02 marzo 2023

Es mi trabajo

 
Horizonte quebrado pirenaico

Para  Colette y Manuel, amigos.

    Pedro era un profesor español becado en Francia temporalmente. Se había trasladado allí con su familia. Los objetivos del proyecto que se traía entre manos eran conocer el sistema educativo francés, convivir con profesores franceses y mostrar algunas pinceladas de la educación en España. Estamos a mediados de los 90 del siglo XX, en un pequeño pueblo del departamento Haute-Garonne, en la región de la Occitanie.

    Todos los días Pedro acompañaba a su compañero francés al instituto. Iban en coche. Pedro aún no lo sabe, pero Antoine es todo un personaje. Pudo quedarse en la universidad, a investigar, en la década de los sesenta, pero no aguantó el politiqueo barato que se traían en el departamento de Física Nuclear. El jefe era el jefe y el mérito y la capacidad no formaban parte de su baraja. El as preferido para imponer su criterio era “París ha dicho”, “Me han llamado de París”, “según comentan en París”, “instrucciones recibidas de París”, etc. Vamos que era un mero transmisor de las órdenes recibidas. Sabía que la obediencia a los superiores, siempre, con el tiempo, sería recompensada.

    El expediente de Antoine, doctor en física nuclear, era inmejorable. Aparte de inteligente, como trabajador resultaba incansable, pero tenía el defecto de llamar a las cosas por su nombre. A los dos años de estancia en la “uni” llegó la primera posibilidad de ascender. Antoine era el mejor colocado pero su jefe propuso a Didier, científico mediocre, poco brillante, pero con matrícula de honor en adulación y vaselinas. Didier, premio extraordinario, varios años, en la categoría de estar de acuerdo con su jefe, le chivateaba cualquier información, por pequeña que fuera, que circulara por el departamento. Antoine, políticamente incorrecto, fue víctima de cierta incontinencia verbal y el ascenso se lo llevó Didier en medio de una brutal discusión. Antoine, dolido, no pudo remediarlo y en la reunión mantenida le preguntó a Jules Bernard, su jefe:

-        -Jules, ¿por qué me haces esto? Es mi trabajo le respondió con sequedad.

Antoine se levantó y sin decir palabra salió de aquella pocilga de intereses dando un portazo. Fuera de sí, se dirigió directamente a su despacho. Entre una caja de cartón y un par de bolsas de basura, tuvo bastante para meter sus pertenencias. Buscó el coche y se largó de allí.

Al llegar a Mont, la aldea donde vivía se lo contó a su mujer. Brigitte lo escuchó en silencio. Sabía que era lo que Antoine necesitaba.

-      -Has hecho bien, le dijo al terminar.

-        -Sí, pero no hay derecho, le respondió él. Mañana buscaré trabajo en algún liceo [instituto] de la zona. No me será difícil. He decidido que mis clases sean para jóvenes, en un centro de secundaria. La universidad no es para mí. No soporto el tráfico de intereses. Tampoco en la empresa privada estaría bien. Mi sitio es alguna cosa pública.

-        - En el instituto, tendrás que tener mucha paciencia con los jóvenes, manifestó Brigitte. La juventud es inmadura y atrevida. Hace de la rebeldía un valor y no sabe graduar el daño de una crueldad.

-        - Lo he pensado. Con mi carácter tendrás que ayudarme.

-        -No tendrás problemas porque tu corazón es tan grande como tu genio. Salvado el segundo, los chavales se quedarán con el primero. Fue lo que yo hice y ya sabes que no me suelo equivocar.

En uno de los días del trayecto al lycée Pedro le preguntó a Antoine que como un físico nuclear, con un doctorado cum laude de por medio, podía aguantar la inmadurez de unos adolescentes e impartir unos conocimientos tan básicos.

-        -Tú te has preparado para otra cosa, le dijo.

-      -  Es cierto. Al principio me costó bastante, pero las personas tenemos una tremenda capacidad para reinventarnos. Ese potencial de adaptación es la clave del progreso y de la supervivencia. Te lo planteas, lo haces y, al repetirlo, ya forma parte de ti. Lo asumes, le sacas partido y ves que tus alumnos te acompañan en ese recorrido. Te sientes útil y hay muchos momentos en los que eres feliz.

-        -Ya, dijo Pedro, pero descendiste en el escalafón profesional y seguro que también en el sueldo.

-       - Es verdad, pero al elegir, mejoré como persona. Mi autoestima, al principio dañada, subió como la espuma. Te advierto que un profe de la “uni” no es más que uno de secundaria. Son solo niveles diferentes de conocimientos, pero las personas están a la misma altura. Además, para demostrar que no guardaba ningún rencor y que había superado mis rencillas en la universidad, un día pedí permiso y fui a tomar un café con mis excompañeros. Al final comimos juntos. Lo pasamos muy bien. Nos reímos del pasado. Ahora no podría vivir sin mis alumnos de secundaria. Es mi trabajo e intento hacerlo lo mejor posible.

