03 noviembre 2025

Dolores Redondo y yo

 

Dolores Redondo y su nueva obra (2025)

Por casualidad ha pasado por mis manos un ejemplar de “Planeta de libros”, la revista que también escribes tú, según la publicidad de la editorial. Ojeando su contenido me detengo en una entrevista con Dolores Redondo[1] (Donosti, 1969), escritora que cuenta sus lectores por millones y tiene obras traducidas a más de treinta idiomas.

         Aparco mi atención en la entrevista por el entrecomillado que la encabeza: “Yo fui narradora mucho antes de ser escritora”. La frase me hace pensar y aclara que narrador debe ser una fase previa -no quiere decir la inmediata anterior- a la de escritor. Por lo visto, Dolores tiene un género propio al que denomina mystic noir, especialidad que combina las claves clásicas de la novela negra con elementos del folclore navarro y vasco. Algún día intentaré meter el folclore de los Pedroches en mis relatos.

         Pero no es ese el camino que quiero recorrer. Mi deseo es detenerme en los matices y coincidencias que se desprenden de la entrevista —salvando las lógicas distancias— entre Dolores y yo.

         En su nueva novela, “Las que no duermen NASH”, retorna a la naturaleza de Navarra con la ayuda de su nuevo personaje, Nash Elizondo, psicóloga forense. Lo frecuente en relatos de crímenes es que el asesino se convierta en el protagonista, pero en este caso no es así. Dolores, llevada por su pensamiento divergente, convierte en protagonista a la persona asesinada. Todo es porque Nash, la investigadora de la muerte, “no llega a casa de la gente y les hace preguntas, no tiene una comisaría a dónde llevarlos y presionarlos, tiene que conseguir información desde la exploración de la víctima, infiltrarse en su muerte, entenderla, reconstruirla por medio de la gente que conocía, de sus preferencias, de su carácter, de sus aficiones, de sus rutinas”. Este investigar más a la víctima que al posible asesino, con el fin de encontrarlo, me sorprendió. Me llamó la atención porque en ciencias el pensamiento divergente es una genuina herramienta para comprender lo que converge.

         En otro pasaje de la entrevista cita textualmente que “es apasionante que tu propio deseo por hacer cosas te desvele”, opinión y tendencia que puedo corroborar. Desde hace años disfruto de amaneceres que me han pillado trabajando: corregir, preparar clases o bien escribir y leer. La noche, sin llamadas, sin interrupciones para comer, con las tiendas cerradas y mientras la familia duerme es fascinante para terminar con algunas obligaciones y desarrollar devociones. La ausencia de ruidos ayuda a la concentración y a la eficacia siempre que la somnolencia no te acorrale.

         Otra de mis coincidencias con Dolores es que procuro escribir todos los días. Es cierto que las circunstancias me obligan a no poder tener un horario fijo, pero es muy raro el día que no añado algún comentario a noticia, lectura o experiencia o completo algún párrafo en una narración no terminada o inicio líneas nuevas en un viejo relato. En este sentido, mi capacidad de concentración y de memoria crece y se renueva. Tengo que decir con claridad que me gusta mucho más escribir que leer. Mi espíritu, en este aspecto, es un campo de batalla: sé que si no leo no alimento mi capacidad de narrar y si no escribo, mi espíritu se atrofia y termina asfixiándose. Así que intento buscar un equilibrio que no consigo siempre. Escribir, de todas formas, forma parte de un esfuerzo consciente por mi parte que a veces resulta agotador, pero, así son estas cosas.

         La lectura y la escritura, como a Lola, me generan problemas, pero es una atracción fatal. Ella tiene que realizar un sobreesfuerzo por su dislexia; a mí, me generan problemas porque no dejo tiempo para otras cosas y esa obsesión no es buena. Con frecuencia me molesta comer, atender el teléfono o tener que salir. Pero soy consciente de que hay que refrescar la mente y cambiar de actividad. En este sentido, considero que la literatura se alimenta de saltos en tu vida, pero al mismo tiempo, para desarrollar esas transiciones necesitas la fuerza que recibes de escribir y leer. Seguramente todo requiere un equilibrio que es lo que busco cada vez que amanece, pero la armonía es escurridiza, terreno resbaloso y no resulta gratuita: hay que cultivarla como un campo de fresas.

