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| Dolores Redondo y su nueva obra (2025) | 
Por
casualidad ha pasado por mis manos un ejemplar de “Planeta de libros”, la
revista que también escribes tú, según la publicidad de la editorial.
Ojeando su contenido me detengo en una entrevista con Dolores Redondo[1]
(Donosti, 1969), escritora que cuenta sus lectores por millones y tiene obras
traducidas a más de treinta idiomas.
         Aparco mi atención en la entrevista por
el entrecomillado que la encabeza: “Yo fui narradora mucho antes de ser
escritora”. La frase me hace pensar y aclara que narrador debe ser una fase
previa -no quiere decir la inmediata anterior- a la de escritor. Por lo visto,
Dolores tiene un género propio al que denomina mystic noir, especialidad
que combina las claves clásicas de la novela negra con elementos del folclore navarro
y vasco. Algún día intentaré meter el folclore de los Pedroches en mis relatos.
         Pero no es ese el camino que quiero
recorrer. Mi deseo es detenerme en los matices y coincidencias que se
desprenden de la entrevista —salvando las lógicas distancias— entre Dolores y
yo.
         En su nueva novela, “Las que no
duermen NASH”, retorna a la naturaleza de Navarra con la ayuda de su nuevo
personaje, Nash Elizondo, psicóloga forense. Lo frecuente en relatos de
crímenes es que el asesino se convierta en el protagonista, pero en este caso
no es así. Dolores, llevada por su pensamiento divergente, convierte en
protagonista a la persona asesinada. Todo es porque Nash, la investigadora de
la muerte, “no llega a casa de la gente y les hace preguntas, no tiene una
comisaría a dónde llevarlos y presionarlos, tiene que conseguir información
desde la exploración de la víctima, infiltrarse en su muerte, entenderla,
reconstruirla por medio de la gente que conocía, de sus preferencias, de su
carácter, de sus aficiones, de sus rutinas”. Este investigar más a la
víctima que al posible asesino, con el fin de encontrarlo, me sorprendió. Me
llamó la atención porque en ciencias el pensamiento divergente es una genuina
herramienta para comprender lo que converge.
         En otro pasaje de la entrevista cita
textualmente que “es apasionante que tu propio deseo por hacer cosas te
desvele”, opinión y tendencia que puedo corroborar. Desde hace años
disfruto de amaneceres que me han pillado trabajando: corregir, preparar clases
o bien escribir y leer. La noche, sin llamadas, sin interrupciones para comer,
con las tiendas cerradas y mientras la familia duerme es fascinante para
terminar con algunas obligaciones y desarrollar devociones. La ausencia de
ruidos ayuda a la concentración y a la eficacia siempre que la somnolencia no
te acorrale.
         Otra de mis coincidencias con Dolores
es que procuro escribir todos los días. Es cierto que las circunstancias me
obligan a no poder tener un horario fijo, pero es muy raro el día que no añado
algún comentario a noticia, lectura o experiencia o completo algún párrafo en
una narración no terminada o inicio líneas nuevas en un viejo relato. En este
sentido, mi capacidad de concentración y de memoria crece y se renueva. Tengo
que decir con claridad que me gusta mucho más escribir que leer. Mi espíritu,
en este aspecto, es un campo de batalla: sé que si no leo no alimento mi
capacidad de narrar y si no escribo, mi espíritu se atrofia y termina
asfixiándose. Así que intento buscar un equilibrio que no consigo siempre.
Escribir, de todas formas, forma parte de un esfuerzo consciente por mi parte
que a veces resulta agotador, pero, así son estas cosas.
         La lectura y la escritura, como a Lola,
me generan problemas, pero es una atracción fatal. Ella tiene que realizar un
sobreesfuerzo por su dislexia; a mí, me generan problemas porque no dejo tiempo
para otras cosas y esa obsesión no es buena. Con frecuencia me molesta comer,
atender el teléfono o tener que salir. Pero soy consciente de que hay que
refrescar la mente y cambiar de actividad. En este sentido, considero que la
literatura se alimenta de saltos en tu vida, pero al mismo tiempo, para
desarrollar esas transiciones necesitas la fuerza que recibes de escribir y
leer. Seguramente todo requiere un equilibrio que es lo que busco cada vez que
amanece, pero la armonía es escurridiza, terreno resbaloso y no resulta gratuita:
hay que cultivarla como un campo de fresas.
