Cuarzo gris |
La piedra lo esperaba con
paciencia en la calle, en el rincón izquierdo de su cálida casa. Cada tarde, a
la caída del sol, aún sin verse la luna, al alba del anochecer, él la dejaba
allí, un poco protegida de la vista de todos. Nadie se daría cuenta. Era una
piedra más de las muchas que había, aunque era para él una piedra sin par.
La eligió cubierto de inconsciencia
y de casualidad. No era un canto rodado que el agua había limado. Era una
piedra gris, posiblemente un cuarzo con ciertas impurezas de materia rojiza.
Aquiles no sabía que el cuarzo color gris ayuda a equilibrar las relaciones, dificulta el cansancio, filtra las vibraciones negativas y eleva los niveles de
la energía interior. Quizás fuera por eso, y su rodar poliédrico, lo que le
decidió. Era su piedra única y predilecta, era una piedra ahijada, casi tomada en adopción.
Como cada mañana, a golpe de
zapatos, llegaban a la escuela. La piedra dando vueltas con justos puntapiés y
él con paso ligero, usando aquellas botas con las suelas de las ruedas de coche,
compradas en la feria. Era un calzado fuerte, todo cosido a mano y cordones de
cuero. Las hacían en los pueblos expertos zapateros y eran casi irrompibles.
Algunos se reían por su falta de estética, pero eran eficaces y protegían el
pie como el mejor calzado.
Después de una mañana llena de soledad,
allí estaba la piedra, esperando tapada, oculta tras un árbol y otra vez a
patadas, al salir de la escuela, Aquiles la conducía a su casa. Por la tarde lo
mismo. El mismo recorrido y la piedra, obediente, cantaba su canción al golpear
contra el suelo. Él sin decirle nada, absorto en un ver sin mirar, con la
cartera a cuestas, se sentía como una piedra más que empujaba la vida sin poder
remediarlo.
A veces un rebote, o un tropezar
con algo, desviaba al pedrusco de su habitual camino y el niño, contrariado, le
reñía con voz seca: ¿A dónde vas? ¡Que por ahí no es! ¿No ves que te equivocas?
La siguiente patada con precisión exacta le hacía recuperar el camino perdido y
la cara del niño recuperaba su natural sonrisa teñida de azul cielo. ¡Tienes
que ir por donde yo te diga! ¡Eres mi compañía!
Aquel
niño creció. La piedra sigue igual pero cambió de sitio. Ahora la piedra está
encima de una mesa, al lado de unos libros, con un pie de metal y unos años
inscritos. Con el paso del tiempo el niño se esfumó, maduró, se hizo hombre y
para él, ese trozo de cuarzo es señal de amistad, una adhesión eterna que le amalgama con la Naturaleza.