18 abril 2022

Cuatro acosos: Acoso I y II

 

Centro de Lateralidad y Psicomotricidad.- Joëlle Guitart

               La primera vez que lo acosaron fue de muy niño. Por aquel entonces la palabra acosar no se aplicaba a las relaciones infantiles y menos en un pueblo. No se estilaba. Era una época en la que se gastaban bromas más o menos pesadas. Reírse de alguien era frecuente, sobre todo si se tenía un problema físico. Las peleas eran plato de cada día aunque casi siempre tenían un final feliz. La calle, cruel, severa, inmisericorde y maestra- era el lugar natural de los niños y allí había que vivir. A nuestro protagonista, algunos excesos de cuidados familiares lo habían ablandado y singularizado. El exceso de protección y cariño conformaron un niño algo más débil que los demás, pero también más niño y más tierno. Eran tiempos duros y rudos muy impregnados por los aromas de postguerra. Cualquier debilidad era atacada con saña. Fueron fechas en las que pegar a los niños en casa era lo normal; en la escuela predominaba la letra con sangre entra y en la sociedad la gente decía que quien bien te quiere te hará sufrir. Los hombres no podían llorar y muchas mujeres, saturadas, convertían su casa en un mar de lágrimas por hacerlo a diario. La soledad, las penas y los lutos eran más atributos de mujer: la discriminación respecto al hombre era lo habitual. En la sociedad flotaba una masculinidad muy masculina, por no decir bastante machista. La mujer no podía tener una cuenta bancaria sin permiso de su marido; la mujer debía de estar atada a la pata de la cama y con la cuerda corta …. Estaba de moda tener cojones, ser valiente y morir por la patria. Los hombres hacían el servicio militar mientras que las mujeres se inscribían en el servicio social. En ese ambiente ser sensible, respetuoso, prudente, educado y tener empatía con las fragilidades de los demás era ser medio niña. Los hombres bebían vino, iban a las tabernas, jugaban a las cartas, la mayor parte vitoreaban a Franco y entregaban parte del sueldo a la mujer para el mantenimiento de la casa. La mujer se dedicaba a las labores propias de su sexo, sus labores se decía. La Iglesia recomendaba, encarecidamente, a las hembras sumisión y obediencia a sus maridos. 

    La sociedad civil era un desierto de asociaciones o entidades que lucharan contra todo tipo de acoso. Afortunadamente, ahora, las cosas han cambiado y el grado de concienciación es mucho mayor.

               Por todas estas razones o Dios sabe por cuales, Pepe, Pepito fue objeto de burlas en la calle por parte de sus amigos. Con seis o siete años ya le llamaban Pepino, nombre coreado a veces y a voces por grupos de niños. Como no daba tarascadas jugando al fútbol nunca lo ponían pues entraba como una niña. No decía tacos ni llamaba a los niños por su mote de calle. En clase mantenía un cariñoso respeto por su maestro y nunca se peleaba con sus amigos. Para pasar desapercibido, aprendió a quitarse importancia y a retirarse de los espacios conflictivos con sigilo y con prudencia. Nunca tiró piedras a los perros y cumplía religiosamente con el precepto dominical de ir a misa. Tampoco hacía trampas, ni montó ningún pollo, jugando a los bolindres ni a ningún otro juego. Eso sí, tenía mucha vida interior que alimentaba con tebeos de todo tipo. Se daba cuenta de todo. Su observación se tradujo en una personalidad acusada, con criterios propios, que mantenía secuestrada por pura ¿seguridad? ¿convicción? ¿pereza? Su principal objetivo era pasar desapercibido, transparente e invisible a los ojos de los demás. Le encantaba estar, participar pero como si no estuviera. En los veranos, niños y jovenzuelos iban a bañarse a las albercas cercanas al pueblo y como no podía ser de otra manera, era sujeto preferido de ahogadillas e inmersiones involuntarias que le producían pavor y un inmenso cabreo. Su cara de susto y aspavientos para intentar salir del agua era motivo de la mejor diversión de sus ¿bromistas? compañeros. Los intentos de ahogamiento, pesados e insoportables, generaban una molestas vibraciones ansiosas y concretaban un juego cruel al que los mayores sometían a los más chicos. Ante tanto sofocón, estos terminaban por irse a su casa humillados, cabreados y sin disfrutar para nada la peseta que costaba el baño. Pepino, digo Pepito, para la gente resultaba ser un niño insípido al que le costaba hacer amigos de verdad. Su diferente educación, escala de valores, comportamiento, hobbies, etc…eran una muralla infranqueable. Jamás entró en una casa para tirar las sillas; lo de robar fruta no era su fuerte; en los juegos de apedreos con sangre sufría terriblemente y deseaba con ardor su pronta terminación; nunca maltrató a un animal ni se le ocurrió reírse ni ofender al jardinero del pueblo mofándose de un cierto amaneramiento de sus formas; las personas mayores eran sagradas para él. Crecía por dentro y por fuera pero nunca quiso manifestarlo por temor a dar motivos de risa o de escarnio. Cedía, callaba y olvidaba para sobrevivir en aquel medio hostil pero tenía opinión oculta de todos y de todo: Su mente era un prodigioso escáner que todo lo analizaba lo cual le permitía almacenar detalles e ideas y extraer algunas conclusiones. En más de una ocasión lo tildaron de mosquita muerta, expresión que calificaba a alguien para insinuar que parecía tonto pero que no lo era. En plena pubertad de aquella época, con doce o trece años, era costumbre arrinconar a cualquier chica entre tres cuatro hombrecitos y tocarle cada uno lo que pudiera. Eso podía ocurrir en la plaza, en el patio de la escuela o en mitad de una calle….¡¡ A por aquella!! La chica se zafaba lo mejor que podía, pegaba bofetadas como máquina y tildaba de cobardes y maricones a todos los que pretendían sacar algo por las bravas. Pepito nunca participó en esas manifestaciones de hombría. Era un medio juego insoportable para él. Se quitaba del medio y punto. Él prefería la plática tranquila o las miradas, en su opinión, sobre entendidas, el paseo rutinario dando vueltas a la plaza, la emoción de acercarte a la que iba en la punta, coger de la mano a la chica de turno para jugar al corro, etc…todo más pacífico y más del gusto de las chicas. Delicadeza y que la chica pusiera algo de su parte, dos piezas esenciales.