         Dolores Redondo, en su entrevista, me
ha despejado una duda que me viene persiguiendo desde hace un tiempo. Tengo
dificultades para definirme en el ámbito de la literatura, porque escritor no
soy; juntapalabras, tampoco; poeta, para nada; de autor algo tendré; ensayista,
quizás una liviana proporción… Decididamente, creo que lo que más me cuadra es
narrador, contador de historias. Sí, creo acertar y apuesto por esa categoría. No
estoy seguro de si es un marco demasiado amplio, ligeramente estrecho o queda
bien para describir lo que hago, pero lo de narrar me va, sin confundirlo con
cuentacuentos, faceta que no cultivo.
Otro punto de encuentro con
Dolores es que se le suelen acumular las novelas. En la entrevista asegura
tener hasta diez en la cabeza. Salvando las distancias, eso me ocurre también a
mí con los relatos: hoy 31 de octubre del 2025 estoy escribiendo hasta cinco
relatos a la vez y tengo anotado el título y unas líneas de otros tres o cuatro
más. Es evidente que no dispondré de vida suficiente para escribirlos todos. El
asunto es que, al escribir, me vienen, con claridad, otro tipo de historias que
no tienen nada que ver con el tema que trato. En cierta forma es como si
tuviera varias cabezas y en cada una de ellas anidaran recuerdos, necesidades o
ficciones que me impulsan al boli y al papel. El fenómeno es vertiginoso y
caótico, imprevisible. Además, dura poco. Si no apunto, lo olvido. Es por esto por
lo que siempre llevo un bloc de notas y bolígrafos o bien me autoenvío un email
que me ayude a recordar. Como a Lola, son muchos los intereses que me
atraviesan y, al escribir, son varios los que intentan aprovechar la
ocasión para manifestarse y ponerse en la cola de los nacimientos.
Igual que a Dolores, es casi
inenarrable la forma en que me llega la decisión de escribir. Decía Norman
Mailer que la escritura es un arte abstracto, espectral. Mi proceso no es
técnico, es decir, no necesito unas etapas para dar a luz a unas páginas. Félix
Modroño dice que un autor elige el tema sobre el que quiere escribir, luego se
documenta y después, escribe. A los narradores, el relato nos nace por dentro:
en un determinado momento, todas las cosas que han ido llegando a tu vida
forman un cuerpo, algo las une y les da vida propia. Entonces agarras el papel
y lo cuentas.
Sigue Dolores con soberbia
claridad: “No sabes cómo ha ocurrido. A veces es una canción lo que te inspira
o una noticia que escuché en la radio o una anécdota que alguien relató a mi
alrededor. La mente todo lo guarda, se acumula y el cerebro realiza extrañas
conexiones. Llega un momento en que te avisa y recibes la señal de que está
preparado. Entonces, te pones a escribir y sin darte cuenta rellenas quince o
veinte páginas de un tirón. Con frecuencia, como el cerebro sigue con su marcha,
en medio del relato te asalta una nueva ocurrencia, un matiz no previsto y el
relato toma otros derroteros, descarrila, y tú no puedes hacer otra cosa que
seguirlo sin saber dónde te llevará”.
         Escribir es montarte en un auto con un
conductor fantasma. Al principio, la carretera está marcada, pero de repente
comienzan a salir bifurcaciones. Puedes parar un poco y reflexionar hacia donde
girarás, pero no puedes detenerte del todo. El relato debe continuar. Estás
obligado a terminarlo. Sigues encontrando nuevas desviaciones que no sabes a dónde
van. Pero tú sigues y sigues… llega un momento en el que tropiezas con un final
que jamás pensaste. Sabes que es el final y entonces dejas de escribir porque
ya lo has contado todo. Se te agotó el manantial de las palabras.
[1] Los
imprescindibles de Dolores Redondo: “Las que no duermen Nash -Ediciones
Destino”. “Esperando al diluvio -Ediciones Destino”. “Trilogía de Baztán
-Booket”.
