpes y su cuerpo pesado. Le faltaba costumbre. Había sido reducido a lo práctico, domesticado en la importancia de lo terrenal y en lo banal del aire. Pasó el resto de su vida observando los altos vuelos del buitre que no dejaba de dar vueltas. Mientras, él serpenteaba los caminos. Las motas de polvo taponaban su piel, irritaban sus ojos y empañaban su mente. Una Penélope hechizada no dejaba de mirar hacia arriba.

               -¡Es el amor, estúpido! ¡Cupido es caprichoso!-, le dijo una paloma.

25 enero 2025

Radio Luna entrevista a Sebastián Muriel



 El pasado jueves 23 de enero, por la mañana tuve la oportunidad de hablar sobre mi relación con el papel y el lápiz o, en lenguaje más de hoy, sobre el teclado con la pantalla. En los dos casos te enfrentas a un espacio en blanco que te provoca y te hace caer en la tentación de, dibujando letras, enlazar una historia que poco a poco, como el amanecer, derrama luz e ideas que se apoderan de ti. Los imanes atraen. También los renglones escritos. Cada palabra es un reto. Cada línea con sentido, una victoria. Un párrafo es ganarte una guerra porque peleas, esencialmente, contra tí y alguna interferencia que se cruza y torpedea tus conexiones con la Madre Literatura. Sí. La Litereatura es similar a una Madre porque te ayuda a vivir, te aconseja sin imposiciones, te escucha, te da calor en horas de soledad, abre caminos, siempre te espera, ... Sea escrita o leída, se deja querer y te acompaña ante la incertidumbre. Es una Madre amiga. Es por todo eso que muchos acudimos a Ella. Sabe de Historia, Filosofía, Religión y Moral. Almacena cuentos y fantasias, narraciones, poemas y leyendas del mar. Siempre está ahí, en las estanterías o en la mesa camilla, esperando el instante, aunque sea casual.

    La llamada de Radio Luna me sorprendió. No la esperaba. La tomé como un regalo algo tardio. Hace unos días, el pasado día 20 fue mi onomástica, San Sebastián. Por cierto, santo muy celebrado en Villanueva de Córdoba por ser Patrón de los aceituneros y de la Agrupación de Hermandades y Cofradías.

    Sobre las once y poco recibí la llamada de Juan Mohedano para realizar la entrevista. Previamente había hablado con Cati. La sintonía entre Juan y yo me pareció muy buena. Nos conocemos de vista, pero nunca habíamos hablado y menos en directo para una entrevista. Me dejé llevar por su profesionalidad. Todo fluyó correctamente. Me lo pasé bien.

El contenido de la entrevista lo podéis encontrar en Instagram en el siguiente enlace Juan&Sebastián

Gracias a Radio Luna -Cadena SER por darme la oportunidad de ponerme en contacto con sus escuchantes. Saludos cordiales.

09 enero 2025

Café con Letras

 


La Biblioteca Pública Municipal de Pozoblanco, dirigida por Angélica Cabello, ha tenido a bien invitarme a participar en su sección "Café con Letras". La sesión, como podéis ver, tendrá lugar el próximo jueves, 16 de enero, en el salón de usos múltiples de la citada biblioteca, a las 17'30 horas.
    Desde aquí quiero agradecer al Ayuntamiento de Pozoblanco y, más concretamente, a los responsables de la cultura de esta institución, la oportunidad que me brindan para explicar mi trayectoria y mis inquietudes como escribidor, juntapalabras, prosista, encajador de verbos, narrador, opinador, cronista etc... Me resisto a utilizar la palabra escritor, vocablo que me inspira algo más que respeto y que, en caso de emplearla para calificarme, haría que muchos de los fantásticos autores que ha dado esta Iberia a la que tanto amo, se levantarían de su tumba si estuvieran muertos o me cubrirían de justificadas críticas por mi atrevimiento.
    Café con Letras es un sencillo y sabroso formato en el que, sucintamente, comentaré mi particular batalla con Las Letras, las etapas más importantes de mi recorrido, publicaciones, algunas circunstancias, etc... aparte de mis conocidas conexiones familiares con Pozoblanco, daré visibilidad a ligazones y detalles de mi obra con este pueblo, al que admiro por su enorme capacidad de emprendimiento en todos los sectores y, en particular, por entender la Cultura como motor de desarrollo y progreso. En el debe, echo en falta mayor preocupación por la conservación del patrimonio urbano y algunas instalaciones relativas a la etnografía de la población o la Comarca, pero eso, por el momento, lo dejaremos aparcado.
    Resultará inevitable hablar sobre Alcaracejos, mi pueblo natal; los Pedroches, comarca que me enamora y  sobre las dos publicaciones aparecidas el pasado año: Alcaracejos, ocho siglos de historia (Julio, 2024) y La bruja de Alcaracejos y otros relatos (Noviembre, 2024). También será un placer que el público pregunte con el objeto de enriquecernos mutuamente.
    Escribir te obliga a afinar la mirada. Se saca más luz de las ideas escritas que de las conversaciones. De ahí la importancia de escribir y de leer lo que otras personas han escrito. En tiempos de dóciles pantallas, el papel te escucha, permanece y se vuelve tu cómplice hasta que tú le des la libertad de volar para que, abierto en el aire, sea de todos los hombres.
¡¡ Os espero el 16 ¡¡. Recordad que las plazas son limitadas y se necesita inscribirse. ¡ Salud!