         Dolores Redondo, en su entrevista, me ha despejado una duda que me viene persiguiendo desde hace un tiempo. Tengo dificultades para definirme en el ámbito de la literatura, porque escritor no soy; juntapalabras, tampoco; poeta, para nada; de autor algo tendré; ensayista, quizás una liviana proporción… Decididamente, creo que lo que más me cuadra es narrador, contador de historias. Sí, creo acertar y apuesto por esa categoría. No estoy seguro de si es un marco demasiado amplio, ligeramente estrecho o queda bien para describir lo que hago, pero lo de narrar me va, sin confundirlo con cuentacuentos, faceta que no cultivo.

Otro punto de encuentro con Dolores es que se le suelen acumular las novelas. En la entrevista asegura tener hasta diez en la cabeza. Salvando las distancias, eso me ocurre también a mí con los relatos: hoy 31 de octubre del 2025 estoy escribiendo hasta cinco relatos a la vez y tengo anotado el título y unas líneas de otros tres o cuatro más. Es evidente que no dispondré de vida suficiente para escribirlos todos. El asunto es que, al escribir, me vienen, con claridad, otro tipo de historias que no tienen nada que ver con el tema que trato. En cierta forma es como si tuviera varias cabezas y en cada una de ellas anidaran recuerdos, necesidades o ficciones que me impulsan al boli y al papel. El fenómeno es vertiginoso y caótico, imprevisible. Además, dura poco. Si no apunto, lo olvido. Es por esto por lo que siempre llevo un bloc de notas y bolígrafos o bien me autoenvío un email que me ayude a recordar. Como a Lola, son muchos los intereses que me atraviesan y, al escribir, son varios los que intentan aprovechar la ocasión para manifestarse y ponerse en la cola de los nacimientos.

Igual que a Dolores, es casi inenarrable la forma en que me llega la decisión de escribir. Decía Norman Mailer que la escritura es un arte abstracto, espectral. Mi proceso no es técnico, es decir, no necesito unas etapas para dar a luz a unas páginas. Félix Modroño dice que un autor elige el tema sobre el que quiere escribir, luego se documenta y después, escribe. A los narradores, el relato nos nace por dentro: en un determinado momento, todas las cosas que han ido llegando a tu vida forman un cuerpo, algo las une y les da vida propia. Entonces agarras el papel y lo cuentas.

Sigue Dolores con soberbia claridad: “No sabes cómo ha ocurrido. A veces es una canción lo que te inspira o una noticia que escuché en la radio o una anécdota que alguien relató a mi alrededor. La mente todo lo guarda, se acumula y el cerebro realiza extrañas conexiones. Llega un momento en que te avisa y recibes la señal de que está preparado. Entonces, te pones a escribir y sin darte cuenta rellenas quince o veinte páginas de un tirón. Con frecuencia, como el cerebro sigue con su marcha, en medio del relato te asalta una nueva ocurrencia, un matiz no previsto y el relato toma otros derroteros, descarrila, y tú no puedes hacer otra cosa que seguirlo sin saber dónde te llevará”.

         Escribir es montarte en un auto con un conductor fantasma. Al principio, la carretera está marcada, pero de repente comienzan a salir bifurcaciones. Puedes parar un poco y reflexionar hacia donde girarás, pero no puedes detenerte del todo. El relato debe continuar. Estás obligado a terminarlo. Sigues encontrando nuevas desviaciones que no sabes a dónde van. Pero tú sigues y sigues… llega un momento en el que tropiezas con un final que jamás pensaste. Sabes que es el final y entonces dejas de escribir porque ya lo has contado todo. Se te agotó el manantial de las palabras.



[1] Los imprescindibles de Dolores Redondo: “Las que no duermen Nash -Ediciones Destino”. “Esperando al diluvio -Ediciones Destino”. “Trilogía de Baztán -Booket”.

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