Las Tarjetas de Navidad encierran toda una cultura ciertamente poliédrica. Lo mismo son parte de un negocio que de una obra de caridad. También son piezas de la tradición, sea social o religiosa, o entra- ñables instrumentos para ingresar unos dinerillos extras (léase, hace años, el cartero, el lechero, el fontanero, etc…que en tiempos pasados deseaban Felices Pascuas y un próspero año nuevo a toda su clientela).
Las
Tarjetas de Navidad marcan fronteras en las hojas del calendario, son cofres de
papel de deseos de Paz y Felicidad, casi siempre con un lenguaje bastante
convencional. Atesoran conexiones perdidas, imágenes que el viento se llevó,
palabras algo huecas que suenan repetidas, etc… pero nos gusta recibirlas
porque abren caminos a un futuro mejor, o al menos lo intentan. Una Tarjeta de
Navidad te transporta a la inocencia de un niño, a imágenes y fotos que jamás
olvidaste y a unos sentimientos nostálgicos que ya forman parte de tu ADN. Una Tarjeta
de Navidad siempre rejuvenece y da calor, aunque el paisaje esté helado y los
renos troten al ritmo de un Papá Noel de sonrojadas mejillas. Porque el corazón
de la Navidad te traslada, te eleva a pesar de la invasión salvaje de la
publicidad y la agresión de lo comercial. De alguna forma lo navideño te hace
flotar entre recuerdos a roscos de vino, eternos villancicos en las calles,
conciertos y en la misa del gallo y a la regordeta botella de Licor 43. Siempre
todo ello rodeado, claro está, de una atmósfera de vaho, estuvieras en la calle,
en una iglesia o en tu casa.
En
España, las últimas décadas del siglo XX fueron prolíficas en Tarjetas de
Navidad. Varias instituciones benéficas como Cáritas, Cruz Roja, Unicef y
asociaciones de pintores con cierta discapacidad nos ofrecieron fantásticas
muestras de su talento navideño. También diseñadores, dibujantes, editoriales,
etc… Aún hoy son muchas las entidades que siguen creando Tarjetas para estas
fechas tan entrañables. Así que Tarjetas no nos faltan, aunque haya decaído a
las profundidades la voluntad de enviarlas.
Las
Tarjetas navideñas estaban muy ligadas con el servicio de correos pues para que
las felicitaciones llegaran en fecha, Correos contrataba a más personal por esos
días de sidra y mazapán, aparte de que también aumentaba paquetería de todo
tipo. También se editaban, hoy se sigue haciendo, sellos de correos –pequeñas Tarjetas
viajeras- alegóricos a cuadros o acontecimientos religiosos ligados con el
Niño, los Reyes, la Estrella o los “belenes”. A los carteros se les gratificaba
con alguna propinilla, botella de licor, polvorones o dulces caseros hechos
para la ocasión.
Y
es que felicitar con una Tarjeta de Navidad tiene su aquel. Responde a un
cariño especial por personas y supone un esfuerzo extra por parte de la persona
la manda. Para empezar tienes que ir a comprarla. Luego pensar y escribir algo
personal que intentas que no suene a tópico. Como hay direcciones postales que
acumulan telarañas, polvo o duermen el sueño de los justos en viejas agendas de
páginas gastadas y amarillentas, a veces necesitas la ayuda de algún
intermediario para que te diga el domicilio actual de la persona que la Navidad
refrescó en tu memoria. El tema del franqueo postal es otra entreteneera. Al escribir pocas cartas
no sabes bien cuantos sellos tienes que poner ni de cuanto valor, así que te
vas a la cola de correos, el funcionario pesa la carta y el preclaro ordenador
dice el sello que tienes que pegar. Otra solución es preguntar, ante las
curiosas miradas de tus compañeros de cola: ¿Cuánto vale un sello para España?
¿Y para Europa? ¿Y para América? Estas tasas suelen cambiar con frecuencia por
lo que tienes que asegurar el franqueo para evitar problemas de devolución o
sanciones. Todo eso requiere tiempo, dedicación y cierta predisposición
interior. En el actual modelo social donde prevalecen las prisas y lo rápido, enviar
una Tarjeta de Navidad, y hacerlo bien, requiere la paciencia de un artesano y
casi el cariño concentrado de una madre y un padre.
Ahora
con los whatsapp dando la vuelta al mundo en un pis – pas, tardas poco más de
ocho o diez segundos en felicitar por Navidad. Además lo puedes hacer con una Tarjeta
o un villancico descargados por internet, ambos soportes digitales tan
impersonales como una botella de plástico. Al que los recibe le gusta, pero se detecta
la frialdad de una frase que no es tuya, además de repetida o reenviada hasta
la saciedad. El colmo de la mala suerte, y riesgo a la vez, es que tu receptor
haya recibido una felicitación exactamente igual a la tuya unos minutos antes. Los
whatsapps tienen la ventaja de salir muy económicos mientras que una Tarjeta de
Navidad, por correo, no baja de los dos-tres euros, incluido sello y sobre. A
eso hay que sumarle el tiempo empleado en comprarla, escribirla y guardar cola
para echarla al buzón – por cierto que cada vez hay menos- salvo que el
funcionario de la oficina de correos te cuele ante las miradas de desaprobación
de los que estaban esperando o el comentario de ¡¡¡ La cola está para
guardarla!!!
Decididamente
me quedo con el papel, con el tiempo, con el ingenio –a veces poco – de una
felicitación escrita y personal, con la calidez del sobre con su sello, el
nombre puesto y con la grata sorpresa de que al abrir el buzón no sea una carta
del banco o la factura de la luz. Escribir en un papel buenos deseos y
felicitaciones creo que nos hace mejores que hacerlo por el móvil. Las Tarjetas
de Navidad las relaciono con tiempo de Paz universal y de Paz interior, espacios
de sana convivencia, de empáticos deseos, de reflexión tranquila, de cambios a
mejor, de compartir los tiempos y las vidas, de escucha solidaria, de ambiente
familiar, de recordar lo bueno de gente que perdimos … cada Navidad es una
Puerta a la Esperanza, porque ¿Qué significado tiene una Navidad de grandes
comilonas, bullicios increíbles, alcohol a todas horas, regalos excesivos,
discursos de políticos y pobres olvidados? Y claro, luego sentimos el vértigo
de estar vacíos con el pecho encogido y estar desorientados … A ver,…