20 diciembre 2024

Tarjetas de Navidad

 

Las Tarjetas de Navidad encierran toda una cultura ciertamente poliédrica. Lo mismo son parte de un negocio que de una obra de caridad. También son piezas de la tradición, sea social o religiosa, o entra- ñables instrumentos para ingresar unos dinerillos extras (léase, hace años, el cartero, el lechero, el fontanero, etc…que en tiempos pasados deseaban Felices Pascuas y un próspero año nuevo a toda su clientela).

               Las Tarjetas de Navidad marcan fronteras en las hojas del calendario, son cofres de papel de deseos de Paz y Felicidad, casi siempre con un lenguaje bastante convencional. Atesoran conexiones perdidas, imágenes que el viento se llevó, palabras algo huecas que suenan repetidas, etc… pero nos gusta recibirlas porque abren caminos a un futuro mejor, o al menos lo intentan. Una Tarjeta de Navidad te transporta a la inocencia de un niño, a imágenes y fotos que jamás olvidaste y a unos sentimientos nostálgicos que ya forman parte de tu ADN. Una Tarjeta de Navidad siempre rejuvenece y da calor, aunque el paisaje esté helado y los renos troten al ritmo de un Papá Noel de sonrojadas mejillas. Porque el corazón de la Navidad te traslada, te eleva a pesar de la invasión salvaje de la publicidad y la agresión de lo comercial. De alguna forma lo navideño te hace flotar entre recuerdos a roscos de vino, eternos villancicos en las calles, conciertos y en la misa del gallo y a la regordeta botella de Licor 43. Siempre todo ello rodeado, claro está, de una atmósfera de vaho, estuvieras en la calle, en una iglesia o en tu casa.

               En España, las últimas décadas del siglo XX fueron prolíficas en Tarjetas de Navidad. Varias instituciones benéficas como Cáritas, Cruz Roja, Unicef y asociaciones de pintores con cierta discapacidad nos ofrecieron fantásticas muestras de su talento navideño. También diseñadores, dibujantes, editoriales, etc… Aún hoy son muchas las entidades que siguen creando Tarjetas para estas fechas tan entrañables. Así que Tarjetas no nos faltan, aunque haya decaído a las profundidades la voluntad de enviarlas.

               Las Tarjetas navideñas estaban muy ligadas con el servicio de correos pues para que las felicitaciones llegaran en fecha, Correos contrataba a más personal por esos días de sidra y mazapán, aparte de que también aumentaba paquetería de todo tipo. También se editaban, hoy se sigue haciendo, sellos de correos –pequeñas Tarjetas viajeras- alegóricos a cuadros o acontecimientos religiosos ligados con el Niño, los Reyes, la Estrella o los “belenes”. A los carteros se les gratificaba con alguna propinilla, botella de licor, polvorones o dulces caseros hechos para la ocasión.