Con el tiempo el acoso en el pueblo se fue diluyendo. Fue fundamental dar a entender que a Pepito no le afectaba nada que le llamaran Pepino y los acosadores que intentaban reírse a su costa – Pepino tiene dos culos - terminaron por aburrirse y dejarlo. Daba mala imagen intentar ser gracioso y no conseguirlo. Con la edad y aquella táctica esa manera de bullying se terminó. También tuvo algo que ver el tremendo empujón que le pegó en clase a un grandullón que no dejaba de incordiarle. El voluminoso compañero, ante la oportuna mirada del maestro, optó por levantarse y continuar sus tareas como si nada hubiera pasado. En honor a la verdad hay que señalar que se trataba de una persona algo pesada, pero pacífica.

II

               El  segundo episodio de acoso se produjo en el colegio donde, interno, estudió el bachillerato. Las edades del personal ya eran los quince. Pepito, ya Pepe, llegó de su pueblo a otra localidad de mayor entidad. Era un desconocido para el grupo de alumnos de su curso, al que se incorporó, que ya llevaban juntos varios años. Otra vez tocaba ser diferente. Además los compañeros tenían, sin fundamento, cierto complejo de superioridad pues no es lo mismo proceder de una aldea venida a menos que haber nacido en un pueblo mediano venido a más. Para cualquiera, ese detalle resultaría insignificante y una torpeza colosal juzgar a las personas por su lugar de origen, pero la inteligencia y formación de los del pueblo grande no daba para más. Su cerrazón se manifestaba por medio de un trato poco cordial con prepotencia. Seguramente que también volvió a ayudar la personalidad y educación de aquel recién llegado. Además ya había sido maltratado una vez y eso parece que predispone. Le volvieron a poner otro mote. Hay motes simpáticos pero en este caso no lo fue demasiado: le llamaron el nalgas por aquello de tener pantalón corto con quince años y notarse el vello de las piernas. Todo imaginación y significativo. Agradable no era. Salir de casa para estudiar tenía su margen de inseguridad y algunos temores. Después de varios años, el no estar arropado a diario por tus padres era un poco duro. Hacía frio, comidas nuevas, ambiente extraño y encima a los tres días de llegar te ponen un mote que te ofende y te ridiculiza. Además en pura adolescencia, fuera de tu ambiente con cierta soledad ... La llegada del otoño y el frío fueron sus aliados pues fue la excusa perfecta para que Pepe hablara con sus padres. Les dijo que allí hacía mucho frio y que todos sus compañeros llevaban pantalón largo…Fue una compra de urgencia la que solucionó el problema….aunque siempre fue el nalgas hasta que se fue de aquel colegio. ¡Los profes, curas, ni olieron el agravio! En cualquier caso su autoestima creció, aprendió a pasar de los compañeros más insidiosos y comenzó a escribir lo que se le ocurría sobre amores platónicos, dudas de religión, misterios de la vida, … un amigo desde Segovia y Soria, por cartas y a escondidas le hablaba de otras realidades. Eran cartas emocionantes, llenas de vida, rompedoras de mitos y de creencias…lo peor era tener que compartirlas con una especie de director espiritual que le impusieron. No era mal hombre, pero mutilaba las cartas con boli y con tijeras. A veces, detrás de lo tachado que Pepe se empeñaba en leer, aquel censor – sin duda creyendo que hacía bien - añadía comentarios de su puño y su letra, entre líneas, queriendo rectificar o contradecir lo dicho por su amigo. A pesar de eso, tuvo que consentir, para recibir trozos de aquellas cartas porque esos restos eran adrenalina en vena, masaje cerebral, ventana refrescante, aire de pinar verde. En el colegio hizo algunos amigos y comprendió que los niños burlones que humillaban a otros tenían algún problema. A partir de entonces dejó de preocuparse por ellos y de las cosas que decían. Esa indiferencia le vino bien y actúo como un eficaz escudo ante tanta retranca gratuita. Conocía la crueldad que proporciona la inmadurez y la ignorancia de jóvenes y niños. Era mejor no hacer ningún caso porque el problema lo tenían ellos. Con el tiempo dejaron de fijarse. Sacar mejores notas que muchos mofadores también ayudaría a colocar a cada cual en su sitio adecuado.