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Imagen generada por IA |
Hoy me vino la imagen de una caída firme y continua hacia un agujero negro para esbozar la muerte. Era de madrugada cuando me desperté. La estampa del eterno descenso hacia un lugar grande y oscuro atrapó todo mi cerebro, obsesivamente. Sé que la única forma de liberarme es escribir, darle cancha a la imaginación y dejar que fluya, solo limitada por las reglas de la ortografía, una redacción clara y la frontera de una página en blanco. Me levanté. Buceé en la escombrera de recuerdos que los sueños dejaron en la mente y empecé a teclear.
La
inmensidad del agujero negro nos atrae, inevitablemente. Empezamos a caer ─sin
darnos cuenta─ desde el momento de nuestro nacimiento
y ya nadie ni nada nos detiene. El reloj se puso en marcha, el marcador comenzó
su carrera; los números avanzan irremediablemente.
Sabemos
que la velocidad de caída no es uniforme. Cuando hay salud y cosas por hacer,
el tiempo parece transcurrir bastante más deprisa. En los malos ratos, en la
enfermedad o en el dolor, el tiempo muestra su parsimonia con premeditación y
alevosía y los minutos se transforman en horas, las horas se convierten en días
y los días en periodos oscuros de eternidad. La rutina nos hace imperceptible
la vida y –aunque nunca dejamos de caer, de reducir distancias- casi
despilfarramos los momentos. Aunque, sobre el despilfarro del tiempo, hay que
reconocer diversas teorías: para unos, la felicidad son los viajes; para otros,
el silencio en un campo de encinas y granito; para algunos, la soledad viciosa
del rincón de su casa escuchando TikToks y, para los abuelos, rodearse de sus
nietos y observar cómo crecen. Ya lo dijo el torero: ¡Hay gente para todo!
Aunque
el avance hacia el agujero negro es imparable, no es malo detenerse a pensarlo
a pesar de que el misterio siga hasta el final del tiempo. Pensar en el paso
del tiempo no lo detiene, pero parece que ayuda a aprovecharlo más. Es como
darse más cuenta, un tomar en conciencia, percatarse de su etérea presencia y
estrujar los instantes. Y otra vez aparece la diversidad, la pluralidad de
visiones y opiniones: ¿Cómo se estruja o se exprime un instante?
La
caída hasta el fin continúa. A veces, una incidencia imprevista -accidente o
enfermedad-, a pesar de nuestra percepción lenta del tiempo, acorta la
distancia una barbaridad: el tiempo parece adormecido mientras que la distancia
disminuye vertiginosamente. A esa singular paradoja la llaman los ancianos “las
cosas de la vida”. Por cierto, ahora no hay ancianos, y mucho menos viejos,
ahora solo hay mayores. ¡Menuda imbecilidad!
Por
suerte o por desgracia, no somos conductores de nuestro imparable viaje hacia
el infinito que esconde el agujero negro en sus entrañas. Los antojos de un
caprichoso e incomprensible AZAR mandan, pero sí podemos trabajar, organizarnos
un poco las etapas, elegir compañías amigables y llenar el viaje de
oportunidades que nos lo hagan algo más llevadero. Si a todo lo anterior lo
aliñamos con gotitas de amor y chispas de amistad, a pesar de la muerte, la
vida tiene su sentido.
Una vez cruzado el horizonte de eventos del agujero negro,
no sale nada. Todo queda atrapado por su tremenda fuerza gravitatoria. Los
científicos sí pueden observar chorros de materia y “ecos luminosos” generados
por la materia que rodea al agujero negro a causa de la extremada gravedad que
la perturba. De la misma forma, nada regresa de nosotros una vez cruzado el
umbral de la muerte, pero dada la intensidad emocional de los momentos próximos,
pueden observarse —tanto en el difunto como en acompañantes— huellas de
trascendencia y espiritualidad. Además de señales luminosas en el final de un
túnel, una paz interior que te hipnotiza o misteriosas frases que alumbran la
ocasión y la hacen especial.