               

            Y es que felicitar con una Tarjeta de Navidad tiene su aquel. Responde a un cariño especial por personas y supone un esfuerzo extra por parte de la persona la manda. Para empezar tienes que ir a comprarla. Luego pensar y escribir algo personal que intentas que no suene a tópico. Como hay direcciones postales que acumulan telarañas, polvo o duermen el sueño de los justos en viejas agendas de páginas gastadas y amarillentas, a veces necesitas la ayuda de algún intermediario para que te diga el domicilio actual de la persona que la Navidad refrescó en tu memoria. El tema del franqueo postal es otra entreteneera. Al escribir pocas cartas no sabes bien cuantos sellos tienes que poner ni de cuanto valor, así que te vas a la cola de correos, el funcionario pesa la carta y el preclaro ordenador dice el sello que tienes que pegar. Otra solución es preguntar, ante las curiosas miradas de tus compañeros de cola: ¿Cuánto vale un sello para España? ¿Y para Europa? ¿Y para América? Estas tasas suelen cambiar con frecuencia por lo que tienes que asegurar el franqueo para evitar problemas de devolución o sanciones. Todo eso requiere tiempo, dedicación y cierta predisposición interior. En el actual modelo social donde prevalecen las prisas y lo rápido, enviar una Tarjeta de Navidad, y hacerlo bien, requiere la paciencia de un artesano y casi el cariño concentrado de una madre y un padre.

               Ahora con los whatsapp dando la vuelta al mundo en un pis – pas, tardas poco más de ocho o diez segundos en felicitar por Navidad. Además lo puedes hacer con una Tarjeta o un villancico descargados por internet, ambos soportes digitales tan impersonales como una botella de plástico. Al que los recibe le gusta, pero se detecta la frialdad de una frase que no es tuya, además de repetida o reenviada hasta la saciedad. El colmo de la mala suerte, y riesgo a la vez, es que tu receptor haya recibido una felicitación exactamente igual a la tuya unos minutos antes. Los whatsapps tienen la ventaja de salir muy económicos mientras que una Tarjeta de Navidad, por correo, no baja de los dos-tres euros, incluido sello y sobre. A eso hay que sumarle el tiempo empleado en comprarla, escribirla y guardar cola para echarla al buzón – por cierto que cada vez hay menos- salvo que el funcionario de la oficina de correos te cuele ante las miradas de desaprobación de los que estaban esperando o el comentario de ¡¡¡ La cola está para guardarla!!!

               Decididamente me quedo con el papel, con el tiempo, con el ingenio –a veces poco – de una felicitación escrita y personal, con la calidez del sobre con su sello, el nombre puesto y con la grata sorpresa de que al abrir el buzón no sea una carta del banco o la factura de la luz. Escribir en un papel buenos deseos y felicitaciones creo que nos hace mejores que hacerlo por el móvil. Las Tarjetas de Navidad las relaciono con tiempo de Paz universal y de Paz interior, espacios de sana convivencia, de empáticos deseos, de reflexión tranquila, de cambios a mejor, de compartir los tiempos y las vidas, de escucha solidaria, de ambiente familiar, de recordar lo bueno de gente que perdimos … cada Navidad es una Puerta a la Esperanza, porque ¿Qué significado tiene una Navidad de grandes comilonas, bullicios increíbles, alcohol a todas horas, regalos excesivos, discursos de políticos y pobres olvidados? Y claro, luego sentimos el vértigo de estar vacíos con el pecho encogido y estar desorientados … A ver,… 



19 noviembre 2024

La bruja de Alcaracejos y otros relatos

 

Portada. Autor, Marce (Imprenta Castro)

Acaba de salir mi última publicación. El relato, como vehículo de comunicación con los lectores, ha dejado su huella en mí. Se trata de doce historias mitad ficción, mitad realidad. Doce historias independientes en las que algunos personajes me identifican, pero solo parcialmente.

               El primer relato, La bruja de Alcaracejos, está inspirado en un título de Camilo José Cela. Él solo puso algo del título. Lo demás es cosa mía. En realidad son dos historias en una. En la primera hago pasar a don Camilo por Alcaracejos en donde juega una partida de dominó. En la partida con los vecinos, uno de ellos cuenta la historia de la bruja.