    Pedro, a pesar de su madurez, no dejaba de aprender de un Antoine catedrático en vida modelado por Brigitte. Desde que llegó a Mont tuvo una sensación de plenitud que solo la montaña y la buena gente puede dar. El aire fresco y un horizonte quebrado y lejano reconfortaban más que cualquier vitamina. Él y su familia habían tenido suerte con el intercambio. Su olfato, al leer los papeles previos a la experiencia, no le había engañado: un pueblito en mitad de los Pirineos, montañas, nieve, bosques, lluvia y una familia encantadora que se deshacía por el bienestar de él, de su esposa y el de sus dos hijos. La gite[1] cedida era un hogar de película, quizás demasiado grande, pero se adaptaron y en tres días la encontraron cómoda. El terminado de paredes, maderas, azulejos y suelo era algo basto. La explicación fue que estaba hecha por Antoine, familia y algún vecino “manitas” para los detalles más finos. Pero no faltaba de nada. Lo más era su enorme chimenea a la que Antoine alimentaba con árboles casi enteros. Hay mucha leña por aquí y mucho frio, solía decir.

    Brigitte era la humanidad personificada. A pesar de que Marisa, esposa de Pedro, tenía poca base de francés, siempre estaba dispuesta a charlar un rato con ella e invitarla a tomar un café mientras Antoine y Pedro estaban en el instituto. Si no se entendían con las palabras lo hacía con gestos o con dibujos. Brigitte había sido maestra y ya disfrutaba de su jubilación. Le contaba a Marisa que durante los últimos ocho años había sido maestra en un pueblo cercano, a unos ocho kilómetros. Como no sabía conducir y Antoine iba en dirección contraria, se iba andando. Con frio, nieve, lluvia o sol bajaba por la carretera y luego solía tirar por un camino que acortaba el trayecto. A veces la nieve le llegaba a la rodilla pero Brigitte nunca faltó y siempre llegó puntual. Sabía que sus catorce alumnos, escuela unitaria, la esperaban y además era mi trabajo, le comentó a Marisa. Sí, realmente Brigitte era una bellísima persona, una estrella del cielo transformada en humana que irradiaba dulzura y un saber estar sobresaliente, con el aliño de no darle importancia, jamás, a nada de lo que hacía. Estaba profundamente enamorada de Antoine.

-       - A Antoine hay que darle tiempo, hay que conocerlo, le advirtió a Marisa el primer día, recién llegados.

Los miércoles Antoine y Pedro se quedaban a comer en el comedor del instituto. Antoine tenía clase por la tarde. Pedro siempre entraba en sus clases, asistía a las reuniones del Departamento de Ciencias y a las sesiones de evaluación, siempre presididas por el Director del centro. Había un comedor para los alumnos. Otro para el profesorado. El Director, cargo profesional dependiente de Paris directamente, comía en la cocina, solo. No estaba bien visto relacionarse con los profesores. En caso de llamada de atención era un grave inconveniente. Aquel día había lentejas. El comedor estaba muy animado. Fueron muchos los profesores que se quedaron a comer. En un momento dado Pedro se levantó, cogió su plato, y los de un par de compañeros, y los metió en el torno que daba a la cocina. Los tres habían terminado. Una de las camareras llamó la atención a Pedro y le dijo:

-        -Por favor, señor, siéntese.

-        -Solo quería poner los platos en el torno.

-        -Ya. lo entiendo, pero….usted debe descansar, estará fatigado de toda la mañana dando clase y además, debe de continuar esta tarde. Ser profesor es una labor que necesita de toda su energía y de toda su concentración. Poner y recoger los platos es mi trabajo. Cada cual debe estar en su puesto.

-       - Disculpe no era mi intención entrometerme en su labor. Solo quería ayudar.

-        -Sin duda. No se preocupe. Lo entiendo, pero siéntese.

La sonrisa cómplice de Antoine y el ligero movimiento de cabeza, lo terminaron de descolocar.

-        -Has metido la pata, siéntate. Aquí las fronteras laborales están muy claras. Para botón de muestra observa donde come el Director, le dijo.

-        -Ya, ya me he dado cuenta.

    Para Marisa, Pedro y los dos hijos la experiencia fue un regalo increíble. Les fue tan requetebién que durante diez años pasaron unos días en la gite. Por allí pasó toda la familia: padres, hermanos, cuñados y sobrinos. Los franceses devolvieron las visitas a España acompañados de familia o amigos, siempre con el mayor respeto y un trato cariñoso y cordial.

    Pedro y Marisa aún recuerdan la máquina quitanieves que subía por una ladera y bajaba por la opuesta. Por un lado permitía que subieran a Mont panadero y cartero; por el otro desbloqueaba la carretera que Antoine tenía que recorrer todos los días, camino del liceo. Panadero, cartero y conductor de la quitanieves velaban para que los 17 habitantes de Mont pudieran hacer una vida normal. ¡¡¡Era su trabajo!!!

 



[1] Casa rural en francés.


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