               El segundo es un relato corto. En él se pone de manifiesto la terca voluntad de un naranjo de crecer inclinado. En el de la escalera, tercera narración, quiero poner de manifiesto la crueldad del azar, como el destino tiene una fuerza atroz y determinante en nuestra vida. En el cuarto se reflejan muchas de las circunstancias vividas por un maestro de barrio. Aquilino, personaje central, es el prototipo de niño mimado en exceso y las nefastas consecuencias que trae considerar a un adolescente como el emperador de la casa.

               Siguiendo con la pedagogía llegamos al quinto relato donde el teléfono móvil es el hilo conductor aparte de un tirano tecnológico que, peligrosamente, puede llegar a limitar la convivencia. El sexto intenta contar un sueño. En el séptimo, la lavadora, podría considerarse como un cuento para niños. Cuento sacado de mi entorno familiar próximo. Estoy seguro que alguien se va a identificar con la historia.

               El octavo expone una experiencia personal de mi niñez modificada por el tiempo. Columnas de esta historiada crónica son la curiosidad y la inocencia de los niños. El autobús es un relato extraño, podría ser ufológico, basado en la historia real de una sobrina. En décimo lugar están Manuela y Miguel, relato real –algo novelado- que cuenta lo acontecido a la pareja en la horrorosa Guerra Civil de 1936.

               El patio es una descripción vital inspirada en este popular espacio de Córdoba ciudad. Un muchacho de pueblo se va a la capital para trabajar y el ventanuco de su sencilla vida se transforma en una inmensa balconada. Para terminar, en La Confesión se recogen pensamientos y dudas sobre la religión y otras cuestiones durante la pandemia del Covid19.

El resultado, en conjunto, resulta entretenido y de fácil lectura. Hay relatos largos, medianos y cortos. La lectura no tiene que ser correlativa. Cada relato tiene su principio y su final. El orden expuesto en el libro puede ser alterado sin problema. Espero y deseo que lectoras y lectores disfruten con estas páginas tanto como yo disfruté al escribirlas. Salud.

 Nota: Interesados-as en el libro pueden dirigirse al Estanco Goyi en Alcaracejos. También a las librerías-papelerías de Pozoblanco Ángel López (Calle Mayor) , Abcdaria (Calle Juan del Rey Calero) y Pozoblanco (Calle Carvantes). En Pedroche en la librería 17Pueblos.

Interesados en solo la lectura pueden encontrarlo en las Bibliotecas Municipales de Alcaracejos y Pozoblanco.

10 septiembre 2024

Cosas del instituto

 



Hacía tanto tiempo que Cándido Buenaventura había dejado la escuela que cuando vio su cartera – maletín pensó que no era la suya. Las iniciales BC escritas con letra gótica, en una pequeña etiqueta, le refrescaron la memoria. Se las había dibujado un alumno gay, artista desde que un rayo le chamuscó la cabellera, que cada mañana se empeñaba en decirle: ¡Buena ventura Cándido! Era su peculiar manera de saludarlo al mismo tiempo que le deseaba suerte.

               Una añeja capa de polvo recordaba en aquel cartapacio el aspecto de una vieja botella bodeguera, de esas que se venden por unas cuantas docenas de euros tras veinticinco años de reposo, solo roto por la mano experta y delicada del silencioso enólogo. ¡Hasta el ruido o un ligero golpe pueden hacer que el vino pierda calidad! Cogió su envejecido, y también jubilado, maletín y no pudo evitar dejar las yemas de los dedos señaladas sobre su superficie. Tampoco pudo reprimir correr la cremallera. Tenía la sensación de estar mancillando las profundas esencias de su memoria. Metió la mano lentamente y sacó unos papeles unidos por un clip. Su mente se transportó al pasado. Habían pasado ya casi veinte años desde que “colgó la tiza”. Comenzó a leer.

La carta

               En media cuartilla, escrita a mano dulce, se podía leer: “Estimado don Cándido: Me dirijo a usted como tutor seductor educador responsable del curso de mi hijo, Rogelio Ramos Ruiz. Como madre quiero expresarle mi agradecimiento por el trato, dedicación y psicología que todo el profesorado de 4ºB ha tenido con él. Soy consciente de que gracias a todos ellos, y ellas, mi hijo puede abordar con fantasía garantizada la nueva etapa educativa de Formación Profesional y así buscarse un sitio móvil en esta sociedad de frágil cambio. Haga llegar a todo su equipo mi agradecimiento, mi cariño y mis mejores vibraciones empáticocuánticas. Les deseo lo mejor. Si lo hago a través de usted, por escrito y con tinta inmortal, es porque quiero dejar constancia de mi perenne gratitud. Atentamente, Loli Ruiz, no siempre la invisible.”

               Cándido había guardado aquella carta porque, a pesar de sus veinte años de docencia, fue la primera, y única, vez que alguien reconocía por escrito su buen hacer y el de sus compañeros. No tenía noticia de una situación similar. Con satisfacción leyó la carta en la grávida sesión de evaluación del grupo. En ella se acordó darle las gracias a Loli Ruiz, por supuesto, también por escrito y con tinta de manzanilla de limón.

Notitas

Lo que realmente ocurre en el aula es un verdadero y poliédrico jeroglífico y desde luego está alejado de asuntos como las capas de la corteza terrestre, los sinónimos de verdadero o los ríos de tu comarca …. Estos papelillos mensajeros interceptados por don Cándido así lo demuestran. El pastel se descubre cuando el maestro se incauta de un sospechoso bolígrafo, que va de mano en mano, relleno de notitas, que circulaba entre Martina y Raquel. También interviene Mª del Mar, aunque el origen es Patricia.

-            - Mar, tía, sabes que hoy López me ha tocado el culo, así que ya sé que me quiere, además me lo han dicho.

-        - Imposible, tía.

-        - Tú no estabas en ese momento.

-        - Escríbele a Martina que tiene cara amarga.

               El interior del boli, a modo de cofre transparente y alargado, albergaba otra notita escrita en un recorte de papel irregular procedente de una hoja rayada:

-        - Tía, mañana vienes sí o sí ¿¿eeee…?

-        - Yo no puedo, interviene Raquel.

-        - Martina: yo no lo sé, pro a q hora es x si voy.

-       - A las cinco, aquí en el insti.

               No era cuestión de interrumpir la clase y comentar el contenido de aquellos papelillos. Don Cándido optó por continuar después de advertir que las horas de clase son oportunidades y que no deberían perder el tiempo en otras cosas. Para eso está la calle y el recreo, afirmó.

La tarjetita: el examen de Manuel

Manuel era un alumno del montón. Como casi todos los adolescentes, la sinceridad no era su punto fuerte. Sus padres le preguntaron por el examen de Matemáticas y él les juró que lo había hecho perfecto y que su cuatro, sobre diez, se debía a que el examen estaba mal corregido. Los padres confiaron en la palabra de su hijo y enviaron una misiva al profesor para que – por favor- les hiciera llegar el ya citado examen. Querían que lo revisara el profesor particular al objeto de conocer los fallos: enfocaría sus clases en aquellos errores para que, en lo sucesivo, no volvieran a repetirse.

               Don Cándido no pensó en entregarles una fotocopia ni tampoco se le ocurrió que el profesor particular pasara por su despacho. Facilitó a Manuel el original con los comentarios, notas y puntuación de cada pregunta. Daniel aseguró que en un par de días se lo devolvería.

               Pasadas unas fechas don Cándido preguntó a Manuel por el examen. Este le respondió que se le había olvidado en casa. Mañana lo traería. Al día siguiente el maestro recibió una tarjeta de visita con el siguiente texto: “Lamentamos comunicarle que no encontramos el examen de Manuel. Estamos abochornados. Seguiremos buscando”. Saludos. Antonio y Cristina, padres de Manuell.

               Don Cándido, socarrón, no pudo evitar preguntar a Manuel si el examen se había perdido antes o después de la comparativa revisión del profesor particular. Manuel le comentó que lo sacó de su cartera, lo dejó encima de la mesa de la cocina y no lo volvió a ver más. “Los papeles, a veces, tienen alas y les gusta viajar” le respondió el viejo profesor con una sonrisita y guiñándole un ojo. En su interior pensaba que el examen jamás lo encontrarían porque el joven alumno lo había perdido a cosa hecha, adrede. El asunto dio tanto juego que años después se produjo una serie en la televisión, sin demasiado éxito, “En busca del examen perdido”. En ella el padre de Manuel, tras minuciosa investigación del profesor, declaró haber desayunado aquel examen antes de tener que admitir la buena corrección de una prueba mal hecha por su hijo.

Extracto de “Perdón por enseñar”, Daniel Arenas, 2008

Entre los papeles de antaño del usado maletín apareció esta reflexión que por su densidad, lucidez, sana preocupación e interés, se transcribe tal cual. Procedía de un compañero de filosofía muy tamizado por sus aspiraciones políticas nunca satisfechas. De todas formas la guardo al considerarla una satisfactoria reflexión del autor. Don Cándido había añadido alguna palabra, completado alguna frase o limado algún matiz con la intención de aclarar algo más su contenido. Dice así:

“Creo que esta profesión [la de maestro-a] que es tan digna –un sacerdote laico, se llegó a decir de los profesores de la Institución Libre de Enseñanza, cuando ser sacerdote significaba algo para la sociedad y cuando la vocación no estaba siendo socavada por la perversión de la política como sucede hoy- merece un apoyo y una reflexión para saber dónde nos encontramos y cómo hemos llegado hasta aquí. Es pues a mis compañeros de profesión de riesgo a quienes dedico este libro, a los que día a día intentan lo imposible, solos ante el peligro, teniendo que enfrentarse a una educación envenenada de política y al rugido de la fiera [los alumnos]–moderno King Kong, aislado no en su isla, sino en su ego, incapaz siquiera de sentir una pulsión afectiva por sus semejantes- que les aguarda nada más traspasar la puerta del aula, sin ningún apoyo salvo el de sus compañeros o el del psiquiatra que alivia una depresión en la que poco a poco iremos cayendo todos si el sentido común o el cambio de intereses políticos, sociales y económicos no lo remedia. También me ha impelido a escribir esta obra, la intención de provocar un auténtico diálogo sobre todos los problemas que ha originado la implantación de la Educación Secundaria Obligatoria, problemas que tal vez no existan para las miopes y varias administraciones y que hablan de desesperación y soledad: Ya no hay ilusiones ni esperanza de llegar a ser escuchados por una Administración impersonal y sorda. ¡Y luego hablan de la mejora de la Educación Pública! Del profesorado nos llega su auténtica voz, un grito en medio del desierto en el que a veces les acompaña, no siempre ni con la misma contundencia, la comprensión de escritores como Muñoz Molina, Pérez Reverte, Javier Marías, José Antonio Marina y otros, a los que desde aquí damos las gracias, porque aciertan y dicen la verdad desinteresadamente y casi siempre con preocupada angustia”.

Bronca entre adolescentes

Por su experiencia y carácter afable, a propuesta de la dirección, don Cándido fue nombrado Tutor de Convivencia. Era un cargo muy útil pues los roces, malentendidos, insultos, peleas, etc…entre adolescentes eran situaciones frecuentes. Don Cándido actuaba siempre que los afectados estuvieran de acuerdo y con conocimiento de la Jefatura de Estudios. Su misión era intentar arreglar las desavenencias antes de que las cosas pasaran “a mayores”.

               Su técnica empezaba proponiendo a los implicados que contaran, por separado y por escrito, todo lo acontecido. Necesitaba información y un contexto. Sabía que las palabras descomprimían el alma, aliviaban el espíritu y resquebrajaban los muros de la vanidad y la soberbia. Las palabras eran bálsamo para el cabreo y la arrogancia que encierra “la razón la tengo yo” o aquel “estoy yo muy dolida”. Además se aligera la conciencia y disminuye ese sentirse mal que acarrea el sentimiento de culpabilidad.

               En esta ocasión fue un embrollo mayúsculo. Las tres jóvenes se torturaban con frases de las otras y hechos deleznables que nunca debieron de ocurrir.

Juana, por favor, dime ¿Cómo son tus relaciones con Yulia, Aurea y Lara? Mis relaciones con estas tres demonias son francamente malas.

               Tengo entendido que no es la primera vez ¿Qué está pasando ahora? Pues que me amenazan. Sin ir más lejos, hoy 25 de febrero me han dicho que me van a reventar la cara cuando salgamos del instituto y por el twenty me dicen puta … Las he tenido que bloquear y ya no me pueden decir nada. Ese acoso se ha pasado al instituto e intentan que me quede sola, sin amigos, para pegarme mejor. Esto de los insultos se solucionó, pero a los tres días volvieron a meterse conmigo, a reírse de mí y por mucho que se lo digo a las/os profesoras/es la cosa sigue igual. Las profes hablan con ellas, pero ellas pasan de todo, no hacen caso a nadie y en la calle es mucho peor. No dejan de pegarme, me humillan y se ríen. Hace dos meses le puse una denuncia a Lara y a Yulia por amenazas y también porque me quemaron el pelo.

               ¿Qué crees que se puede hacer para arreglar todo esto? Yo haré lo que se pueda y más. Lo único que quiero es que me dejen tranquila, que por lo menos nadie me dé información de ellas. No quiero ni verlas, ni saber nada de ellas. Pasaré de ellas como he estado haciendo hasta hoy y haré lo que haga falta. Por suerte, el año que viene me cambio de instituto y no las veré, pero hasta que llegue ese día no quiero verlas ni saber nada. Solo quiero que me dejen tranquila. Es lo único que quiero. No me gusta salir a la calle e ir corriendo a los sitios por miedo a que me cojan y llegar a mi casa señalada. Es mucho sufrimiento para mi.

Dime Yulia, ¿Qué es lo que pasa con Juana?

               Hace tiempo pasó lo del incidente de los pelos. Esa parte de la historia ya la he contado en Jefatura de Estudios por escrito y por oral.

               Cuando todavía estaba castigada en el Aula de Convivencia, salí al servicio. Ella pasó por mi lado y me dijo que era una rubia llena de piojos, o algo parecido. Yo no contesté y se lo dije a la directora.

               Hace unos días, por Twenty, le envió un mensaje a mi compañera Aurea. En él le dice puta con letras mayúsculas. Mi compañera me lo contó y le dije que lo contara a la directora, pero ella me dijo que no quería más problemas. Ese suceso nosotras lo hemos callado.

               Aquí en el instituto nosotras quedamos como malas pero es ella la que insulta y provoca.

Hola Aurea. Sé que queréis solucionar el asunto de Juana. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Cuál puede ser el camino para mejorar la situación?

               Estábamos en clase de refuerzo de Lengua y antes de que tocara el timbre para salir, Lara se levantó de su sitio y fue hacia la mesa de Yulia, que estaba sentada a mi lado, y dijo: ¿Le quemo el pelo a Juana? Yulia le contestó: ¡No eres capaz! Entonces con un mechero le quemó el pelo y sopló. Yo me quedé sorprendida, pero como no quería problemas no dije nada a nadie.

               Para solucionar esto pienso que lo mejor es no tener ninguna relación con Juana, que cada una vaya por su vida y yastá.

               Juana me dijo puta por el Twenty. Tengo guardado el mensaje. Yo nunca he tenido problemas con ella.

Cándido estaba convencido que los dimes y diretes de tres adolescentes eran una tela de araña de la que tenía que salir. En presencia de la Jefa de Estudios las reunió a las tres y les dijo: “Solamente pueden rozar las personas que están juntas y que tienen cosas en común. Como personas libres que sois podéis elegir entre la sana convivencia o ser intolerantes y antipáticas. Lo positivo os irá mucho mejor. ¿Quién elegiría una flor seca, pálida y podrida ante una fresca margarita o una fragante rosa? Las personas tenemos defectos y virtudes. Cada una de vosotras escribirá tres cualidades buenas de las otras dos y cual es vuestro principal defecto. Dentro de tres días nos volveremos a ver e intercambiareis, entre vosotras, lo que hayáis escrito. Tenéis que estar las tres de acuerdo. Si así no fuera, la Jefatura de Estudios actuará contra las tres por faltas graves contra la convivencia. ¿Os parece bien?”.

               Si. Si. Si.

               Tenéis tres días. El reloj se ha puesto en marcha, así que no perdáis el tiempo. Podéis salir y gracias por vuestra colaboración. Como sois buena gente, estoy seguro de que todo va a salir bien.

Hasta aquí cosas del instituto. Esencias varias de un mundo vivo que durante años durmieron en la cartera de don Cándido hasta que el destino las despertó y la literatura les dio forma. La educación hace visibles las cosas invisibles. Ambas, educación y vida, la misma cosa. Cuando uno trata de enseñar, al menos dos aprenden.